Crítica: De la Tierra a la Luna (1958)

Volver al índice de críticas por año / una crítica del film, por Alejandro Franco

USA, 1958: Joseph Cotten (Victor Barbicane), George Sanders (Stuyvesant Nicholl), Debra Paget (Virginia Nicholl), Don Dubbins (Ben Sharpe), Carl Esmond (Julio Verne)

Director: Byron Haskin, Guión: Robert Blees & James Leicester, basados en la novela homónima de Jules Verne

Trama: Estados Unidos, poco después del fin de la Guerra de Secesión. El líder de la industria armamentista Victor Barbicane ha descubierto un sensacional explosivo – denominado Poder X – que supera la performance de todo lo conocido hasta entonces. Pero Barbicane es visto como la encarnación del mismísimo demonio por su amargo rival Stuyvesant Nicholl, creyendo que ha desatado el poder de Dios y que el nuevo explosivo podría devastar al planeta en sangrientas guerras. Para demostrar la potencia del Poder X, Barbicane decide lanzar un obus a la Luna, el que provocaría un crater visible desde la Tierra y serviría como ardid publicitario. Pero los peligros del proyecto, su costo monumental y las presiones del gobierno – temiendo de que el obus explote en la atmósfera o caiga sobre una ciudad – obligan a Barbicane a congelar sus planes. Es entonces cuando al científico se le ocurre reformular el propósito de su plan, y enviar una misión tripulada a la Luna. Y para ello deberá contar con la ayuda de Nicholl, ya que el mismo ha desarrollado un metal liviano e indestructible, material que resulta indispensable para manufacturar una cápsula y evitar que se desintegre en su reingreso a la atmósfera.

De la Tierra a la Luna De la Tierra a la Luna es otra adaptación de las obras de Julio Verne que estaban tan en boga en los años cincuenta, después de los sucesos de 20.000 Leguas de Viaje Submarino (1954) y La Vuelta al Mundo en 80 Días (1956).

A decir verdad nunca he sido demasiado entusiasta de la ciencia ficción victoriana. El problema suele ser los parlamentos elaborados del género, que se ven demasiado teatrales y sirven como un largo relleno hasta llegar al meollo del asunto – un viaje fantástico, un aparato futurista, el descubrimiento de alguna civilización desconocida, la apertura de una dimensión fabulosa -. Es prácticamente el mismo defecto que ha lastrado todas las adaptaciones de terror gótico, que ahora se ven pesadas y anticuadas para el público moderno. Eso no quita de que haya buenas obras de ciencia ficción victoriana (o steampunk), pero suelen funcionar mejor en el papel que en su puesta en escena.

En el caso de De La Tierra a la Luna resultaba fascinante apreciar la imaginería de Julio Verne para resolver los problemas que supondría poder viajar a nuestro satélite con tecnología del siglo XIX. La comida, el aire, la gravedad, el regreso. Verne funciona preponderantemente en términos enciclopédicos, en donde la aventura es casi una excusa para instruirse sobre ciencias de una manera mucho más amena que leyendo un libro de texto. El problema de adaptar a Julio Verne al cine es cómo compensar esa poda de información de texto a la vez que generar un relato interesante.

Pero de todas las adaptaciones existentes de las obras de Verne, De la Tierra a la Luna es una de las más terribles y frustrantes – amén de que no es muy fiel al original -. Es un filme plagado de problemas ajenos que terminaron por afectarlo de manera mortal. Es la última película realizada por la RKO antes de cerrar, con lo cual hay un completo desdén por todos los aspectos de producción – incluyendo un sorpresivo recorte presupuestario que obligó al director Byron Haskin a hacer malabares para cerrar de alguna manera la historia y poder estrenar el filme -. El resultado final es una película que comienza ok – rutinaria pero prolija -, y cuando llega al núcleo de la historia (el viaje a la Luna) se va a los caños realmente muy mal. Los americanos tienen un calificativo para esto: crash and burn (chocar y explotar).

