Crítica: El Silencio de los Inocentes (1991)

Volver al índice de críticas por año / una crítica del film, por Alejandro Franco

USA, 1991: Jodie Foster (Clarice Starling), Anthony Hopkins (Dr Hannibal Lecter), Scott Glenn (Jack Crawford), Ted Levine (Jame Gumb), Anthony Heald (Dr Frederick Chilton)

Director: Jonathan Demme, Guión: Ted Tally, basado en la novela homónima de Thomas Harris

Trama: Clarice Starling es una joven que está a punto de recibirse como oficial del FBI. Pero sus destacadas calificaciones han llamado la atención de Jack Crawford, jefe de la sección dedicada a Conductas Criminales, el cual ha mandado llamarla. Crawford está enfrascado en el caso de un asesino serial conocido como Buffalo Bill, un sicópata que gusta despellejar a mujeres jóvenes y obesas, y el cual va por su quinta víctima. Pero las pistas son escasas y Crawford cree que la única manera de atrapar a Buffalo Bill es contar con la ayuda del brillante sicólogo forense Hannibal Lecter, el cual se especializa en crear perfiles de asesinos seriales. El problema es que el mismo Lecter se ha transformado en un peligrosísimo asesino serial, un canibal que devora viva a sus víctimas, y que se encuentra recluido en una clinica de máxima seguridad. Como Lecter y Crawford mantienen un fuerte encono personal, el agente está convencido que una mujer joven y atractiva como Clarice puede servir de nexo y lograr la colaboración del sicópata sin mayores problemas. Pero Lecter ha quedado encandilado con Clarice y la ha tomado bajo su ala, guiándole paso a paso en el proceso de captura de Buffalo Bill… mientras, en secreto, se encuentra urdiendo el plan de su propio escape.

El Silencio de los Inocentes Debo de ser uno de los pocos en el planeta a los cuales El Silencio de los Inocentes no les mueve un pelo. Yo creo firmemente que es una película inteligente y enormemente influencial, pero también creo que está sobrevalorada y que la actuación de Anthony Hopkins no es ni por asomo lo aterradora que pudiera haber sido en manos de otro actor. En realidad el problema de fondo es la dirección de Jonathan Demme, que es tan prolija como blanda. Con otro director (¿¿David Fincher??) el filme hubiera cobrado una ferocidad tremebunda, pero aquí sólo tenemos a un tipo imitando a Peter Lorre y mirando fijamente a la cámara con cara de drogado.

Uno no puede negar los méritos del filme. En sí, El Silencio de los Inocentes es el equivalente noventoso de Psicosisuno de esos filmes que reinventa un género, tomando un enfoque totalmente inusitado y apasionante -. Antes de Psicosis, los asesinos eran tipos impolutos y racionales, y luego eran loquitos sangrientos, enfermos plagados de traumas freudianos. Cuando este enfoque entró en una espiral de saturación y agotamiento – evolucionamos de Norman Bates a Jason Voorhes y Freddy Krueger -, apareció el filme de Jonathan Demme y todo volvió a quedar patas para arriba. En realidad el aspecto novedoso del asunto era mostrar que los asesinos seriales habían sido diseccionados, estudiados y clasificados, estableciendo parámetros de su conducta dentro de ciertos patrones científicos. Tal como decían en uno de los tantos imitadores de este filme – Copycat, 1995 – la sociedad norteamericana se había convertido en un cuerpo enfermo, el cual estaba produciendo con mayor asiduidad asesinos seriales como si fueran tumores cancerígenos. Vale decir, los asesinos seriales se multiplicaban año tras año debido a una serie de factores culturales / ambientales / familiares / sociales / etc que estaban evolucionando de manera distorsionada, y hacía rato que los sicópatas habían dejado de ser casos aislados.

Cuando lo extraño se convierte en rutina, es necesario asignar una fuerza especializada para estudiarlo y combatirlo. En los 60 de Psicosis un sicólogo común y corriente podía dar un informe explicando el accionar de un asesino serial – en términos motivacionales -… después que el tipo habia sido detenido y cuando había dejado un reguero de cadáveres. Pero en los 90 ya no era posible mantener semejante actitud pasiva – esperando que el asesino cometa un error y pueda ser atrapado, o que le agarre una crisis de conciencia y se entregue voluntariamente a la policía -, y era necesario anticipar movidas, definir comportamientos y efectuar rastrillajes especializados. Lo que demuestra El Silencio de los Inocentes y todos sus descendientes – sea Seven, Pecados Capitales, Copycat, C.S.I., Criminal Minds, Profiler, y dos toneladas de series y filmes inspirados en el modelo creado por la novela de Thomas Harris – es que la ciencia pesa mas que el simple interrogatorio de sospechosos. Lo que tenemos aquí es un enigma científico, aún cuando la sicología no sea una ciencia exacta sino una basada en teorías y debates intelectuales. Pero cuando la sicología se complementa con otras ciencias – biología, quimica, física, etc – y con la experiencia policial, lo que obtenemos es una fuerza de inusitada eficiencia a la hora de perseguir y atrapar a los maleantes.

