Crítica: Tigre Blanco (2012)

Volver al índice de críticas por año / una crítica del film, por Alejandro Franco

Rusia, 2012: Aleksey Vertkov (Ivan Naydenov), Vitaliy Kishchenko (mayor Fedotov), Aleksandr Bakhov (Kryuk), Gerasim Arkhipov (capitán Sharipov)

Director: Karen Shakhnazarov, Guión: Aleksandr Borodyanskiy & Karen Shakhnazarov, basados en la novela El Tanquista de Ilya Boyashov

Trama: Segunda Guerra Mundial. Los soviéticos han comenzado a doblegarle el brazo a las fuerzas alemanas debido al vasto despliegue de un ejército moderno, decidido y fuertemente artillado. Sin embargo las refriegas para replegar al enemigo son intensas, en especial los combates entre los blindados rojos y los implacables panzers germanos. En uno de esos combates ha caido un tanquista, un muchacho al cual los oficiales han logrado rescatar de entre los restos de su blindado, y cuyas expectativas de vida son nulas debido a la intensidad y extensión de sus quemaduras. Sin embargo el muchacho se recupera milagrosamente y, en cuestión de días, vuelve a la actividad. El tema es que, después del incidente, el chico ha perdido la memoria, con lo cual los oficiales han comenzado a llamarle Ivan Ivanovich Naydenov – algo así como Juan Perez Encontrado – hasta que mitigue los efectos de la amnesia y logre recuperar su identidad. Pero Naydenov se ha transformado en una persona muy especial, un individuo capaz de hablar con los tanques – operativos o destrozados – y descubrir qué es lo que ha pasado con ellos. Y aunque al principio parece un loco, pronto Naydenov comienza a dar pistas inquietantes sobre un tanque alemán – un Panzer Tiger pintado de blanco -, el cual ha surgido de la nada y ha comenzado a diezmar de manera implacable a las fuerzas soviéticas. Y reconociéndolo como el culpable de la refriega que casi le cuesta la vida, Naydenov se ha embarcado en un duelo personal contra el misterioso blindado, el cual semeja menos un tanque común y más se parece a un fantasma de la guerra.

Tigre Blanco (White Tiger) Tigre Blanco es un filme curioso que fuera presentado como pre-candidato a los Oscars 2012 por parte de Rusia. Es un filme de guerra plagado de toques fantásticos y alegóricos, lo cual lo hace transitar un sendero diferente. Mientras que el 90% de la narración bordea lo excelente y la puesta en escena es tan impecable como excitante, Tigre Blanco decide desbarrancarse en el último acto, apartándose del hilo principal de la trama y metiéndose en terrenos mas propios del documental histórico. Vale decir, al momento de la resolución se va por la tangente y el espectador termina en ascuas, aún cuando el climax elegido pretende darle un giro de tuerca inesperado y racional a toda la historia. Mientras que en lo personal creo que se trata más de una pifia narrativa que de un desmoronamiento del relato bajo el peso de sus propias pretensiones, lo cierto es que Tigre Blanco no termina con una resolución limpia como debiera, dejando cierta insatisfacción a flor de labios del espectador.

Ciertamente la puesta en escena es espectacular. El director Karen Shakhnazarov – cabeza jefe de Mosfilm, el estudio mas poderoso de Rusia y que data de los tiempos de plomo de la dictadura soviética – ha puesto toda la carne al asador y ha empleado la inmensa flota de tanques soviéticos y germanos que figuran como “utilería” del estudio, los cuales provienen de la época en que el mismo era el mimado de la propaganda gubernamental comunista y tenía a su disposición todos los medios del estado. Es por ello que el clima de veracidad es palpable, y resulta delicioso ver a auténticos tanques T-34 y Panzer Tigers en acción – nada de tanques modernos camuflados o réplicas computarizadas; éstas son auténticas reliquias de guerra -, los cuales se mueven con una gracia asombrosa. El despliegue es excepcional y el grado de detalle que cubren las cámaras de Shakhnazarov resulta simplemente formidable – con tomas internas de los tanques, épicas batallas campales libradas en frondosos bosques o en el interior de destartalados pueblos; pirotecnia en abundancia, la cual sorprende por su realismo y termina resulta tremendamente excitante -. Tan sólo por la reconstrucción de época, Tigre Blanco merece un listón dorado y resulta eminentemente recomendable a cualquier fan del cine bélico, el cual se topará aquí con una tank opera de primera clase.