La primera mitad de la película es rutina pasable de matineé. Como en todo filme de sci fi de los cincuenta, hay otra oda en contra de la ciencia – que abre cajas de Pandora, las cuales van a devastar al mundo – ejemplificada en el Poder X de Barbicane como un émulo de la energía atómica. Pero el libreto no tiene para nada claro qué hacer con los personajes y sus posturas – el descubridor del Poder X es el héroe, y uno que expone racionalmente las ventajas de que cada nación disponga de semejante explosivo para equilibrar las cosas y que no hayan guerras (o sea, la misma paz armada que la Guerra Fría); su opositor es un pacifista al que el guión lo tilda de loco y fanático religioso -, lo cual termina resultando bastante disparatado. Joseph Cotten es un tipo agradable y carismático pero a la vez es quien quiere hacer pruebas demenciales con su explosivo (provocar un cráter en la Luna) para que sirva de publicidad y la industria armamentista gane dinero. A uno le da la impresión que el guión hubiese sido escrito por Charlton Heston o algún otro demente de la Asociación Nacional de Rifles, para los cuales la guerra y las armas son un estado natural y un deber del ser humano.

Mas allá de semejante postura ideológica polémica, uno lo que espera es el viaje a la Luna. Aquí el monumental cañón que narraba Verne es reemplazado por un hoyo enorme (teoricamente el cañón está enterrado… o no había más presupuesto para efectos especiales), desde el cual se va a disparar el proyectil – cohete. Pero acá es cuando la credibilidad empieza a ir a los tumbos (y muy mal); primero porque en tres meses Barbicane rearma todo el proyecto para disparar un proyectil tripulado; segundo, porque cuando llegamos al momento del lanzamiento, la cápsula – que era modesta en el libro de Verne – se ha transformado en una especie de Transatlántico de lujo, enorme y llena de inventos completamente delirantes (y poco prácticos). Por ejemplo, hay una máquina centrífuga que contiene tres cilindros de vidrio – en los cuales se meterá la tripulación al momento del lanzamiento – y que gira a una velocidad descomunal para compensar el shock de la fuerza G. Cuando uno ve el dispositivo en funcionamiento, llega a la conclusión de que los actores deben haber vomitado lo que comieron el viernes pasado al momento de rodar la secuencia. Además del hecho ridículo de que la hija de Nicholl (colada en la nave) se oculta en un simple traje espacial y sobrevive como si nada la letal fuerza G del despegue.

El interior de la cápsula es sencillamente cualquier verdura. En una época en donde la energía era a vapor o a gas, toda la nave funciona a base del Poder X (cuando éste en realidad es un explosivo, no una fuente de energía; es como si la misión Apollo hubiera funcionado a base de dinamita!). No hay tablero de comandos sino que cada cosa está oculta en unas ridículas cajitas de fusibles empotradas en la pared; giroscopios y fuentes de energía son escenificados con unos mamotretos coloridos y girantes (esto me hace acordar a ¿Y Donde Está el Piloto? II, en la escena en que William Shatner decía: “¿que hacen estas luces del tablero de comando?. – Sólo hacen pitidos, prenden y apagan. – Ah, bueno. Quiero más luces prendiendo y apagando!“).

Para esa altura la ciencia es ridícula, la trama inconsistente y los decorados se caen de baratos. Pero la cosa se pone aún peor ya que el pacifista demente de George Sanders sabotea la misión, y todo el elenco se la pasa gritándose entre las cuatro paredes de la nave. El problema es que a la película (y al guión) nunca le interesó explicar demasiado cómo funcionaba la cápsula o en qué consistía la misión. Lo que siguen son Deus Ex Machina de todo tipo y color – sobre el final uno se entera de que la nave puede dividirse en cuatro; los sabotajes de George Sanders pueden corregirse si desvian energía de una parte a la otra (?) -, y en los últimos minutos todo se va por la borda. Cuando llegan los créditos finales, uno no sabe si toda esa gente murió o sigue viva; como la RKO amputó los fondos para rodar escenas en la Luna, hay un corte abrupto de la historia y aparece Julio Verne hablando a la cámara y despachándose con un discurso pretencioso y vacío. Chim Púm, se terminó.

Las buenas performances del cast (en especial de Joseph Cotten) no alcanzan para redimir lo mal manipulado que está todo el filme. Los efectos especiales son pocos y malos; la trama es inconsistente; los héroes tienen posturas polémicas; y toda la secuencia del viaje a la Luna está orquestada para el demonio. De La Tierra a la Luna es simplemente una película que nunca debería haber visto la luz; cambios de último momento y recortes presupuestarios terminaron por parir este engendro, frustrante por donde se lo mire.