Crítica: Muñecos Infernales (The Devil-Doll) (1936)

Volver al índice de críticas por año / una crítica del film, por Alejandro Franco

USA, 1936: Lionel Barrymore (Paul Lavond), Maureen O’Sullivan (Lorraine Lavond), Raffaela Ottiano (Malita), Frank Lawton (Toto), Henry B. Walthall (Marcel), Robert Greig (Emil Coulvet)

Director: Tod Browning, Guión: Guy Endore, Garrett Ford & Erich von Stroheim, basados en la novela Burn Witch Burn de Abraham Merritt

Trama: Dos reclusos escapan de la prisión. Uno de ellos es Paul Lavond, quien fuera un banquero prestigioso hasta que sus ex socios lo inculparan por desfalco y le adjudicaran un asesinato. El otro es Marcel, que es un alquimista que ha estado experimentado con el proceso de reducir humanos hasta el tamaño de muñecos. Pero el proceso no es perfecto, y los seres miniaturizados quedan en estado vegetativo y sin voluntad propia, hasta que se les ordene telepáticamente lo que tienen que hacer. Marcel fallece a causa de sus heridas, y Paul queda con la esposa de éste, Malita. Y Paul se da cuenta que el control de los muñecos vivientes es la herramienta que precisa para desatar su venganza sobre sus ex socios y poder redimir su buen nombre.

Muñecos Infernales (1936) En general no soy muy fanático del cine fantástico de los años 30 y 40 – que generalmente son productos de la Universal y caen dentro del paraguas del terror gótico -, pero suelen haber excepciones. Una de ellas es Muñecos Infernales del director Tod Browning – el mísmo de los clásicos Drácula (1931) y Fenómenos (1932) -. Y mientras que Drácula siempre me pareció burda y sobrevalorada, Muñecos Infernales es un delirio mucho mejor construído y dirigido.

Aquí hay un relato típico de revancha, sólo que salpicado con tintes de amoralidad. Ciertamente la causa de Paul Lavond es justa – venganza contra sus antiguos socios por haberlo inculpado de crímenes que no cometió, por lo cual tuvo que purgar cerca de 20 años de cárcel -, pero los métodos que utiliza resultan cuestionables. Como suele pasar en el cine fantástico de aquel entonces, no existe verdaderamente ciencia ficción sino que los científicos locos de la época operan más como alquimistas que otra cosa – es algo similar a lo que ocurre en el clásico Frankenstein -, en donde mezclan materiales y magia para obtener resultados increíbles. Tampoco los razonamientos de Marcel son demasiado coherentes – su idea es reducir los humanos a una décima parte de su tamaño con la idea de evitar el hambre en el mundo (wtf?) -; y si bien Lavond en un principio se espanta con los experimentos, lo cierto es que, ni bien Marcel hace mutis por el foro, Paul se dedica a explotarlos en beneficio propio, mintiéndole a la viuda que continuarán el proyecto de su marido después de la venganza.

Pero una vez digeridos los huecos de lógica iniciales, la película se pone muy buena. Aquí está la estrella Lionel Barrymore haciendo un papel típico de los habituales de Lon Chaney Senior – su performance es realmente muy buena como la ancianita que se codea con los ex socios mientras deja puertas abiertas para el ataque de los muñecos -. Y en cuanto a los ataques en sí, están filmados con suspenso y efectos especiales casi impecables – alguna que otra superposición de imágenes no es muy buena, pero los escenarios a escala son fabulosos -. Hay dos escenas formidables: una, en la que una muñeca se infiltra en el dormitorio de uno de los socios mientras duerme, y la mejor de todas cuando uno de los muñecos asciende por las escaleras para atacar a la víctima y clavar una daga empapada en la poción reducidora. Ver al actor esquivando zapatos gigantes o escondiéndose bajo las patas de enormes sillones es formidable, especialmente porque la habitación está llena de gente en movimiento todo el tiempo.

Muñecos Infernales es un buen entretenimiento, dirigido con clase y con buenas actuaciones. Ni el principio ni el final tienen mucha lógica, pero el resto del camino es diversión sólida y con un par de momentos memorables. Lamentablemente Tod Browning entraría en el ocaso de su carrera – su próximo filme sería Miracles for Sale en 1939 y sería su canto del cisne -, tras lo cual nos perderíamos la ocasión de disfrutar otras joyas de su talento. Pero esa ya es otra historia.