Crítica: Odessa (1974)

Volver al índice de críticas por año / una crítica del film, por Alejandro Franco

calificación 3/5: buena GB / Alemania Oriental, 1974: Jon Voight (Peter Miller), Maximilian Schell (Eduard Roschmann), Maria Schell (Frau Miller), Mary Tamm (Sigi), Derek Jacobi (Klaus Wenzer)

Director: Ronald Neame, Guión: George Markstein & Kenneth Ross, basados en la novela homónima de Frederick Forsyth

Trama: Alemania Occidental, 1963. El periodista free lance Peter Miller se encuentra a la caza de alguna historia interesante que pueda venderle a los diarios. En su rastreo se topa con el suicidio de un anciano judío, el cual fuera prisionero de guerra en los campos de concentración que los nazis mantenían en Riga. Usando sus contactos con la policía logra acceder al diario del anciano, el cual relata los horrores y desmanes cometidos por el administrador del campo – Eduard Roschmann, apodado “el carnicero de Riga” -. Profundamente conmovido por el relato Miller decide ir tras la pista de Roschmann, para lo cual decide contactarse con el notorio cazador de nazis Simon Wiesenthal. Este le pone al tanto de ODESSA, una organización clandestina creada por las nazis hacia el final de la guerra, cuyo propósito era ayudarles a escapar de Alemania – proveyéndoles de dinero, rutas de escape y documentos de identidad falsos -. Mientras tanto, agentes del MOSSAD han estado siguiendo los pasos de Miller y deciden interceptarlo y reclutarlo, aprovechando su condición de no ser judío para infiltrarlo en ODESSA a través de los contactos que los israelíes poseen. Pero – a pesar del rápido entrenamiento brindado por los israelíes – Miller no deja de ser un amateur metido en un juego infestado de asesinos profesionales y sicópatas, los cuales olfatearán la debil fachada del periodista y se lanzarán sin demora sobre sus pasos para hallarle y destrozarle.

Odessa (1974)Desde siempre la gente se ha evadido a través de la lectura; pero, desde que yo recuerde, la literatura pasatista nunca fue tan popular como en los años 70. Los autores de best sellers eran estrellas, y sus nombres eran conocidos por el público en general; uno podía ir a una plaza y toparse con un montón de gente con una novela bajo el brazo, fuera de Alistair McLean, Arthur Hailey, Wilbur Smith o, en el caso que nos ocupa, Frederick Forsyth. Este inglés tuvo su tirada de éxitos editoriales, popularizados a través de adaptaciones cinematográficas como El Dia del Chacal (su mejor obra), Los Perros de la Guerra y el filme que ahora reseñamos. La estrella de Forsyth perdería brillo a partir de los ochentas, aunque le alcanzaría para un hit más con la modesta El Cuarto Protocolo (1987) – protagonizada por un Pierce Brosnan pre Bond y flojamente contratado para el rol del asesino del título -.

Odessa es un filme de conspiraciones nazis, esos que siempre muestran a los criminales de guerra prófugos escondidos bajo nuevas identidades, y utilizando todos los recursos robados durante la guerra (y ocultos en oscuros bancos suizos) para montar algún plan siniestro que les permita regresar al poder en Alemania. El subgénero ha dado lugar para filmes de todo tipo y color, sea delirante ciencia ficción – como resucitar a Hitler al estilo de Ellos Salvaron el Cerebro de Hitler (1968) o Los Niños del Brasil (1978) -, densos thrillers conspirativos – El Pacto Holcroft (1985) -, e incluso alegorías encubiertas como Los 1.000 Ojos del Doctor Mabuse (1960) – despedida de Fritz Lang de su personaje favorito y una critica encubierta a la Alemania de la post guerra, la cual mantenía latentes las posibilidades de un nuevo brote fascista -. El 99% de estas cintas entran en el terreno pasatista, con lo cual ninguna de ellas se tomó la molestia de tratar como corresponde la inflamable situación social que reinaba en Alemania a partir de 1945. Imaginen un país arrasado, un gobierno sostenido por potencias extranjeras, una economía caótica y plena de racionamientos, y un gigantesco porcentaje de la población compuesto por antiguos soldados y oficiales miembros del despuesto régimen nazi – a final de cuentas, no hubo alemán varón que no pasara por las milicias germanas, fuera durante el auge del nazismo o, al final, cuando la desesperación los llevó a reclutar niños y ancianos para defender inutilmente la nación frente al imparable avance aliado -. Era una situación mucho peor que la de 1918, ya que los fanáticos nacionalistas abundaban entre la población germana y, si la reconstrucción del país no era rápida y exitosa, no faltaría mucho para que las fuerzas latentes resurgieran y sumieran a la nación en un nuevo caos social, sea con protestas, revueltas o intentando dar un golpe de estado. Aún cuando se trataba de un país ocupado por milicias extranjeras, el temor del resurgimiento nazi era inevitable: el país descuartizado y repartido entre las potencias invasoras; una sociedad desintegrada y señalada con el dedo por la comunidad internacional; y la paranoia de tener a los comunistas justo en su puerta, amén de usurpar territorio histórico y caro a los sentimientos alemanes como era Berlin y toda la parte este del país… ¿hasta cuando los sanguíneos alemanas tolerarían la humillación – y los costos – de la derrota?.

