Crítica: Infierno en la Torre (El Coloso en Llamas) (The Towering Inferno) (1974)

Volver al índice de críticas por año / una crítica del film, por Alejandro Franco

USA, 1974: Steve McQueen (jefe Michael O’Hallorhan), Paul Newman (Doug Roberts), William Holden (James Duncan), Faye Dunaway (Susan Franklin), Fred Astaire (Harlee Claiborne), Susan Blakely (Patty Simmons), Richard Chamberlain (Roger Simmons), Jennifer Jones (Lisolette Mueller), O.J. Simpson (Harry Jernigan), Robert Vaughn (Senador Gary Parker), Robert Wagner (Dan Bigelow), Susan Flannery (Lorrie)

Director: John Guillermin (escenas de acción dirigidas por Irwin Allen), Guión: Stirling Silliphant, basado en las novelas The Tower de Richard Martin Stern y The Glass Inferno de Thomas N. Scortia y Frank M. Robinson, Musica – John Williams

Trama: El arquitecto Doug Roberts, diseñador del rascacielos más alto del mundo conocido como la Torre de Cristal, ha detectado numerosos problemas eléctricos en la instalación del edificio y se lo comunica al dueño del mismo, el millonario James Duncan. El responsable es el yerno de Duncan, Roger Simmons, que ha reemplazado los materiales por otros de menor calidad. Simmons no aparece mientras el tiempo corre para la celebración de la apertura oficial del edificio esa misma noche. Pero al inicio de la fiesta, un incendio se desata en el piso 81 y pronto se propaga al resto del rascacielos. Atrapados en el salon Promenade (en el piso 135), quedan Duncan, el alcalde y varios invitados VIP. Al rescate acude el equipo de bomberos de San Francisco, liderado por el jefe O´Hallorhan. Pero numerosas explosiones provocan que el incendio se salga de control y no halla forma posible de un rescate masivo de las 200 personas aisladas en el salón Promenade. Corriendo una carrera contra el tiempo, O´Hallorhan y Roberts intentarán improvisar soluciones de rescate desde sus respectivos lados.

Infierno en la Torre El cine catástrofe no es un género absolutamente nuevo, ni siquiera uno que haya inventado Irwin Allen. Desde principios de siglo han existido esporádicos filmes sobre desastres, sin contar a los de los monstruos radiactivos e invasiones marcianas (que en realidad se han transformado en un género por sí mismo). Los Ultimos Dias de Pompeya (1935), San Francisco (1936) o Una Noche para Recordar (1958) son algunos exponentes del género que trataban, respectivamente, la explosión del Vesubio a principios de la era cristiana, el terremoto de San Francisco de 1906, o el hundimiento del Titanic.

Como género, el cine catástrofe es uno de los más despreciados. No es difícil comprender el por qué; se trata de un género que se basa en los efectos especiales y, mientras tarda en llegar la gran secuencia de FX hay un enorme y largo relleno de drama de stock protagonizado por estereotipos. Lo que haría Irwin Allen es tomar esas bases y convertirlo en una fórmula que terminaría por erigirse como el standard del género. Esto es, desastre que se aproxima por causas naturales o de negligencia de las autoridades / responsables; un monton de parejas que aportan pequeñas historias dramáticas y que sólo sirven para plantear el interrogante de quién quedará vivo; el héroe, que lidera el rescate y se las conoce todas; un montón de personajes de stock, creados simplemente para generar impacto cuando mueren sorpresivamente; largas secuencias de supervivencia – que llamaríamos las maratones del cine catástrofe -, donde numerosos personajes deben sortear un obstáculo hasta que alguien se muere (la misma escena repetida de modo interminable con cada actor); y un rescate milagroso donde el malo / negligente recibe el castigo que se merece.

Irwin Allen era un productor y director que había obtenido un modesto éxito con Viaje al Fondo del Mar (1961), la que luego terminaría por adaptarla como serie de TV, y comenzaría una larga trayectoria como productor televisivo. De esa epoca datan la series Viaje al Fondo del Mar (1964 – 1968), Perdidos en el Espacio (1965 – 1968), El Tunel del Tiempo (1966 – 1967) y Tierra de Gigantes (1967 – 1970). La series de Allen se basaban en ciencia ficción, y terminaban por ser flagrantes copias de otros clásicos (20.000 Leguas de Viaje Submarino, Robinson Crusoe, La Máquina del Tiempo o Los Viajes de Gulliver), con presupuestos mínimos, conceptos científicos atroces y guiones terribles. El éxito de Allen se basaba en la fascinación del público por la idea que él vendía, pero con el tiempo ni los ratings ni los ejecutivos de los canales terminaban por soportar los bajos niveles de calidad de sus productos. Decidido a dar el gran paso, Allen regresaría al cine; casualmente el éxito de Airport (1970) le daría la señal de que el público gustaba del cine catástrofe, y se lanzaría con La Aventura del Poseidón (1972) en el género. Con el tiempo Irwin Allen sería el Dios del rubro, título que duraría todo el resto de la década hasta la terrible When The Time Ran Out (1980). Airplane!la satira de Zucker, Abrahams y Zucker sobre el género – terminaría por bajar al telón al cine catástrofe, precisamente con un drama de aeropuerto tal como lo había iniciado Airport.

