Crítica: La Muerte de Stalin (2017)

Volver al índice de críticas por año / una crítica del film, por Alejandro Franco

4 atómicos: muy buenaRecomendación del EditorFrancia / GB / Bélgica / Canadá, 2017: Simon Russell Beale (Lavrenti Beria), Steve Buscemi (Nikita Khrushchev), Jeffrey Tambor (Georgy Malenkov), Adrian McLoughlin (Josef Stalin), Michael Palin (Vyacheslav Molotov), Olga Kurylenko (Maria Veniaminovna Yudina), Paddy Considine (Andreyev)

Director: Armando Iannucci – Guión: Armando Iannucci, David Schneider & Ian Martin, basados en el comic book homónimo escrito por Fabien Nury & Thierry Robin

Trama: La Unión Soviética, 1953. Josef Stalin aterra a todos con sus caprichos y sus letales castigos a los insubordinados, y ahora ha ordenado a Radio Moscú que le entregue una copia del exquisito concierto de Mozart que la Sinfónica ha ejecutado esta noche. Pero el director de la radio no lo ha grabado y, temiendo por su vida, ha llamado de vuelta a los músicos, ha llenado el oratorio con vagabundos y ha conseguido un director suplente que estaba a punto de ser enviado a Siberia debido a las constantes purgas del director del Servicio Secreto Lavrenti Beria. Pero la pianista del grupo, Maria Yudina, se ha cansado del depotismo del dictador y, junto con la copia en disco del concierto, le ha enviado una amenaza de muerte a Stalin. Stalin no puede creer lo que está leyendo y se ríe a carcajadas de la nota, exagerando hasta tal punto que termina por sufrir un derrame cerebral y termina tendido en su oficina en un charco de su propia orina. Como los guardias tienen órdenes expresas de no entrar a su cuarto si Stalin no se los pide – so pena de ser fusilados -, nadie se entera del ataque que ha sufrido el líder supremo hasta la mañana siguiente. Al llegar Beria, el jefe de la NKVD, decide explotar la situación, robando papeles y quemando documentos incriminatorios. Beria se cree el sucesor natural de Stalin, pero el círculo intimo lo odia ya que ha asesinado a millones de rusos en una serie de purgas que no tienen fin. Mientras Stalin agoniza, Beria comienza a impartir órdenes brutales para expulsar a los militares de la ciudad, aislar Moscú y tomar el control de la situación con las tropas de la NKVD. Pero Nikita Khrushchev – al que todos tildan de blando y sin personalidad propia – ha comenzado a ejecutar sus propias movidas… y Beria no tiene lugar en la nueva Unión Soviética que está por nacer. Contando con el apoyo del general Zhukov, Khrushchev se dispone a apresar a Beria y enjuiciarlo en juicio sumario… pero el amoral es tan retorcido y peligroso que puede usar a la hija de Stalin como escudo humano y declarar la ciudad en rebelión antes que alguien se anime a tocarle un pelo.

Arlequin: Critica: La Muerte de Stalin (2017)

A Armando Iannucci le encanta hacer humor político el que, a mi juicio, debe ser uno de los mas difíciles que existe. Al tipo no se le agotan temas y lo único que hace es crear escenarios poblados por idiotas con poder, los cuales terminan haciendo una macana tras otra en su desesperación por el trono y la fortuna. Iannucci se hizo conocido con The Thick of It, una brillante serie británica que trataba sobre las intrigas en el 10 de Downing Street, y después lo llevó a la pantalla grande en la imperdible In the Loop (2009), un filme plagado de los insultos mas creativos que jamás haya escuchado en mi vida. Mas tarde Iannucci cruzaría el charco y le daría el puntapié inicial a la sitcom norteamericana Veepinfestada de su mordaz sátira política – y, después de algunas temporadas se retiraría del control creativo. Lo último que tenemos de su obra es esta sátira basada en la sucesión de poder en la cruenta Unión Soviética tras la desaparición de Josef Stalin en Marzo de 1953. Si, como dice Mel Brooks, se puede hacer humor de todo (incluso del Holocausto), ¿por qué no hacerlo sobre el brutal régimen soviético cuando se encontraba a punto de dar vuelta una de las páginas mas sangrientas de su historia (después de matar a millones de ciudadanos en su mas cruenta época de purgas)?.

En sí, La Muerte de Stalin no es un filme para cualquiera. No se precisa saber historia, pero si tener una idea de lo que pasaba en la Unión Soviética cuando Stalin estaba en el poder. Si Hitler fue un genocida y asesinó por millones a propios y extraños, el peor crimen de Stalin es haber exterminado a millones de sus propios compatriotas, incluyendo héroes de la Gran Guerra Patria (como le llaman a la Segunda Guerra Mundial) con tal de sembrar el terror, obtener el control y asustar a posibles competidores y opositores a su poder.