Mientras que hubiera sido fascinante ver algun filme que explorara – de manera dramática – los peligros latentes durante la reconstrucción de Alemania, uno debe conformarse con estas intrigas livianas y pasatistas que sólo sirven para mostrar dicha paranoia de manera fragmentada. El thriller de Frederick Forsyth dista mucho de surcar algún camino nuevo, pero al menos es eficiente en su propósito. Como suele ocurrir en los thrillers, hay momentos en donde las cosas vienen muy traídas de los pelos y la credibilidad resulta forzada al máximo. Aquí un periodista se topa con un suicidio, en donde descubre el diario que escribió la victima durante la época en que era prisionero de guerra. Allí describe los horrores vistos en el campo de concentración de Riga – los cuales son detallados con demasiada mesura -, tras lo cual el protagonista Jon Voight pasa a convertirse en un foribundo vengador. Ciertamente semejante transformación tiene una explicación oculta – reservada para el final, a manera de sorpresa – pero, al momento de ocurrir en los minutos iniciales, resulta incomprensible. La performance de Voight tampoco ayuda – es increíblemente chata y parece tropezarse a cada rato con su forzado inglés con acento alemán -, con lo cual uno queda rascándose la cabeza sobre por qué semejante blandengue quiere ir a masacrar a un bestial criminal nazi prófugo.

El filme se toma una hora en despegar. Los intentos de mostrar a Jon Voight como una persona rica o interesante fracasan miserablemente y, el resto del tiempo, lo dividimos entre Voight leyendo el diario del suicida y los testimonios de los mas ancianos sobre las vivencias de la guerra – al menos la performance de Maria Schell es efectiva y logra remontar puntos en una historia demasiado conversada -.

Cuando Voight comienza a avanzar en su investigación, Odessa empieza a transitar terrenos reñidos con la lógica. Conociendo que, históricamente, el grueso de criminales nazis prófugos huyó de Europa (eligiendo paraísos del anonimato como Argentina y Paraguay, liderados por gobiernos afines al depuesto régimen nazi), resulta absurdo que un buscadísimo criminal de guerra se haya transformado en un pro-hombre de la nueva sociedad alemana, cambiándose únicamente el nombre y sin apelar siquiera a una cirugía estética. Que Odessa le brinde refugio a un empobrecido ex cabo nazi resulta bastante tonto, amén de que cuentan con toneladas de datos sobre la guerra pero ningún registro para corroborar que Juan Perez era efectivamente cabo custodio en el campo de concentración de Riga. Al menos lo que Odessa hace bien es aplicar la obligatoria Ley de Murphy que precisan los thrillers para funcionar – el héroe da un paso en falso, los villanos se dan cuenta de su tapadera, y es cuestión de tiempo para que logren atraparlo -, pero la sucesión de los hechos deja algo que desear. El encuentro entre el asesino profesional y el protagonista – un amateur en estas lides – debería haber estado mejor orquestado; en todo caso el sicario es un ineficiente de aquellos, ya que un tipo altamente entrenado para matar es derrotado sin muchas vueltas por un tipo que jamás lanzó un puñetazo a la cara.

El final también tiene problemas. (alerta spoilers). El principal de ellos es que está reñido con la moral. Jon Voight no es un justiciero que viene a vengar la muerte de miles de judíos prisioneros en Riga, sino que viene a buscar revancha por la muerte de su padre – un oficial nazi asesinado por Roschmann cuando decidió incautar el convoy que estaba a su cargo -. Es una razón tremendamente egoista y hasta superficial – es el hijo de un nazi cobrándole deudas atrasadas a otro nazi -, y le quita toda legitimidad a la causa de Voight. Ni siquiera la pelicula se ha tomado la molestia de establecer el cliché cinematográfico que divide a los nazis asesinos paranoicos de los oficiales prusianos de la Wehrmacht, militares de carrera que tuvieron que aceptar a regañadientes las órdenes de sus desquiciados jefes y que operaron en el campo de batalla, no en los campos de concentración, lo cual hubiera ayudado un poco. Dudo mucho que la simpatía del público siga manteniéndose con Voight después de su revelación final (fin spoilers).

Odessa es un thriller ok. No hay momentos de acción (o son demasiados estáticos), la tensión es minima y la trama es pasable, pero la misma no supera el análisis forense de un espectador moderno. Hace 40 años la gente era mas ingenua y compraba todo lo que vendía el cine pero ahora – empapados de información y experiencia cinéfila – poseen un standard de calidad mas alto, prueba para la cual Odessa califica apenas con lo mínimo.