Crítica: La Noche del Demonio (1957)

Volver al índice de críticas por año / una crítica del film, por Alejandro Franco

4 atómicos: muy buenaGB, 1957: Dana Andrews (Dr John Holden), Peggy Cummins (Joanna Harrington), Niall MacGinnis (Dr Julian Karswell), Athene Sayler (Sra Karswell), Liam Redmond (Profesor Mark O’Brien), Maurice Denham (Profesor Henry Harrington)

Director: Jacques Tourneur, Guión: Charles Bennett & Hal E. Chester, basado en el cuento Casting the Runes de Montague R. James

Recomendación del Editor

Trama: El profesor Henry Harrington ha perecido en un confuso accidente. El presidía un comité que tenía por objeto analizar las actividades del culto liderado por el doctor Julian Karswell, al cual se le acusaba de satanista. Ahora ha llegado a Inglaterra el americano John Holden, quien toma la posta y continúa con las investigaciones sobre Karswell. Pero el sospechoso lo ha invitado a su casa y resulta ser un hombre de sorprendente urbanidad. Holden llega a conocerlo hasta tal punto que termina por afirmar que Karswell no es mas que un sofisticado estafador, cuyos supuestos poderes sobrenaturales – que tanto encandilan a sus seguidores – no dejan de ser trucos de prestidigitación. Pero Karswell se enfurece y pronto lo desafía a demostrar la veracidad de sus poderes; y ante el sarcasmo del norteamericano, termina por pasarle inadvertidamente un pergamino escrito con caracteres druidas… una maldición que acabará con su poseedor en menos de tres días. Y aunque Holden es un porfiado escéptico, pronto las pruebas del maléfico poder que ostenta Karswell terminan pro abrumarlo… convenciéndolo de que en un puñado de horas un demonio del infierno vendrá a buscarlo para destrozarle, tal como ocurriera con Harrington. Y su única esperanza radica en reintegrar el pergamino maldito a su creador, transfiriendo la maldición a quien le deseara la muerte; pero el tiempo pasa y Karswell resulta esquivo… y la hora fatal se aproxima de manera inexorable.

Usualmente los denominados clásicos del terror del período 1930 – 1959 no me llaman la atención. Salvo títulos enormes e inevitables como Drácula y Frankenstein, es muy raro que los revise, a menos que tenga una recomendación expresa. Mientras que uno digiere con facilidad títulos vintage de ciencia ficción – y se deleita con las maquetas colgadas de hilitos y las toneladas de stock footage que caracterizan a las producciones de la época -, el cine de terror antiguo me resulta letárgico. El 90% del mismo está situado en escenarios góticos, algo que terminaría reciclando (y agotando por saturación) los estudios Hammer una década más tarde, aunque en color, con chicas ligeras de ropas y con más ketchup salpicando la pantalla. Sin embargo, entre toneladas de filmes que inundaron dicho período, había un titulo del cual había obtenido reseñas asombrosas y cuya visión se me hacía obligatoria, y se trataba de La Noche del Demonio de Jacques Tourneur.

El aficionado al buen cine debe conocer de sobra la obra de Tourneur. Colaborador habitual de Val Lewton, se hizo famoso a partir de La Gente Pantera (Cat People) (1942), y después rodó filmes preminentes como El Halcón y la Flecha (1950) o La Comedia de los Horrores (1964); y si bien trabajó en numerosos géneros, resulta recordado mayormente por su aporte al cine del terror. Considerado un alumno fiel de Lewton – un artesano al cual le gustaba sugerir antes que mostrar, y el cual sería maestro de otras luminarias como Robert Wise, el mismo de The Haunting y la cual es una obra típicamente lewtoniana -, Tourneur era enemigo del horror explícito y prefería la sutileza y la sugerencia, dejando un territorio gris sembrado de dudas en la mente del espectador; al final éste nunca terminaba por decidirse si había algo real y espeluznante que moraba en las sombras, o si se trataba de una amenaza ficticia y existente únicamente en la mente del protagonista.

Considerando que se trataba de un narrador sutil, resulta fácil imaginar las peleas que debe haber tenido durante el rodaje de La Noche del Demonio con su prepotente y rebelde productor Hal E. Chester, el cual terminó por imponerse al cineasta y plantó minutos enteros de metraje en donde un demonio gigantesco persigue a los personajes y termina por destrozarlos de manera salvaje. Y aún cuando ni Tourneur ni el libretista Charles Bennett estuvieran de acuerdo, lo cierto es que son esas escenas con el demonio – rodadas de manera impactante y con gran estilo – las que terminan por hacer a La Noche del Demonio memorable. A las víctimas se les aparecen una bruma infernal en medio de la nada y, de pronto, surge una feroz gárgola de 10 metros de altura cuyas pisadas incendian la tierra y cuyo paso resulta indetenible. Tiene la misión de exterminar al poseedor de un pergamino maldito, en el tiempo y forma que haya decidido el hechicero que lo invocó. Para el pobre desgraciado no hay escapatoria posible y, de seguro, el final será extremadamente sangriento.

