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Volver al Indice – viejas secciones de SSSM / un artículo de Alejandro Franco

Alejandro Franco, autor del portal SSSM - Arlequin de cine fantastico, de culto y peliculas de James Bond 007¿Por qué hacer una página más de James Bond si hay miles? .¿Qué más puede haber de nuevo?. ¿Sólo satisfacción personal?

Cada uno tiene sus propias razones para adoptar a un figura como héroe personal; sea de cine, de fútbol, de música… Posiblemente porque esa figura efectuó algo, o apareció en un momento de la vida de uno que cobró especial importancia.

Nuestros héroes forman parte de nuestra vida. En nuestra niñez o adolescencia, cuando nos sentimos mal o pasábamos por un mal momento, ellos aparecieron y nuestra vida disfrutó, aunque sea fugazmente (el tiempo que dura una película, una canción, un gol) un momento de alegría, haciéndonos olvidar nuestras penas.

Mi fascinación con James Bond viene de lejos, de mi niñez.

Nací en Uruguay hace 37 años. No puedo quejarme demasiado de mi infancia, pues a pesar de los limitaciones que pasamos, siempre nos ingeniamos para ser felices con poco. Pero cuando tenía 8 años, mis padres se separaron y nuestra familia quedó en crisis, incluyéndome; mi intención no es pintar un cuadro dramático o sicológico, pero eran momentos muy difíciles los de entonces. Teníamos un futuro bastante incierto y parecía que todos los días había un problema nuevo.

Fué entonces que en el cine del barrio (el viejo cine Miami de Montevideo, lamentablemente hoy desaparecido), decidieron hacer un festival de James Bond. Era 1976 (también era un momento difícil para mi país), y mi madre decidió alejarse de sus problemas llevándome al cine. Mi familia ya era entusiasta de James Bond, sin llegar a mi grado de fanatismo actual; habían visto desde 1963 todas las películas y recordaban unas cuantas escenas de memoria.

La primera película que vi creo que era Solo Se Vive Dos Veces. Recuerdo que de una manera especial me impactó. Quizás eran las explosiones, o la historia, o verlo a Connery en el personaje, con su impecable acento inglés. Pero fundamentalmente, era la música, que me quedó impregnada aún después de salir del cine, y tarareé durante días. Esa guitarra eléctrica que resonaba en mi cabeza una y otra vez, que me hacía pedir más.

Por supuesto, volvimos al festival. Quisimos ver Operación Trueno, pero un corte de luz nos impidió verla, y nos dieron un pase para el otro día, que vimos Dr No. También por ahí me enganché, quedando con la intriga de cómo era Operación Trueno, de la que tanto hablaba mi madre. O de Goldfinger, que no la pude ver entonces, pero el cine (con un excelente criterio), me pasaba los trailers de ella y del resto de las películas, que por plata y tiempo no podíamos ver.

Por último, vimos Los Diamantes Son Eternos (¡ tres películas en una semana !). Y con ella quedé con la cabeza quemada y me recibí de fanático.

A partir de entonces, James Bond se volvió mi hobby. Comencé a buscar su música por las radios y grabarla, y cuando pude ahorrar algún dinero, salí a rastrear en las disquerías de usados, o en la tradicional feria de Tristán Narvaja, los discos de sus bandas sonoras.

Poco a poco conseguí Desde Rusia Con Amor, Solo Se Vive Dos Veces, Vivir Y Dejar Morir… todas en vinilo, usadas, algo rayadas, tocadas una y otra vez en un tocadisco mono que mi abuelo había armado en sus épocas de técnico de radio y TV. El encerrarme en el comedor a disfrutar esos 30 o 40 minutos de la banda sonora a toda la (poca) potencia del equipo, me daba unos minutos de vuelo y fantasía, soñando con héroes implacables, villanos que querían destruír al mundo (y eran frenados justo a tiempo), y explosiones y persecuciones por doquier.

Pero cuando ubiqué el disco de Goldfinger, me pidieron más dinero del que tenía. Y cuando lo conseguí, el disco ya no estaba.

