Crítica: Tommy (1975)

Volver al índice de críticas por año / una crítica del film, por Alejandro Franco

GB, 1975: Roger Daltrey (Tommy Walker), Ann-Margret (Nora Walker), Oliver Reed (primo Frank), Keith Moon (tío Ernie), Paul Nicholas (primo Kevin), Jack Nicholson (el especialista), Tina Turner (la reina del acido), Elton John (el mago del pinball), Robert Powell (capitán Walker)

Director: Ken Russell, Guión: Ken Russell, basado en la opera rock escrita por The Who

Trama: Tommy es un bello muchacho que es ciego, sordo y mudo luego que sufriera un serio trauma en su niñez. Atormentada por ser la causante del trauma – ya que el chico la vio en la cama con su amante – su madre ha dedicado su vida entera a llevar al niño a todo tipo de especialistas y sanadores para dar con una cura para su mal. Pero aún en su estado catatónico Tommy logra sentir cosas, en especial cuando descubre la magia encerrada en un juego de pinball. Convirtiéndose en el amo absoluto del juego a nivel mundial, Tommy se hace un referente de la juventud y su madre cree ver allí una oportunidad para su sanación. Entregada en cuerpo y alma a su hijo, los gritos de desesperación de la madre surten efecto y Tommy logra volver a la normalidad. Y ahora, en su nuevo estado, es visto como un Mesías que es seguido por millares alrededor de todo el planeta. Pero pronto muchos comenzarán a sentrise decepcionados por no hallar el mismo estado de elevación encontrado por Tommy, y comenzarán a renegar de la nueva religión… una situación que puede devenir en un desastre para el nuevo Mesías y sus seguidores más cercanos.

Tommy Tommy es la opera rock de culto escrita por el grupo inglés The Who en 1969. Se lo considera la primera opera rock – al menos eso cita la Wikipedia; en todo caso, admitiré mi culpa diciendo que el la historia del rock no es mi especialidad -, y una obra sumamente influencial en cuanto a estructura y estilo. Desde ese punto de vista todo lo que siguió ha tomado pautas de lo creado por los chicos de The Who, léase ejemplos tan dispares como Jesucristo Superstar, Jeff Wayne´s La Guerra de los Mundos o Evita. Incluso el espíritu de The Who se trasladó a otras bandas británicas, quienes comenzaron a diseñar sus propias operas tock (como para no ser menos), como ocurrió con Genesis y su The Lamb Lies Down on Broadway, o Pink Floyd con ese enorme clásico que fue The Wall.

Aún a riesgo de ser considerado un hereje, me atreveré a exclamar que Tommy – como opera rock – es un inmenso bodrio. Salvo un par de canciones pasables, el resto no es mas que una densa monotonía cuyas letras carecen de interés. Es cierto que el 95% de los textos son parlamentos escritos para seguir avanzando en la historia, pero aún así carecen de ritmo, o siquiera resulta interesante el mensaje. Uno puede percibir atisbos de conceptos que más tarde terminarán desarrollados con mayor eficiencia y talento en The Wallel enorme trauma de la guerra, segadora de padres de familia y creadora de una generación rebelde y distante; la cultura pop como nueva religión abrazada por esa generación de jóvenes desencantados; el auge de las drogas y la sicodelia; el rechazo al conservadurismo de la educación británica -, pero aquí todo se va en palabras y los propósitos terminan siendo mucho más confusos. Es como una historia escrita en una noche de fumata, en donde hay un encadenamiento de conceptos supuestamente trascendentales que se quedan más en el propósito que en los hechos; el texto nunca termina por transmitir algo revelador, y termina transformándose en una sucesión de escenas bizarras. Ni siquiera el final es satisfactorio. Entre las dispares canciones de The Who y algunas interpretaciones vocales realmente chocantes – ¿quién le dijo a Oliver Reed que podía cantar? -, musicalmente Tommy es un ladrillo difícil de digerir. Eso me hace acordar a los críticos que se desvivían por el musical Cats el cual tuve la suerte de ver – y, a excepción de Memories, el resto de la historia (y de las canciones) era de una estupidez acalambrante. Acá las cosas no son tan intolerables como Cats, pero tampoco resultan del todo felices. Da la impresión que Tommy desborda de ideas – el juego como cultura de masas, la idea de un ídolo juvenil convertido en nuevo mesías, el encierro mental como única protección a la agresión del mundo exterior – pero no sabe cómo elaborarlas de una manera madura. Considerando una obra similar como The Wallescrita 10 años después, y mucho más potente en cuanto ideas y sonido – uno se da cuenta de las limitaciones de Tommy.

Mientras que la opera rock en sí no me hace feliz, un aspecto radicalmente diferente es la puesta en escena, la cual bordea el delirio salvaje. Uno podría decir que la visión de Ken Russell es la única gracia que salva del fuego a Tommy. Todo es colorinche y exagerado, desbordante de detalles, y con una imaginería más que notable – desde la habitación pintada en impoluto blanco, la cual es inundada por toneladas de chocolate que sale del televisor de Ann-Margret, hasta la iconografía con Roger Daltrey como nuevo mesías de una religión basada en el pinball -. En sí, lo visual termina siendo lo único realmente atractivo de la obra, ya que el resto es un compilado de pretensiones a medio camino.

Es posible que mi opinión genere polvareda – un montón de gente me va a escupir en la cara el número de los millones de copias que vendió Tommy en todo el mundo -, pero masivo no implica necesariamente calidad (o al menos, status de obra maestra). Tommy puede ser seminal históricamente como opera rock, pero carece de ritmo y profundidad. ¿Cuál es el sentido último de que el protagonista pase por todo tipo de desgracias?. ¿Acaso se transformó en mesías a causa del dolor y las drogas?. ¿Acaso es un mesías incomprendido por las masas, que termina ascendiendo al cielo en solitario?. ¿Acaso semejante historia le importa a alguien?. Quizás el punto sea que la prepotencia del texto impide establecer algún tipo de vínculo emocional con el público – ni siquiera el distanciamiento alegórico entre padres e hijos termina siendo desarrollado como corresponde -, y se transforme en un espectáculo estrictamente egocéntrico. Ver a Roger Daltrey surcando los cielos y berreando a toda voz que él es la luz, me parece una exclamación sin sentido (¿por qué es el elegido? ¿sólo porque recuperó el uso de los sentidos?; en todo caso el ser el sujeto de un milagro no lo transforma a uno automáticamente en un profeta lleno de sabiduría… y mucho menos con lo que disparan los textos de las canciones de la banda sonora). Y si bien The Wall también era una obra estrictamente egocéntrica – regresando una y otra vez sobre el dolor y las frustraciones del protagonista -, al menos su sufrimiento tenía potencia y cierto carisma, algo con lo cual uno se compenetraba. Aquí todo termina siendo sicodelia textual superficial, en donde las imágenes de Ken Russell terminan por robarle el espectáculo a una opera rock carente de mensaje.