Acá no vemos su locura asesina en acción, aunque Iannucci da pautas de todo tipo (algunas de un humor negrísimo, como el temor reverencial del jefe de la radio de Moscú, que recibe una llamada de Stalin pidiéndole la grabación del concierto que acaba de sintonizar y el tipo, que no registró ni un minuto de música, debe llamar de vuelta a la orquesta, conseguir un director suplente porque el titular se descompuso por el miedo, llenar la sala con vagabundos para recrear la acústica y revivir todo el concierto para grabarlo en un disco de pasta y entregárselo al Supremo Líder, so pena de ser fusilado) para entender el temor que impartía semejante cretino con poder. Claro, de pronto se enferma, nadie mueve un pelo por el (encima con el temor de que el tipo reviva y mande fusilar a todos los que lo tocaron, simplemente por mancillar su investidura o verlo tirado en un charco de orina), y termina por espichar. Ahí es cuando empieza la intriga palaciega de ver quién se sienta en el trono.

Quizás el aspecto mas chocante de La Muerte de Stalin sea ver a su perro de presa, Lavrenti Beria, en acción. El tipo, jefe de la policía secreta NKVD  (futura KGB), es la criatura mas atroz, amoral e hipócrita que debe haber existido en la historia del mundo. Aún los carniceros del nazismo tenía alguna linea limite que no se atrevían a cruzar (por los bizarros standares morales de su ideología), pero Beria las pasaba por alto a todas: secuestrando mujeres de la calle y violándolas (y después ofreciéndole un ramo de flores; si la aceptaba, era sexo consensuado; si lo rechazaba, era encarcelada y perseguida hasta el fin de sus días), metiéndose con menores de edad, manejando enormes centros clandestinos de tortura y muerte, e intrigando con el conocimiento del secreto de otros para extorsionar y acomodar las fichas a su favor. Cuando Stalin muere, Beria conspira porque se siente su sucesor natural (después de todo, le hizo todo el trabajo sucio a Stalin) y se manda un increíble lavado de imagen de la noche a la mañana, soltando a los sospechos atrapado en esos últimos dias, dictando aministías y perdonándole la vida a una parva de sentenciados a muerte por ser considerados enemigos políticos. Y si Iannucci saca alguna risa de una situación tan funesta, es porque a él le divierte cómo estos personajes miserables se bañan de santidad y humildad en los momentos políticos mas beneficiosos para sus causas personales, aún cuando sean bestias disfrazadas de hombres y sean capaces de cometer los peores horrores que uno pueda imaginar sin siquiera pestañear. Al ver el perro de guerra suelto y desquiciado, el grupo de burócratas inútiles que manejan la transición después de la muerte de Stalin decide elaborar algún tipo de plan para contener a Beria, o al menos para sacarlo del camino.

Por cada salida graciosa hay un momento amargo que Iannucci aprovecha para enrostrarte lo despiadados que son los dictadores (y los petimetres de turno, dotados de poder total y sumisos al rey vigente), y cómo la vida de la gente no vale nada cuando está en manos de amorales. Sí, Steve Buscemi se luce como el palurdo Nikita Khrushchev que termina de darle vuelta la tortilla a Beria, Jeffrey Tambor es la marioneta de turno, Simon Ruesell Beale es un Beria tan despiadado que, de tan malo, tiene su costado gracioso, y están Andrea Riseborough y Rupert Friend como los disfuncionales hijos de Stalin; pero quien se lleva todas las palmas es Jason Isaacs como el general Zhukov, un ególatra con tantas medallas que no le entran en el pecho, boca sucia y de armas tomar, un héroe de guerra al que no le importa encamotarse con quien sea con tal de tirar abajo al tipo que le hace sombra. Su Zhukov viene a ser una versión rusa del General Patton (otro loquito violento, genial en el plano militar), solo que no tiene empacho para despachar a quien se le ponga en el camino sin importar lo enorme y poderoso que sea.

La Muerte de Stalin es una película inteligente. Desborda de diálogos, pero ninguno tiene desperdicio. Es cruel y es cómica al mismo tiempo porque muestra como la gente banaliza el horror y se obsesiona de manera absurda con el poder (y la necesidad de sobrevivir en un ambiente tan hostil). No es lo mejor de Iannucci, pero lejos está de ser una zoncera y, para los amantes de su obra, es una muestra mas de su enorme cintura para hacer humor politico tremendamente incorrecto (y terriblemente divertido) sobre una de las situaciones mas oscuras y crueles de la historia.