Crítica: Los Mercenarios (Dark of the Sun) (1968)

Volver al índice de críticas por año / una crítica del film, por Alejandro Franco

Recomendación del EditorGB / USA, 1968: Rod Taylor (Curry), Yvette Mimieux (Claire), Peter Carsten (Henlein), Jim Brown (Ruffo), Kenneth More (doctor Wreid), André Morell (Bussier)

Director: Jack Cardiff, Guión: Ranald MacDougall & Adrian Spies, basado en la novela homónima de Wilbur Smith

Trama: El Congo, mediados de los años 60. El dictador congoleño Ubi se encuentra cercado por los Simbas, una tribu local que se ha levantado contra el gobierno y ha sumido al país en una sangrienta guerra civil. Ahora ha contratado al capitán Bruce Curry, un expeditivo mercenario, para que comande un puñado de sus tropas en lo que parece ser una misión de rescate de civiles patrocinada por la ONU. Pero lo que quiere en realidad Ubi es que Curry traiga de regreso un botín de diamantes – valuado en 50 millones de dólares -, los cuales se encuentran en depositados en la bóveda de un banco tras las lineas Simbas y los cuales serviría para financiar una ofensiva que logre aplastar la rebelión. El problema es que hay demasiada gente enterada del verdadero propósito de la misión de Curry, eso sin contar a los traidores de turno – que se encuentran dispuestos a rebanarle la garganta al capitán con tal de apoderarse de las piedras -. Todo esto culminará con un operativo despiadado y sangriento, el cual terminará por cambiarle la vida a todos los involucrados.

Los Mercenarios (1968) Dark of the Sun es la adaptación de uno de los primeros libros de Wilbur Smith. El metier de Smith siempre ha sido la aventura africana, la cual seteaba tanto en las épocas coloniales como en la turbulenta década del sesenta – cuando la mayoría del continente se revolvía en sangrientas guerras civiles -. En el caso que nos ocupa – y viendo la época de que data la pelicula – el escenario es estrictamente contemporáneo, ubicándolo en medio de la crisis del Congo que tuvo lugar entre 1960 y 1966, aunque el resto de los hechos que componen la historia son ficticios. Se trata de un escenario brutal – quizás mas salvaje que la Segunda Guerra Mundial o que la temible Guerra de Vietnam -, ya que se tratan de sangrientas refriegas entre despiadados dictadores (barnizados falsamente de civilizados) y hordas de locales impulsados por un furibundo odio racial. Ningún bando resulta potable y, lo que es peor, a la hora del combate resultaba mejor ser asesinado (o suicidarse) que caer en las manos del enemigo.

Considerando el año en que fue filmada, Los Mercenarios resulta shockeantemente violenta. Quizás uno se ha acostumbrado a cierto nivel de violencia cinematográfica con el paso del tiempo, pero aquí estamos hablando de una película con casi 50 años de antigüedad, y en la que hay matanzas de niños, hordas salvajes violando a hombres, mujeres y chicos, asesinatos bestiales, gente prendiéndole fuego a la cabeza de sus victimas (aún vivas), y algunas de las peleas más violentas que uno recuerde. Los Mercenarios forma parte de una serie de películas ultraviolentas (e injustamente olvidadas) en las cuales se embarcó Rod Taylor para intentar erigirse como héroe de acción, y apartarse de la imagen edulcorada a la cual venía asociado con comedias como las que había co-protagonizado con Doris Day, o aventuras amables como La Máquina del Tiempo (reencontrándose aquí con la bella Yvette Mimieux). Esos títulos – Darker Than Amber (que tiene la pelea más salvaje de la historia del cine) o Trader Horn, por ejemplo – no rindieron sus frutos en la taquilla, y en los 70s Taylor (deprimido y sumido en el alcoholismo) terminaría refugiado en una serie de deslucidas series televisivas.

Lo cual es completamente injusto, ya que Los Mercenarios es un filme de culto de pura cepa que merece ser redescubierto en toda su gloria. Es intenso y maduro, y tiene un puñado de escenas impactantes. La aventura es apasionante con mayúsculas – todos los personajes tienen su costado retorcido, incluso el protagonista; y el peligro está presente en cada uno de los fotogramas del filme -, y las tomas son realmente inspiradas. Quizás el mayor problema que tiene Los Mercenarios es que es un filme recargado de testosterona, en donde todos los hombres sienten – en algún momento – que deben retar al que tienen adelante (sin importar si es amigo o enemigo) para demostrar su fuerza y su virilidad. Pasa entre el noble Jim Brown y el recio Rod Taylor, o entre Taylor y el despiadado ex soldado nazi que compone Peter Carsten. Incluso Carsten termina con su cabeza a punto de ser aplastada por las ruedas de un tren mientras Rod Taylor se esfuerza porque la sangre del nazi no le manche demasiado el uniforme. Oh, si, éste es un filme brutal.

Que Los Mercenarios sea una de las películas favoritas de Quentin Tarantino no sorprende a nadie, ya que uno encuentra aquí patrones similares a los que tenía la brutal pandilla que lideraba Brad Pitt en Bastardos Sin Gloria. No sé si trata de una gran historia – en realidad la trama es pequeña y hasta predecible -, pero está narrada de una manera impresionante. Quizás el punto sea que todos los personajes poseen una furia latente que desatan de la peor manera posible al momento de pelear, convirtiéndose en seres inhumanos sedientos de sangre – al menos, eso es lo que uno destila del salvaje final que protagoniza Rod Taylor -. Es por ello que el personaje de Jim Brown marca un subrayado contraste, siendo el único patriota – el único tipo con ideales – en un contexto marcado por la codicia y los odios raciales. Aún con todo ello los últimos dos minutos de Los Mercenarios no resultan creíbles – el hombre cegado por la venganza termina por asumir que se ha ido de mambo, y se prepara para aceptar el castigo que se merece… en un continente signado por la injusticia y la corrupción, y plagado de dictadores despiadados (!?) -, y parecen un emparche forzado para darle un aura de redención a Rod Taylor, un tipo cuyo medio de vida es la violencia. Ese es el único detalle que opaca a un filme intenso y fuerte, una de esas películas que uno debe rastrear porque sabe que valen la pena ver.

Los Mercenarios vendría a ser el epitome de un subgénero que daría titulos tan dispares como Los Gansos Salvajes o Lost Command; pero ninguno de esos filmes tiene la intensidad de la película que nos ocupa. Además marcaría el descenso en la carrera de Jack Cardiff – un director de fotografía devenido cineasta – que terminaría rodando cosas bastante raras como Las Mutaciones (1974)… aunque ésa ya es otra historia.