Ciertamente el demonio no aparece más que cinco minutos en todo el filme, aunque su performance es memorable. En todo caso los problemas del filme pasan por el resto, en especial sus protagonistas terrenales, los cuales son demasiado estoicos y pragmáticos y se ven involucrados en una historia cuya marcha a veces resulta forzada. El héroe es un porfiado de aquellos, un individuo tan pragmático como agnóstico que sólo cree en lo que es científicamente comprobable. Al quía le toca el turno de sustituír al tipo que mataron en la secuencia de inicio, el cual estaba investigando a un satanista con cara de bonachón interpretado con gran soltura por Niall MacGinnis. En vez de ser un tipo sobreactuado, mirando de reojo y profiriendo amenazas a cada rato, el satanista de MacGinnis es un tipo hogareño, tan brillante y pragmático como el adusto héroe pero, por sobre todo, un individuo con los pies en la Tierra y que considera que el poder de lo sobrenatural se encuentra a su servicio para que viva con todas las comodidades (aunque no deja de reconocer que se ha transformado en un esclavo del mismo). El ha aprendido ese poder descifrando los secretos de los antiguos al traducir los vetustos manuscritos druidas, y ahora ha construído una legión de creyentes quienes financian su modo de vida. Ahora debe enfrentarse a un grupo de meteretes del gobierno, quienes han comenzado a investigar sus actividades. Primero despacha a uno pero pronto debe vérselas con su reemplazo, un tozudo americano que revolotea a su alrededor y que parece ser más peligroso que su antecesor. El tipo se embarca en numerosas discusiones fútiles, en donde el satanista intenta convencerlo por todos los medios de que existe los sobrenatural, y de que el héroe debe presentarle sus respetos. El problema es que el protagonista, en manos del pétreo Dana Andrews, resulta siendo tan caprichoso como pedante: no importa la enorme cantidad de desastres y anomalías que ocurran a su alrededor, el tipo resulta ser tan extremadamente racional que siempre tiene una explicación lógica a mano, sea que le hablen mediums poseídos, le persiga una bruma infernal por el bosque, se le borren los apuntes o, incluso, vea como un manuscrito parece adquirir vida propia. Es tan chocante la performance de Andrews que uno termina pujando para que el malvado de MacGinnis termine saliéndose con la suya.

La trama no es tan fluida como debiera; a final de cuentas, ésta es la adaptación de un cuento, así que hay material de relleno de sobra y no todo está cocinado de manera pareja. Andrews y MacGinnis flirtean intelectualmente todo el tiempo, y casí diría que las intenciones del satanista resultan simples y honestas – si Andrews se convence de que lo sobrenatural existe y de que MacGinnis posee un poder real, entonces el malvado deshará la maldición -, pero el problema pasa por el héroe, el cual no ve una vaca dentro de un vaso. Por otra parte hay una investigación algo traída de los pelos – tienen apresado a un miembro de la secta de Karswell, al cual le acusan de ser el responsable del asesinato del profesor Harrington… aunque el tipo está tan catatónico por el shock (posiblemente por haber visto al demonio) que es incapaz de mover un músculo ni musitar siquiera una palabra – que Andrews demora y demora sólo porque tiene ganas de flirtear con la apetitosa hija del científico muerto a principio del filme. Y por otro lado está la marcha forzada con las intervenciones de la madre de Karswell, que prefiere el honor antes de seguir experimentado con lo desconocido, con lo cual termina aliándose de manera impensada con los protagonistas. Si la ancianita no existiera y los héroes quedaran a su suerte, hasta el día de hoy estarían intentando dilucidar los secretos del satanista.

Aún cuando la marcha de los eventos es algo forzada y el héroe es un cretino de aquellos, La Noche del Demonio posee un ritmo agradable y escenas bien orquestadas; en especial las secuencias nocturnas, en donde parece que a Dana Andrews estuviera a punto de pasarle cualquier cosa. Sea la incursión nocturna a la mansión de MacGinnis, o las alucinaciones que sufre cuando va a buscar testigos para armar su caso contra el satanista, hay momentos en donde la dirección de Tourneur se vuelve inquietante. Y a pesar de todas las pestes que hablen sobre las secuencias en donde aparece el demonio, las mismas están rodadas con tal grado de impacto que me resulta imposible imaginar el filme sin ellas, aún cuando Tourneur fuera una fanático de la sugerencia.

La Noche del Demonio es una muy buena película. La trama tiene sus momentos de desprolijidad – como la sesión de espiritismo, que comienza de manera muy ridícula y después se vuelve atemorizante – y la terrible performance de Dana Andrews torpedea la efectividad de la cinta pero, por otro lado, tenemos una amena interpretación de Niall MacGuinnis, algunos sustos bien logrados, y un climax fantásticamente bien construído. Como horror vintage es más que recomendable, y un digno exponente para salirse de la tediosa rutina de machetes bañados en sangre y tripas por doquier que vive exaltando (y saturando) el actual cine de terror.