Mientras que el apartado histórico es pristino, el desarrollo del argumento termina resultando otro cantar. Ciertamente uno se da cuenta de que las cosas toman un cariz anormal cuando el protagonista resulta ser un soldado revivido de milagro y cuya misión en la vida es cazar a un tanque alemán fantasma – responsable del ataque que casi lo mata -, el cual aparece como por arte de magia en cada nueva ofensiva de los rojos y termina por devastar a las fuerzas comunistas en cuestión de minutos. Es impresionante ver lo rápido que el Tiger se mueve (y, mejor aún, cómo dispara – hasta 4 proyectiles seguidos en un puñado de segundos! -), lo cual lo transforma en una amenaza formidable a la cual el ejército rojo quiere echarle el guante a toda costa (recordemos que los Tigers aparecieron sobre el final de la guerra y eran unos blindados temibles, lástima que Alemania comenzó a producirlos cuando la guerra ya estaba perdida, e incluso carecía de materiales para montar una producción masiva y continua de dichos vehículos). El blindado desaparece sin dejar rastro, parece cruzar milagrosamente pantanos y otras barreras naturales infranqueables, y desata auténticas carnicerías en cada acto de presencia que hace en el frente ruso. Semejante accionar despierta la desesperación de los comandantes soviéticos, quienes disponen una versión prototipo del T-34 (dotada de mayor blindaje y mejor cañón), y al cual hacen salir a cazar al fantasmagórico Panzer alemán. Como no podía ser de otra manera, al mando del T 34 ponen al mejor tanquista del grupo – el loquito que sobrevivió al ataque inicial del Panzer -, el que se toma las cosas muy a pecho e incluso cae en una especie de delirio místico. Y es que el quía dice hablar con los tanques – ya sea los que funcionan o los destrozados en combate -, los cuales le dicen quién los ha “asesinado” (en cualquier filme norteamericano un personaje así sería seguramente encarnado por un indio, el cual interpretaría que el Panzer blanco no existe sino que es la representación pura del mal, un espíritu implacable que no puede ser derrotado por los medios tradicionales). Y aunque hay montones de oficiales que denostan al chiflado, lo cierto es que el tipo suele acertar y es el único capaz de enfrentarse al monstruo germano con cierto grado de éxito. Es en ese punto en donde Tigre Blanco se transforma en un mix compuesto de partes iguales de Duel y Moby Dick, una historia de venganza plagada de toques sobrenaturales en donde la víctima comienza a perseguir a su victimario. Ivan Naydenov es un fantasma viviente y su única razón de vivir es exterminar a su creador, el gran tanque blanco que asola las fuerzas soviéticas y que parece estar hecho de odio puro. Y tal como reza uno de los personajes del filme en un momento determinado, quizás ambos – el tanquista y el Tiger alemán – no sean mas que demonios creados por la misma guerra, figuras sobrenaturales y antagonicas que viven con el propósito exclusivo de destrozarse mutuamente a lo largo de la eternidad.

Mientras uno empieza a digerir todo esto, Tigre Blanco decide pegar un brinco de 90 grados e irse en una dirección totalmente diferente. Es cuando la narración pasa a centrarse en la figura del mayor – el tipo que supervisa al tanquista, y el cual ha comenzado a convencerse de que está presenciando el duelo de dos figuras fantasmagóricas – y en la caída de la Alemania Nazi. Es como si el gran duelo entre el tanquista y el Tigre se hubiera evaporado – aniquilando las expectativas del espectador – y hubiera sido reemplazado por un solemne documental de guerra, en donde vemos como las decadentes figuras de la germania hitleriana se someten a la humillación de la derrota y proceden a pagar los platos rotos del sangriento festival que ellos mismos desataran años antes. No es que nada de esto no deje de ser interesante, pero ciertamente no era lo que el público esperaba. Incluso vemos a Hitler en una sesión de estudio, confesando que él es una víctima de la historia, y que su figura no fue más que la materialización de todos los odios raciales y nacionales que afloraban en Europa en los años 30. Más que un impulsor, se reconoce como un catalizador histórico… mientras que una misteriosa figura termina por aprobar en silencio sus palabras.

Sumando a esto el broche abrupto del duelo entre el tanquista y el Panzer blanco – reconociéndose como figuras alegóricas; uno es el comunismo ardiente y reconstruido de entre las cenizas; el otro es el fascismo letal y puro, el cual permanecerá durmiente tras la derrota y esperará con suma paciencia el momento adecuado para volver a agazaparse -, uno termina rascándose la cabeza. Ok, lo que da el director Shakhnazarov es una lectura posible, pero de ningún modo es el desenlace natural (o esperable) de la historia. Es como si faltaran escenas que facilitaran el camino para semejante transición, para digerir el decantamiento del relato en alegoría pura – traída de los pelos, pero alegoría al fin -, quedando en cambio como un final apurado, forzado y poco satisfactorio. Ni siquiera la relectura como alegoría da para pensar en una visión alternativa al estilo de Sexto Sentido esto es, ver el filme de vuelta e imaginar que el tanquista nunca existió; que solo está en la imaginación de los oficiales, al igual que el Tiger blanco -; simplemente no se ha cometido el mismo cuidado narrativo que montara Shyamalan con su obra de culto, con lo cual el final resulta sorpresivo simplemente porque es abrupto – como dijo alguien una vez, éste es uno de esos casos en donde la película simplemente se detiene -. Considerando los quilates de las escenas previas, el final es pobre ya que uno aguardaba un remate espectacular o, al menos, una vuelta de tuerca inteligente.

Tigre Blanco es un filme dispar. El 90% es apasionante y formidable, pero carece de un final que le haga honor a las circunstancias. El último acto es abrupto y poco convincente, y termina por empañar los meritos de la obra, los cuales abundan pero no alcanzan para darle la estatura de clásico que le debería haber correspondido si hubiera tenido un climax acorde a lo particular de su naturaleza.