De alguna manera Goldfinger era mi vellocino de oro (qué buena imagen). Ese ideal inalcanzable, que todos conocieron y yo no, que debía de estar en algún lugar algún vestigio (la película, la música, la novela, el poster), pero al encontrarlo no podía comprarlo, o recién había desaparecido, o estaba agotado.

Después proseguí con los libros, en la también famosa librería Rúben de usados. Ubiqué todas las novelas (bueno, casi todas; al parecer Ian Fleming no fue reimpreso después de la furia Bond de los 60´s), colección que amarillenta y casi derruida, aún me acompaña.

Pero Goldfinger no estaba.

Continué viendo re-estrenos de las viejas películas; al menos una vez por año, y por abril (para mi cumpleaños), como una especie de regalo, algún cine re-estrenaba un viejo título de la serie. Y como allá en Uruguay los cines son continuados, a veces me quedaba en el cine para verla hasta dos y tres veces.

En una de esas ocasiones vi La Espía Que Me Amó (otra figurita difícil).

Y entonces ocurrió. Y en qué momento.

Yo jugaba al ajedrez, desde muy chico. Había comenzado a jugar representando a mi colegio secundario, había ganado algunos torneos, y había llegado a concursar por las finales del campeonato nacional juvenil en el interior del país. Esa experiencia merecería un espacio (y una página) aparte. Perdí la final de manera estúpida, quedé como vice. Y al regreso (en ese momento tenía 18 años, ya estábamos mudándonos a la Argentina, y ése era mi último torneo, mi retiro), nadie estaba para esperarme.

Y en ese día tan negro, me dí una vuelta por el viejo cine Princess.

Y Goldfinger me estaba esperando.

Después de tantos años de desencuentros, en aquel momento tan particular, él estaba ahí, para hacerme olvidar las penas.

El resto es bastante fácil de imaginar.

En cada momento de alegría o tristeza, James Bond estuvo allí para festejar u olvidar, y sobre todo, para disfrutar. En mi despedida final de mi país, vi Octopussy; cuando volvía a Uruguay a ver a mis amigos, apareció En La Mira De Los Asesinos. Apenas conocí a mi mujer, vino Su Nombre Es Peligro; cuando llegó la fiebre de las videocaseteras hogareñas, conseguí Desde Rusia Con Amor; o cuando la empresa donde trabajaba estaba por cerrar (y justo estaba por casarme), vino Goldeneye (gracias, Brosnan).

Y también cuando estábamos con mi señora por comenzar a pelear con su cáncer, llegó El Mundo No Basta.

Así como los yanquis tienen su música para cada momento, yo tengo etapas de mi vida marcadas por cada una de las películas de James Bond. Ahora es más fácil todo, voy consiguiendo los CD importados (¡ al fin, la música de Goldfinger en mis manos !), y los videos. Y la película que menos vi, la vi tres veces (Solo Se Vive Dos Veces lleva todos los premios: doce veces !! – nota de r.: al 2003; ahora suma dos o tres veces más !). Porque cada película es una parte de mi vida, es un mojón en el camino que me indica el kilometraje. Y que cuando añoro, me permite regresar a ese tramo del camino, para revivir esa alegría o paliar la tristeza del presente; o para disfrutar esa película que en su momento no se pudo, por haber vivido momentos tan negros. Pero ellas trazan mi camino: quién fui, quién soy y hacia donde voy. Porque sé que en mi mejor o peor momento, James Bond estará allí, por llegar o ya disponible en video, ingresando en su delirio apenas el cañón del arma invada la pantalla, John Barry vuelva a embriagarme con su música y 007 camine hasta disparar su Walther PPK para comenzar a refrescar los juegos de fantasía de mi niñez y olvidarme del mundo, en un delicioso trance del cual sómos complices desde hace años.

Y siempre, en la oscuridad del cine o de mi hogar, viendo los títulos hasta el final, y esa esperanza, esa promesa de fascinación y felicidad latentes que se concretan cuando aparece el mágico mensaje:

JAMES BOND WILL BE RETURN

por Alejandro Franco – webmaster y autor de SSSM

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