Crítica: El Puente sobre el Rio Kwai (1957)

Volver al índice de críticas por año / una crítica del film, por Alejandro Franco

GB – USA, 1957: Alec Guinness (coronel Nicholson), William Holden (comandante Shears), Jack Hawkins (mayor Warden), Sessue Hayakawa (coronel Saito), James Donald (mayor Clipton)

Director: David Lean, Guión: Carl Foreman y Michael Wilson sobre la novela de Pierre Boulle, Musica – Malcolm Arnold

Recomendación del Editor

Trama: En un campamento de prisioneros al sur de Burma llega un contingente de soldados británicos capturados por los japoneses. Al mando de los ingleses está el coronel Nicholson. El administrador del campo de concentración, el coronel Saito, les informa que todos los prisioneros deberán poner manos a la obra inmediatamente para terminar la atrasada construcción de un puente ferroviario sobre el rio Kwai, indispensable para las lineas de abastecimiento de guerra de los japoneses. Pero Nicholson se niega a quebrar las reglas de la convención de Ginebra sobre prisioneros de guerra e impide que sus oficiales realicen trabajos manuales. Muy pronto entre Saito y Nicholson comienza a librarse una guerra personal, donde el temple inglés logra triunfar a pesar de las torturas y el encierro en cautiverio. Ahora Nicholson, para mantener la moral en alto de sus tropas, ordena construir un puente mucho mejor de lo que pudieran haber hecho los japoneses y en menor tiempo. Mientras tanto el comando americano Shears ha logrado escapar del campamento y ha dado aviso a las fuerzas aliadas. Pero es enviado de regreso con una pequeña fuerza de elite para demoler la construcción japonesa, sin conocer que Nicholson ha comenzado una campaña activa de colaboración con las fuerzas niponas.

El Puente sobre el Rio Kwai El Puente sobre el Rio Kwai es considerada, junto con Lawrence de Arabia, como una de las obras cumbre de la carrera del director británico David Lean. A Lean siempre le ha fascinado el mundo del colonialismo, amen de poseer un gusto estético exquisito y de manejar sus producciones a escala gigantesca. Lean siempre será recordado por sus aventuras épicas colosales (y sideralmente caras); basta considerar que el climax del film fue rodado con un puente y un tren real volando por los aires, en vez de las habituales maquetas que cualquier otro director hubiera utilizado para rodar la misma escena.

Pero aquí la escala épica pasa únicamente por el tamaño de los sets. Si bien es un film de guerra, hay muy pocos disparos y toda la acción transcurre en realidad como si fuera un thriller sicológico. La violencia funciona de modo subliminal, y está centrada en el silencioso enfrentamiento entre Saito y Nicholson; es una guerra de temples, donde el inglés termina ganando a fuerza de su tozudez.

Pero es difícil encontrar el verdadero sentido del film, ya que su mensaje es realmente ambiguo. Lo mismo sintieron otros candidatos previos tanto a los papeles principales (Charles Laughton) como a la silla del director (Orson Welles, Fred Zinnemann), que se apartaron por no entender el proyecto. ¿Acaso es una crítica despiadada a la flema inglesa?. Quizás. ¿La actitud de Nicholson es incorrecta?. No, al menos al principio. ¿Y entonces, por qué se decide a construir un puente mucho mejor del que podrían haber hecho los japoneses?.

La respuesta está en las palabras finales del mayor Clipton: ¡La locura….la locura!. Es una película sobre la demencia de la guerra. Demencias de distintos tipos y colores. Desde el apego descerebrado a los procedimientos legales y burocráticos que establece Nicholson, hasta el giro radical que termina por convertirlo en un colaboracionista. Aquí el tema es bastante simple: la mente humana, para enfrentar los horrores de la guerra, debe construir estructuras mentales a las cuales aferrarse para poder sobrevivir. Para Nicholson, la única manera de no volverse loco es respetar a rajatabla las normas que indican la disciplina y las reglas de convivencia según el tratado de Ginebra; y cuando vence en ello, pasa a construir otra tabla de salvamento mental: levantar un puente de calidad excelente, que desafíe el tiempo y se convierta en un monumento a la eficiencia británica. El problema es que, lo que al principio parecía razonable – una manera de moralizar y disciplinar a los hombres – termina por transformarse en un monumento al ego y al absurdo. Ya al final Nicholson está tan obsesionado por la perfección y supervivencia de su proyecto, que ha perdido toda la perspectiva de lo real.

Y por supuesto está la trama secundaria, pero no menos importante, del comandante Shears. Alguien que ha mentido y se ha hecho pasar por oficial para escapar del trabajo duro; alguien que termina por caer en su propia trampa y es obligado a regresar. Shears termina siendo un héroe a la fuerza, obligado a regresar al infierno del cual había escapado.

Si uno quiere, la anécdota de El Puente sobre el Rio Kwai es pequeña; el deleite pasa por los detalles. Todos los sorpresivos cambios de actitud de Nicholson que terminan por enloquecer a Saito; la actitud de Shears que termina por transformarse en un cobarde heroico; el suspenso de la operación comando, que comienza a plagarse de contratiempos; el clímax de locura final, donde los comandos ingleses se desesperan por eliminar sobre la hora a Nicholson, que se ha vuelto demente. Y la masacre generalizada ….

El Puente sobre el Rio Kwai es un análisis del comportamiento humano frente a la guerra. Shears la esquiva; Nicholson la abraza y la transforma en su forma de vida de manera compulsiva. Aquí no se escapa nadie, siquiera el violento e inepto Saito; todos son simplemente victimas de la locura.