Crítica: Trinity and Beyond: The Atomic Bomb Movie (1995)

Volver al índice de críticas por año / una crítica del film, por Alejandro Franco

Recomendación del EditorUSA, 1995: narrada por William Shatner

Director: Peter Kuran, Guión: Scott Narrie & Don Pugsley

Trama: Un repaso de todos los test nucleares conocidos, comenzando por la prueba de la primera bomba nuclear (Trinity) en Alamo Gordo en 1945 hasta el tratado de prohibición de test atómicos al aire libre firmado por John Fitzgerald Kennedy a principios de los años 60.

Arlequín: Crítica: Trinity and Beyond: The Atomic Bomb Movie (1995)

El mundo moderno está plagado de vicios, muchos de los cuales tienen que ver con los medios de comunicación. Cuantos mas existen, mas distancia ponemos entre nosotros y la cruel realidad de la noticia. En la época en que sólo existía la radio y el diario, el clima de incertidumbre era constante y uno se estremecía ante el descubrimiento de la tragedia en las escasas ocasiones diarias en que uno se ponía al tanto de los sucesos del mundo. Cuando el cine y la televisión atiborraron nuestros sentidos con datos – y mas tarde, Internet -, comenzamos a ver las catástrofes con una impasibilidad escalofriante. No sé si es que el espíritu humano ha aprendido a aceptar la magnitud de los horrores de los sucesos planetarios, o simplemente se trata de una indiferencia impuesta por la repetición y la distancia. Es como cuando el conductor del noticiero te dice que murieron decenas de miles de personas en un terremoto, esboza una sonrisa y pasa a darte el reporte del tiempo con una superficialidad chocante. Lo que vemos en las pantallas no pasa en nuestro mundo, no nos toca de cerca, se ha convertido en algo anecdótico y termina por diluir el impacto de la tragedia.

Algo parecido ha ocurrido con la Guerra Fría. Para quienes vivimos al sur del Ecuador, nunca percibimos la verdadera magnitud del conflicto – de que la posibilidad de que el mundo se fuera al garete en un caos atómico desatado por una guerra intercontinental entre Estados Unidos y la Unión Soviética fuera real -, y nos pareció un disparate salido de un mal filme de serie B. Pero, en cambio, para los que vivían en el primer mundo, la realidad era aterradora y la paranoia era palpable en los momentos mas álgidos del conflicto – como pasó con la crisis de los misiles cubanos de Octubre de 1962 o la escalada diplomática de la década del ochenta con Ronald Reagan al mando -. Imaginen vivir en un mundo infestado de propaganda profiláctica sobre los efectos de la radiación, hacer ensayos en las escuelas sobre un eventual bombardeo nuclear, o tener al lado de nuestra casa a un vecino dotado de un bunker nuclear en el sótano de su vivienda.

A mí los artefactos históricos de la Guerra Fría siempre me fascinaron, en especial los producidos durante los inicios de la misma a finales de los años 40. El cine de la época explotó el temor atómico con fines tanto comerciales como catárticos, y la gente acudía en masa a las salas para ver escenarios apocalípticos metafóricos, en donde el bombardeo nuclear y la invasión soviética eran trocados por monstruos gigantes e invasiones alienígenas. Pero, de algún modo, la saturación del tema terminó por cansar al público, y en 15 años el género terminó por agotarse. No es que la Guerra Fría hubiera dejado de existir, pero la gente quería estremecerse con otros temas, o simplemente había enterrado sus temores en lo mas profundo de su piel y quería disfrutar otras formas de pasatismo que no le recordaran la shockeante crueldad del mundo real. Trinity and Beyond: the Atomic Bomb Movie es uno de esos artefactos históricos. Es un documental que retrata la historia de los tests nucleares mas conocidos, desde el inicio de la era atómica hasta principios de los años 60 cuando Kennedy ordenó el secretismo y dispuso que las siguientes pruebas atómicas se harían bajo tierra, ya que al aire libre suponían un peligro formidable debido a la lluvia radiactiva y la escalada de la potencia de los dispositivos testeados. Para ese entonces nuestro virginal planeta había sido sacudido con centenares de explosiones nucleares, una orgía de destrucción como nunca antes se habia visto – a excepción del super meteorito que extinguió toda la vida sobre la Tierra hace 65 millones de años -.

Ciertamente es un filme espectacular. Las filmaciones de las pruebas atómicas han sido pulidas y reformateadas a Alta Definición; el sonido ha sido mejorado. Hay un montón de nuevo footage (desclasificado al momento de armar el documental) que resulta fascinante, como el traslado de Fat Man y Little Boy (las dos primeras bombas atómicas de la historia, construidas en Alamo Gordo en 1945) a una isla cerca de Japón (desde donde partirían los bombarderos que arrasarían Hiroshima y Nagasaki en agosto de ese año), el montaje de los científicos, la intimidad de Alamo Gordo, los despegues, las instalaciones usadas en otros tests nucleares super secretos (como los ocurridos en el Pacífico durante la década del 50), y un vasto etcétera que hará las delicias del apasionado por estos temas. A esto se suma un soundtrack totalmente épico montado por la Sinfónica de Moscú, el cual le da un aura mistica tan potente a los ensayos que termina por producirte escalofríos – ¿recuerdan el salto HALO de Godzilla (2014)?; imaginen 10 secuencias con ese clima! -. En el fondo cada prueba atómica es el hombre abriendo la puerta de lo desconocido y desencadenando sobre la Tierra el poder destructor de un Dios.

Y si como espectáculo y trivia militar es fascinante, por otra parte sus intenciones de crítica resultan superfluas. El filme está tan obsesionado con realzar el show de la destrucción que termina convirtiéndose en un espectáculo fetichista que adora lo que pretende defenestrar. Peter Kuran – un tipo de efectos especiales que ha trabajado para la ILM – ha hecho una segunda carrera basada en su pasión por las pruebas nucleares, sea publicando libros como Cómo Fotografiar una Explosión Atómica (2006), realizando mas documentales como Bombas Atómicas en el Espacio (1999), Viajes Atómicos: Bienvenido a la Zona Cero (1999) o retratando la vida de los documentalistas que filmaron los tests nucleares. Definitivamente no es un pacifista condenando las pruebas sino un tipo fascinado con el sonido y la furia del poder atómico. Ok, el tipo retrata como ninguno el infierno nuclear pero, salvo dos o tres notas al margen hablando de la cantidad de muertos producidos por las explosiones y la radiactividad residual, el quia jamás termina de condenar con vehemencia la locura de la carrera armamentista, o lo disparatada que resulta la idea de que una bomba pueda aniquilar millones y vaporizar ciudades en cuestión de segundos. Todo es visto como un efecto colateral y, en sí, es como si el filme lo hubiera dirigido Charlton Heston o algún fanático a ultranza de la Asociación Nacional del Rifle.

Trinity and Beyond: the Atomic Bomb Movie es un documental fascinante. Como espectáculo visual es incomparable, el drama es que no es muy objetivo que digamos. Se envicia con la locura nuclear y no analiza el fenómeno con objetividad, limitandose a vomitar los hechos históricos con una frialdad absoluta, usándolos como pretexto para iluminar una y otra vez la pantalla con el fuego atómico en vez de analizar en profundidad las escalofriantes repercusiones de semejantes acontecimientos.