Crítica: El Quinto Elemento (1997)

Volver al índice de críticas por año / una crítica del film, por Alejandro Franco

Francia, 1997: Bruce Willis (Korben Dallas), Milla Jovovich (Leeloo), Gary Oldman (Zorg), Ian Holm (hermano Cornelius), Chris Tucker (Ruby Rhod), Tom ‘Tiny’ Lister Jr (presidente), Brion James (general Munro)

Director: Luc Besson, Guión: Luc Besson & Robert Mark Kamen

Trama: Un gigantesco planetoide se dirige a toda velocidad hacia la Tierra, y todos los intentos para destruirlo resultan infructuosos. El hermano Cornelius – miembro de una antigua casta de sacerdotes – logra comunicarse con el presidente de la confederación mundial, informándole de que el planetoide representa el mal en su estado puro, el cual resurge cada 5000 años y es derrotado por un arma mistica, conocida como el Quinto Elemento. Pero dicha arma era transportada en una nave propiedad de los Mondoshawans – una raza alienígena dedicada a preservar el equilibrio del universo -, la cual fuera destruida en un ataque terrorista. Sin embargo los Mondoshawans han previsto la emboscada y han enviado secretamente los componentes del dispositivo por una vía alternativa, utilizando a su enviada Diva Plavalaguna – una reconocida cantante de opera – como su correo. Buscando resolver la situación con la mayor discreción, el presidente y las fuerzas militares deciden reclutar a la fuerza a Korben Dallas, un antiguo comando que se encuentra retirado y trabaja actualmente como taxista en Nueva York. A regañadientes Dallas acepta la misión y es emparejado con Leeloo, una extraña chica que es la única superviviente de la emboscada sufrida por la nave Mondoshawan. Pero Leeloo es en realidad el Quinto Elemento, y la única que puede llevar a Dallas hacia el resto de los componentes del arma… siempre que puedan evitar los continuos ataques generados por los terroristas seguidores del Maligno, quienes desean desatar el apocalipsis – y la proclamación de un nuevo orden – en todo el universo y a cualquier costa.

El Quinto Elemento Hay que admitirlo: Luc Besson sabe hacer negocios. Esta suerte de Steven Spielberg a la francesa comenzó sacando éxitos internacionales de la manga – con El Ultimo Combate, La Femme Nikita y Leon, el Profesional -, y después se metió de lleno a combatir la industria cinematográfica estadounidense con sus propias reglas. Bah, más que combatir, infiltrarse como si fuera uno más. Lo único que hizo Besson fue aprender una vieja lección de la cinematografía inglesa – la de importar actores yanquis y camuflar las producciones internacionales como si fueran norteamericanas – y, a partir de allí, se dedicó a amasar una fortuna. Uno podría decir que los filmes franceses de Besson son más americanos que los mismos americanos, y muchísimo más exagerados en todo. Para botón de prueba basta ver El Quinto Elemento, el primero de los filmes que produjera con dicho molde y el cual nos ocupa en este preciso instante.

Mientras que El Quinto Elemento es en lo artístico una obra maestra, en cuanto al resto deja muchísimo que desear. Aquí la historia comienza de manera formidable – el mal ya no es un tema de discusión metafísica sino un ente palpable que vaga por el universo y que intenta destruir la Tierra cada 500 años – pero, una vez pasado los cinco minutos iniciales, decide convertirse en una comedia de la peor calaña. Todo es demasiado exagerado y ridículo, el cast parece estar autorizado a sobreactuar de la manera más salvaje posible, y hasta la trama inicial termina siendo saboteada por el director y guionista, decidido a meter tantos Deus Ex Machina como puedan entrar en el libreto. Esto es una mala comedia disfrazada de aventura; mientras uno contempla los descomunales efectos especiales, los excepcionales vestuarios (diseñados por artesanos de la alta costura francesa) y los formidables escenarios, El Quinto Elemento brilla en gran forma. A uno se le antoja que ésta va a ser una aventura en la onda de la continental Barbarella, sólo que filtrada a través de la estética punk de Heavy Metal. El problema llega cuando los personajes abren la boca y espetan algunos de los parlamentos más ridículos de la historia del cine: el incompetente sacerdote de Ian Holm, que se desmaya por cualquier cosa; el irritante villano seseoso de Gary Oldman; la atroz performance de Chris Tucker (que es tan abominable que termina por resultar fascinante), y un gran cast de secundarios dedicados a hacer muecas de todo tipo y color. Quizás los únicos que encuentran el balance justo entre sutileza y exageración sean Bruce Willis y Tiny Lister Jr, los cuales terminan siendo deliciosos de ver.

A veces los filmes ridículos suelen ser fruto de la falta de fe de sus progenitores, quienes han decidido exagerar todo hasta niveles estratosféricos para demostrar que no creen en absoluto en las premisas de la historia que pretenden vender. Eso no deja de ser una estupidez total, en donde los artistas se ponen por encima de la obra que les han encomendado y terminan por boicotearlas para rescatar su integridad intelectual. El caso de El Quinto Elemento es radicalmente diferente: Luc Besson ha concebido la obra desde el vamos en este alto nivel de exageración y humor camp. El problema es que el desarrollo contradice las expectativas – a veces el humor sirve para alivianar una historia o amenizarla, pero aquí es totalmente invasivo – y termina por masacrar la potencialidad de la obra. Con un 50% menos de humor, el filme hubiera sido un típico clásico de matinee. En cambio, aquí es todo tan superficial y juvenil que termina reducido al papel de una mediocre aventura pulp obscenamente sobreproducida.