The Towering Inferno (1974) es la segunda incursión de Allen en el género. Y posiblemente sea la mejor de las películas de desastres de los 70. La génesis del proyecto fue algo curiosa; con el cine catástrofe en boga, la Warner adquirió los derechos de la novela The Tower, para descubrir que 8 semanas después Allen había comprado para la Fox la opción sobre el libro The Glass Inferno. En The Tower, un terrorista suicida detona una bomba en la base de un edificio mientras una fiesta VIP se desarrolla en el penthouse del mismo y los invitados quedan atrapados. Mientras, en The Glass Inferno la baja calidad de los materiales de construcción es alertada por el arquitecto del edificio mientras un incendio comienza a devorar el rascacielos. Como las tramas eran parecidas, la Warner y la Fox se aliaron y pusieron a Allen a cargo del proyecto. Allen trajo al guionista Stirling Silliphant (premiado por la academia por el libreto de In The Heat of The Night), que se puso a mezclar historias y personajes de las dos novelas, amén de aportar ideas originales.

Los libros, en realidad, intentanban reflejar algo de la paranoia de los setentas con los desastres en rascacielos. La construcción de las Torres Gemelas data de esa época, justo cuando cuando se suceden catástrofes con el incendio de dos edificios en San Pablo (Brasil) en 1972 y 1974, con enorme número de víctimas. La hipótesis de un siniestro en un rascacielos, y que este se convirtiera en una trampa mortal, no resultaba tan disparatada…

Pero yendo al film, Infierno en la Torre es larga, excesiva y pretensiosa como todas las películas de cine catastrofe. Dura dos horas y media que, a pesar de un buen ritmo, terminan por sentirse. El film realiza unas cuantas cosas bien: no hay demasiadas historias – al contrario de las interminables parejas de viejitos enamorados, esposos engañados, ladrones, suicidas, etc. que suele ofrecer el cine de aeropuertos -; a los pocos minutos de iniciada la película ya estamos involucrados con el siniestro; la evolución del mismo tiene cierta tensión; hay algunas muertes sorpresivas y espectaculares; hay unas cuantas buenas actuaciones; y no satura demasiado al espectador con ridículeces. El problema es que en su fase intermedia, cae en todos los clisés y las fallas que se le atribuyen al cine catástrofe. Cuando la Sra. Mueller baja a rescatar a la madre sorda y sus hijos, uno se agarra la cabeza. Es una escena terriblemente mala, predecible, absurda, seguida de la clásica prueba muscular del género – donde una escalera o puente se desmorona y todos los actores pasan de un modo interminable por dicho obstáculo -. Pero después retoma bastante bien el ritmo y se deja ver.

Pero, en general, el pegamento con cola de los dos libros se hace notar. Todas las escenas de Paul Newman van de lo standard al clisé puro, duro y mediocre. No es un problema del actor, sino de las líneas y secuencias que el guión le ha dejado. El codicioso Richard Chamberlain que le hace ahorrar unos dólares a su suegro con cables eléctricos de mala calidad; el héroe que quiere abandonar su carrera y debe rescatar a todos a último momento; el romance ilegal, etc. etc. Las escenas con Fred Astaire son también espantosas, y hay bastante incoherencia en todos los sentidos: desde incendios que salen en 6 o 7 pisos simultáneos – en realidad se generó en uno sólo… ¿cómo hizo para ir al 65, al 138, al…? -, teléfonos y luz que funcionan a pesar de que los pisos intermedios estén ardiendo como el Infierno del Dante; bomberos que intentan apagar el siniestro con mangueritas de jardín….

Por suerte llega Steve McQueen a rescatar el día. Mientras que el resto de las escenas van de correctas a abominables, todas las secuencias con los bomberos son muy buenas. McQueen se devora la pantalla, actúa de modo lógico y coherente, es arriesgado e ingenioso. El rescate del ascensor panorámico es espectacular así como la excelente escena del cable que tiran entre los dos edificios (y que pasan a la gente a través de una jaula de metal). El problema es cuando McQueen no está en pantalla y la pueblan todos los estereotipos que deambulan por escena. Uno piensa que el film podría haber sido formidable si se hubiera podado a la mitad y sólo hubieran dejado la historia de los bomberos.

Con sus incoherencias y disparates, The Towering Inferno es una película de catastrofes que se deja ver y resulta entretenida. Al menos dispara secuencias a cada momento, de modo de si una resulta absurda no pasa mucho antes que venga otra escena que puede estar mejor. Pero al menos depara algunas sorpresas, con lo cual el interés nunca termina por decaer demasiado.