Crítica: Tesis (1996)

Volver al índice de críticas por año / una crítica del film, por Alejandro Franco

Recomendación del EditorEspaña, 1996: Ana Torrent (Ángela), Fele Martínez (Chema), Eduardo Noriega (Bosco), Xabier Elorriaga (Castro), Miguel Picazo (Figueroa), Nieves Herranz (Sena), Rosa Campillo (Yolanda)

Director: Alejandro Amenábar, Guión: Alejandro Amenábar y Mateo Gil

Trama: Angela es una estudiante que asiste a clases en la Facultad de Ciencias de la Comunicación, y se encuentra trabajando sobre su inminente tesis de fin de curso, la que trata sobre la violencia en el cine. Al solicitarle material de estudio a su profesor, éste termina por obtener una cinta proveniente de un compartimiento desconocido de la videoteca pero, al verla, la potencia de sus imágenes termina por provocarle la muerte de un ataque al corazón. Angela descubre el cuerpo y la cinta, y decide llevarse el videocassette sin comunicarle a nadie el fallecimiento del profesor. La chica examina el video y descubre, para su horror, que se trata de una cinta snuff en donde una compañera de estudios (que daban por desaparecida) es brutalmente golpeada y torturada hasta matarla. Ahora Angela y un amigo han decidido ponerse a investigar, pero la pesquisa parece haber atraído la atención del asesino y los dos muchachos deberán pelear para mantenerse con vida mientras descubren la identidad del homicida.

Yo me acuerdo cuando se estrenó Tesis. La crítica intelectualoide vernácula del momento habló de un trabajo estudiantil del chileno Alejandro Amenábar, que había entrado en el circuito comercial y que había ganado la atención de crítica y público de manera exagerada. Por ende, terminó despreciándola, y esos mismos idiotas terminarían por tragarse los mocos cuando 8 años después Amenábar ganara el Oscar por Mar Adentro.

Tesis no será merecedora del Oscar, pero el talento de Amenabar transpira por todos sus poros, y se nota que el director – que para ese entonces sólo contaba con 24 años (!) – tenía una seguridad y claridad de ideas propia de un veterano. No es que Amenabar esté cubriendo terreno nuevo, pero lo hace de una manera increíblemente apasionante. Acá el chileno decide hacer un thriller basado en la leyenda urbana del cine snuff – filmaciones caseras con gente mutilada y asesinada frente a cámaras -, género del cual hablamos precisamente al comentar Snuff (1971). El mismo tema ha sido cubierto por decenas de filmes, como Peeping Tom (de 1960, y primer antecedente del género), hasta 8 MM (1999) y Testigo Mudo (1994). Acá una chica (Ana Torrent, la ex estrella infantil de El Espiritu de la Colmena y Cria Cuervos) se topa por error con una cinta snuff y, en el proceso de investigación sobre su origen, termina por llamar la atención del principal sospechoso – el ex novio de la víctima -, quien empieza a obsesionarse de manera inusual con la muchacha.

Hay numerosos detalles interesantes en el filme. El primero es que la tesis de Angela se basa en la violencia y para ella, los demás alumnos y los profesores, ello es sinónimo de pornografía – incluso en la videoteca las ejecuciones están en el mismo lugar que los videos de Linda Lovelace, por poner un ejemplo -. Esto podría traducirse como una postura conservadora de los creativos del filme, que entienden que masacres y sexo duro responden a los mismos patrones de autoestimulación por parte del espectador, lo cual considero incorrecto. Obviamente habrá perversos que puedan obtener placer sexual ante la presencia de imágenes shockeantes – que produzca fantasías necrofílicas a lo Nekromantik, o bien que reflejen una imaginería retorcida de dominación y poder -, pero la mayoría de los espectadores de cintas sangrientas pasan por cierta fascinación morbosa por la muerte, y ese es uno de los puntos principales del filme de Amenabar. La mayoría queremos ver lo que se nos prohibe; y cuando se trata de la muerte de otro ser humano, hay como una sensación de urgencia de cruzar los límites, ver de lo que estamos hechos, contemplar nuestra propia reacción ante la muerte e, inconscientemente, imaginarnos en el lugar de la víctima (¿nuestra muerte será así?). Ello es lo que ocurre con la primera escena, en donde Angela siente una necesidad compulsiva de presenciar el cadáver destrozado en las vía del metro por las cuales está siendo evacuada. Pero curiosidad insana no equivale a desviación, que es el contrapunto de la historia, ya que el primero no implica hábito. El snuff es precisamente un insalubre coctel de sexo y muerte; es un rodaje ex-profeso en donde el individuo que filma, el que tortura y el que ve la filmación experimentan una sensación de placer con la contemplación de la degradación y muerte de la víctima. Una cosa es ver una ejecución pública con inusual curiosidad, y la otra es volverse adicto a un espectáculo degradante en donde la muerte es el equivalente orgasmico de la historia. Y de este modo, regresando al principio, podríamos decir que la clasificación de la videoteca fue hecha por el mismo asesino, ya que para él la muerte, el gore y el sexo estarían en la misma repisa y con igualdad de categoría.

Mientras Amenabar se entretiene con este debate sobre la fascinación sobre la muerte, por otro lado se despacha con un thriller más que sólido. Los méritos del filme se basan en buenos personajes, excelentes actuación y un gran clima. Las expresiones de Ana Torrent son formidables, en especial cuando se cruza con el principal sospechoso – Eduardo Noriega, que destila amenaza por todos sus poros, y que parece una versión juvenil de Benicio del Toro – y empieza a vivir aterrorizada. Quizás lo más destacable de Tesis sea que el temor de Torrent es transmisible al espectador.

Mientras que el 80% de Tesis bordea la calidad de la obra maestra, el filme afloja bastante en el último tercio, especialmente porque Amenabar cae en rutinas propias del cine norteamericano. En todo thriller deben haber sospechosos, y el problema de Tesis es que se queda algo escaso en ese departamento. Entonces Amenabar intenta embarullar el ambiente diciendo que los buenos no son tan buenos y los malos quizas no sean malos, lo que termina de atentar contra la credibilidad de un relato que había logrado un suspenso formidable aún siendo estrictamente lineal hasta ese momento. Había descubrimientos graduales y el único enigma era si Eduardo Noriega era o no el asesino, pero ahora los sospechosos se multiplican de manera artificial y muy poco creíble. También el climax resulta traído de los pelos, aunque la conclusión es satisfactoria. La imagen en donde vemos a todos los pacientes del hospital obsesionados por contemplar la emisión de las cintas snuff por parte de un programa sensacionalista de la TV retoma la propia tesis de Amenabar de que los humanos estamos fascinados con la contemplación de la muerte de nuestros propios pares.

Tesis es excelente, y sólo se empaña por un par de elecciones artísticas de último momento de Alejandro Amenabar, hechas como para estirar el relato y mantener la tensión sobre el último cuarto de hora; pero, por el resto, es suspenso de altísima calidad y excelente manufactura, y una película digna de nuestra mayor recomendación.