Mientras que el enfoque científico de El Silencio de los Inocentes es apasionante, el resto de los componentes no lo es tanto. Yo creo que los problemas van repartidos entre el libreto de Ted Tally – que ha tamizado demasiado la novela de Thomas Harris – y la dirección chata de Demme. Considerando que la historia hace tanto hincapié en el análisis profundo de las motivaciones que impulsan a los asesinos seriales, aquí tenemos muy poco material sobre las circunstancias que llevaron a Buffalo Bill a que cometa semejantes desmanes; incluso el mismo Hannibal Lecter carece de historia de fondo. Quizás el problema de fondo sea que tenemos dos asesinos seriales en un solo filme, los cuales se pelean por el escaso espacio en pantalla que tienen disponible. Uno nunca siente que el filme sea sobre Buffalo Bill sino sobre Hannibal Lecter, y quizás el formato adecuado para darles el oxígeno que precisaban ambos personajes hubiera sido el de una miniserie – lo que hubiera horrorizado a las cadenas de televisión de aquél entonces; vean cómo ha evolucionado la industria, que hoy vemos autopsias en primerísimo plano a la hora de la cena en tiras como C.S.I. o Bones -.

Pero el aspecto más desilusionante sobre el filme es que nunca termina por aterrorizar. Considerando lo grotesco del tema – un tipo que devora personas viva, otro que las despelleja para hacerse un tapado de piel -, jamás logra obtener un momento en que uno de un salto o tenga un reflejo gástrico. Ok, el doctor Lecter hace una pequeña matanza al final, pero resulta sorprendentemente light en comparación con lo que debería haber sido. Si uno analiza la saga, verá que la secuela Hannibal tiene todo el shock que el filme de Demme carece, con tipos colgados de sus tripas, pedófilos con rostros a medio devorar, o gente con la cabeza abierta de par en par mientras hacen – en vivo y directo – sus sesos a la plancha. Pero acá todo es demasiado blando y carente de clima. Ni siquiera el descenso de Clarice al pabellón en donde tienen encerrado a Lecter – junto a otros locos peligrosísimos – tiene la tensión que debiera y, para colmo, Demme insiste en poner al director del hospital como un burócrata petimetre que actúa como un comic relief en vez de ser una persona tan amenazante, enferma y peligrosa como los mismos dementes que debe custodiar. El único shock es ver a Anthony Hopkins relamiéndose los labios al recordar el higado de un cristiano, el cual deglutió acompañado de un vaso de Chianti.

En realidad el único personaje bien desarrollado es Clarice Starling – una joven ambiciosa pero frágil, perdida en un mundo infestado de machismo -, y la performance de Jodie Foster es – cuándo no! – brillante. Yo creo que Foster es una actriz enorme, quizás con mayor estatura interpretativa que Meryl Streep, sólo que no ha actuado en tantos dramas de época de esos que son tan caros a la gente de la Academia. Y mientras que Foster y la mayor parte del elenco van de lo notable a lo muy bueno, disiento con la performance de Anthony Hopkins. Ojos abiertos e inexpresivos y una voz monocorde no me causan impresión. Hopkins no me genera amenaza, y creo que el papel hubiera estado muchisimo mejor en manos de otro sobre-actor que masticara el rol con ganas – Jack Nicholson hubiera estado genial; pero no el Nicholson loquito de El Resplandor, sino el Nicholson pasivo y rebosante de maldad al estilo de A Few Good Men -. Nadie dice que Hopkins no es un buen actor, pero su cabeza semi pelada y su pancita de jubilado no entran en mi perfil mental de lo que yo creo que debe ser un brutal asesino serial.

Yo creo que El Silencio de los Inocentes es una muy buena película, y no más de eso. Creo que el filme no está a la altura de la historia, que precisaba otro actor como asesino, otro director y un guionista más fiel al original. Si uno la compara con ese enorme clásico que es Seven, Pecados Capitales, verá que la puesta en escena pierde por goleada. Es posible que Demme no se animara a llegar al extremo, teniendo en cuenta que para 1991 estaba pisando terreno nuevo en materia de asesinos seriales y brutalidad cinematográfica; o simplemente que fuera un director meramente prolijo cuyo mayor mérito fue estar en el momento justo en el lugar adecuado – el resto de la carrera de Demme ha sido bastante opaca, o ha caido en obviedades destinadas a endulzar a la gente de la Academia como Filadelfia (1993) -. El punto es que el tratamiento hubiera sido muchisimo más efectivo en manos de otro artesano, oportunidad que quizás veamos materializada en un futuro cuando al filme le llegue el momento de su inevitable (e innecesaria) remake.

HANNIBAL LECTER

Hasta ahora hemos comentado los siguientes filmes del asesino canibal: El Silencio de los Inocentes (1991) – Hannibal (2001)