Crítica: El Juego de Ripley (El Amigo Americano) (2002)

Volver al índice de críticas por año / una crítica del film, por Alejandro Franco

USA / GB / Italia, 2002: John Malkovich (Tom Ripley), Ray Winstone (Reeves), Dougray Scott (Jonathan Trevanny), Lena Headey (Sarah Trevanny), Chiara Caselli (Luisa Harari)

Director: Liliana Cavani, Guión: Charles McKeown & Liliana Cavani, basados en el libro homónimo de Patricia Highsmith

Trama: Ripley – un peligroso criminal, tan amoral como cínico – se encuentra retirado de la actividad, y vive plácidamente en Véneto, Italia. Dueño de una cuantiosa fortuna, amante de las obras de arte, su vida transcurre sin problemas hasta que es contactado por su ex socio, Reeves, quien le exige que lo ayude a eliminar dos mafiosos que están interfiriendo con sus negocios. Reluctante, Ripley decide sugerirle el nombre de un lugareño – Jonathan Trevanny, con el cual mantiene una ríspida relación -, un individuo sin antecedentes criminales, y que tiene el agravante de poseer un cáncer avanzado y terminal. Entre Reeves y Ripley consiguen que Trevanny acceda al encargo y comience a eliminar a los mafiosos de la competencia, a costa de jugosas sumas de dinero con las cuales piensa comprarle un futuro a su familia. Pero las cosas salen mal y en uno de los asesinatos sobrevive un testigo, el cual tiene pistas suficientes para llegar hasta Reeves, Ripley y Trevanny. Y ahora, en un juego mutuo de alianzas y traiciones, el sicópata Ripley verá como enmendar el desarreglo, más por una cuestión de simpatía hacia Trevanny que por un auténtico sentimiento de culpa.

El Juego de Ripley A veces es delicioso ser malvado, y ese es uno de los placeres culpables que provoca ver El Juego de Ripley. El filme se basa en una de las novelas más conocidas de Patricia Highsmith, un relato que se caracteriza por su crueldad y su amoralidad. A final de cuentas, es la historia de un hombre común, condenado por padecer una enfermedad terminal, el cual queda atrapado en el perverso juego de dos sociópatas a cambio de dinero – un triste reaseguro a cambio de vender su alma al diablo -. Y si toda esta historia es de por sí deleznable, termina siendo digerible (y hasta disfrutable) gracias a que el villano es exquisitamente malvado y posee su propio código de conducta.

La historia es simple y cruel. Está Ripley – personaje de culto de las novelas de Patricia Highsmith, un embaucador amante de la buena vida, y un peligrosísimo amoral que utiliza todo tipo de medios para conseguir lo que desea -, el cual se encuentra retirado y vive en una villa italiana a todo lujo, rodeado de una hermosa mujer y una voluminosa (y costosa) colección de arte. Ripley gusta de mantener las apariencias, pero lo suyo es la intriga, la mentira y la manipulación, y por ello no puede evitar subirse de nuevo al juego cuando se le reaparece un antiguo socio, el cual le pide ayuda para eliminar a dos mafiosos ucranianos que están molestando el desempeño de sus negocios en Berlín. Como Ripley es mas hábil que su ex-socio – que quiere que vaya él mismo a liquidarlos -, le propone enrolar a un lugareño, un tipo desesperado que tiene un diagnóstico terminal y al cual las cuentas no le dan. A cambio del vil dinero, el amateur pasa a convertirse en un asesino profesional carente de antecedentes, un tipo que no despierta ningún tipo de sospechas y que puede atravesar limpiamente todas las fronteras. El primer asesinato es cometido de manera impecable… pero el segundo – que ya demanda toda una estrategia, ya que implica estrangular a un tipo a bordo de un tren y lejos de los dos fornidos guardaespaldas que lo acompañan – ya escapa a la capacidad del amateur, el cual comienza a ser amenazado de todas las maneras posibles por el ex-socio de Ripley, metiéndolo en una espiral tan viciosa como violenta. ¿Podrá el inocente salir de la espiral y regresar a la normalidad de su vida?. ¿O aparecerá Ripley a último momento, una ayuda tan impensada y necesaria como peligrosa y enviciada?.

La gracia de todo esto es que Tom Ripley está en manos de John Malkovich. El personaje de Patricia Highsmith ha tenido muchos rostros – desde Alain Delon a Matt Damon -, pero es Malkovich quien da su versión más sabrosa. Aún con toda la tensión y la crueldad generada por todo el asunto, yo terminé riéndome a carcajada plena con las ocurrencias siniestras de Malkovich, el cual se nota que está en su salsa. Imaginen una versión más contenida y sociable del Joker, un tipo que maneja sus propios códigos morales, que carece de miedo y que vive exclusivamente para sus placeres, y que posee una inteligencia tan superior que es capaz de manejar al resto a su voluntad. Lo más apasionante de todo es que este sociópata – prolífico en anécdotas retorcidas, admirador de su propia expeditividad – aparece como el séptimo de caballería, llegando justo cuando las papas queman. ¿Es un atisbo de sentimiento de culpa?. Si Ripley es un amoral carente de conciencia, ¿qué es lo que le impulsa salir a salvar al inocente?. ¿Su propio instinto de supervivencia, el que le dice que las cosas se saldrán de madre y terminarán por infectar la vida de lujo que prolijamente ha diseñado para sí mismo?. ¿O hay un atisbo de remordimiento al ver cómo se le está arruinando la vida al chivo expiatorio que él mismo ha elegido?.

El Juego de Ripley está plagada de escenas de tensión y de secuencias deliciosas, las últimas estelarizadas en exclusiva por Malkovich. Es un filme de lujo, y un producto inusual para la realizadora Liliana Cavani (Portero de Noche), más propensa a realizar dramas intelectuales. Es una lástima que la película no haya recibido la distribución que merecía – Roger Ebert la alabó, pero en Norteamérica fue directo a cable y aquí salió exclusivamente en video -, ya que se trata de un thriller de notable calidad y excelente factura. Y, desde ya, nos ha abierto el apetito por el personaje de Tom Ripley, sobre el cual reseñaremos algunas de sus aventuras en un plazo mucho menor a lo previsto.