Crítica: Gigantes de Acero (Real Steel) (2011)

Volver al índice de críticas por año / una crítica del film, por Alejandro Franco

USA, 2011: Hugh Jackman (Charlie Keaton), Dakota Goyo (Max Keaton), Evangeline Lilly (Bailey Tallett), Anthony Mackie (Finn), Kevin Durand (Ricky), Leslie Hope (Debra Fowler)

Director: Shawn Levy, Guión: John Gatins, basado en el cuento Steel de Richard Matheson

Trama: Año 2020. El boxeo ha sido prohibido como deporte, y los únicos combates permitidos se llevan a cabo entre robots construidos a tal fin. Charlie Keaton maneja – sin demasiado éxito – uno de dichos robots, pero son más las veces que pierde que las que gana. Ahora acaba de enterarse que posee un hijo de 11 años y que, ante el fallecimiento de su madre, debe hacerse cargo de su tutela. Pero Charlie negocia clandestinamente ceder la custodia del chico a cambio de unos miles de dólares – los cuales precisa para comprarse un nuevo androide -, y a cambio acepta encargarse del niño durante tres meses. Pero el chico comienza a transformar su mundo, más cuando demuestra tener más talento que él a la hora de manejar los robots boxeadores. Ahora han encontrado un viejo modelo, tirado en un desarmadero, y – contra todas las expectativas – ha comenzado una racha ininterrumpida de victorias. Y quizas el viejo robot sea lo que precisen – padre e hijo – para poder hacer las paces y cerrar las viejas heridas que les ha causado la vida.

Gigantes de Acero (Real Steel) Gigantes de Acero es una regurgitación masiva de clichés, y que conste subrayado en actas. No hay un momento original en todo el film – si uno conoce bastante de cine, puede ir poniéndole a cada escena el titulo de la pelicula de las cual fue tomada– y, a pesar de ser una tonelada de material reciclado, tiene su gracia. Quizás sea porque los mecanismos que prueba están tan usados, pulidos y perfeccionados, que resulta imposible fallar con ellos. No sé si el espectador promedio sentirá fresco al material de Real Steel, pero seguramente lo encontrará emocionante y, en definitiva, eso es lo que importa.

Resulta curioso ver un filme americano con robots. Pareciera que su mitología fuera patrimonio exclusivo del cine fantástico japonés y, por momentos, Gigantes de Acero se siente como la adaptación live de algún anime nipón – el desahuciado robot que llega a las grandes ligas; la arena de combate de androides, etc, cosas que se pueden encontrar en Astroboy sin ir más lejos -. Pero en vez de obsesionarse con los robots luchadores, Real Steel prefiere hundir el cuchillo en el típico melodrama deportivo. Imaginen a El Campeón (1979), pero con la excepción de que Ricky Schroeder hubiera utilizado un “avatar” mecánico para salir a combatir en vez de su padre Jon Voight (y que tuviera más talento que él!); súmenle algunos elementos melodramáticos típicos de los filmes de boxeo – tipo Rocky -, sacúdanlo en la coctelera y sírvalo bien frío. Eso es Real Steel.

Acá las cosas funcionan en gran forma gracias a que el elenco es más que competente. Hugh Jackman satura la pantalla de carisma, y está bien acompañado por el pequeño Dakota Goyo. El filme tiene su cuota de melodrama sanitizado – hay algunos malos que son más orgullosos y torpes que malvados; no hay conflicto que no se resuelva en menos de cinco minutos; nadie intenta sabotear o robar al robot; hasta la pareja de ricachones con la custodia del chico resultan más permisivos de lo que a primera vista uno podría pensar -, y decide poner la emoción en dos aspectos: el volátil padre que comienza a poner los pies en la tierra gracias a su hijo mientras recomponen la relación entre ambos, y los feroces combates de androides, los cuales están dirigidos con gran dosis de energía. Real Steel funciona gracias a que alterna una cosa con la otra, y de ese modo se vuelve cada vez más emocionante a medida que se acerca al final.

Es posible que Shawn Levy haya encontrado la horma de su zapato y se redima artísticamente luego de engendros como la reimaginación 2006 de La Pantera Rosa, y la saga de Una Noche en el Museo. Acá ha logrado inyectar algo de magia a una historia remanida, convirtiéndola de nuevo en interesante y hasta apasionante. Y ésa es una virtud excepcional que amerita su recomendación en estas épocas de sequía creativa.