Crítica: El Mas Allá (1981)

Volver al índice de críticas por año / una crítica del film, por Alejandro Franco

Italia, 1981: Katherine MacColl (Liza Merrill), David Warbeck (Dr John McCabe), Sarah Keller (Emily), Veronica Lazar (Martha), Michele Mirabella (Martin Avery)

Director: Lucio Fulci, Guión: Lucio Fulci, Giorgio Mariuzzo & Dardano Sacchetti

Trama: Liza Merrill ha heredado un vetusto hotel en Louisiana, Estados Unidos, y se encuentra en plena campaña para refaccionarlo. Pero, a poco de iniciadas las obras, extraños sucesos comienzan a ocurrir – albañiles que fallecen en la obra, el hallazgo de un antiguo cadáver, numerosas desapariciones -, con lo cual Liza empieza a sospechar que el lugar está maldito. A Liza la asiste el doctor John McCabe, el cual también ha comenzado a encontrar pistas que lo inducen a pensar que algo siniestro está oculto en el hotel. Así es como descubren que el cadáver encontrado en el sótano corresponde a un individuo al cual los lugareños lincharon hace más de 60 años, y del cual se sospechaba que realizaba rituales de magia negra. Buscando entre los efectos personales del individuo, Liza y McCabe descubren un antiguo libro, el cual reza que el hotel ha sido construído sobre una de las siete puertas del infierno… la cual ha sido abierta accidentalmente al emprender las refacciones. Y ahora los demonios y los muertos vivientes han comenzado a traspasar los límites del umbral, desatando lo que puede ser el principio del fin de los tiempos… a menos que Liz y McCabe encuentren la forma de sellar el portal.

El Mas Alla (1981) No hay nada mas pasatista que el cine de horror. Un buen filme plagado de shocks puede limpiar el estiércol mental que uno padece después de haber pasado una mala semana, y termina actuando como una especie de panacea recetada por el médico. El horror absorbe, lo aleja a uno del mundo real, y sirve para resetear el estado mental que uno tenga, aún en los casos más deprimentes y graves que se conozcan. Tal como embarcarse en una montaña rusa, es una experiencia que pasa por la adrenalina destilada antes que por el análisis intelectual, razón por la cual muchos maestros del cine de terror han recibido el título de tales, sólo por ser hábiles coreógrafos de secuencias de shock.

Mientras que el susto y la sorpresa es son consecuencias de una elaboración artesanal llevada a cabo por el director para poner al espectador en esa circunstancia, el asco y la violencia extrema suelen ser recursos baratos con los cuales los individuo sin talento intentan camuflar su falta de habilidad para crear escenas de shock. Una cosa es la escena de la ducha de Psicosismontada por Alfred Hitchcock como un mecanismo de relojería de precisión suiza, y explotando el temor innato al ser atacados en el momento más desprotegido de nuestras vidas (cuando estamos desnudos en el baño, sin armas o siquiera algo de ropa que pueda protegernos mínimamente de las agresiones) -, y otra es que Lucio Fulci dispare un ojo sanguinoliento hacia la cámara después que la cabeza de una de las víctimas de El Mas Allá termina siendo empalada en un clavo incrustado en la pared. Todo esto lleva a la discusión de si Fulci es realmente un maestro del cine de terror, o un tipo enviciado con el gore y la violencia extrema, un hacedor de títulos exploitation carente de talento alguno. En todo caso lo que uno tendría que hacer es poner a Fulci en el contexto de la cinematografía italiana de la época, la cual – en el caso del cine de terror – ya poseía una tendencia genética a decantarse por el sadismo. Si en los 60 la cinematografía peninsular se había hecho un nombre gracias a la proliferación de los giallos esos policiales plagados de muertes gráficas y violentas -, al menos los mismos tenían cierto sentido de estilo (su marca de origen era imitar / copiar el estilo directorial de Alfred Hitchcock). El problema es que en los 70s el estilo desapareció y sólo quedaron los excesos; por supuesto siempre quedaron artesanos de valía como Darío Argento y Ricardo Fredda, pero surgió una camada decantada por el gore ultraextremo, tipos que rodaban con una crudeza inusitada y que carecían de talento narrativo. Eran los tiempos de Holocausto Canibal, Zombie 2, o el filme que ahora nos ocupa.

Si El Mas Allá es la obra cumbre de la filmografía de Lucio Fulci, Dios me libre y me guarde del resto de sus películas. No es que The Beyond sea un filme intrínsecamente malo, pero es uno incoherente y carente de estilo. Hay una premisa intrigante – la idea de una casa erigida sobre una de las puertas del infierno; argumento copiado de El Centinela de los Malditos (1977) – que está plasmada de manera burda, con saltos argumentales que a uno lo dejan rascándose la cabeza. Los cadáveres proliferan en el hotel heredado por Catriona MacColl, pero nunca se presenta un maldito policía a hacer alguna pregunta; el médico del barrio es el mismo que hace las autopsias (wtf!), y el tipo lleva y trae cadáveres sin que haya ambulancia o autoridades de por medio (los carga en su auto y listo); aparece una muchacha ciega de la nada (para colmo, en medio de un puente gigantesco, lo cual le da a la secuencia un aspecto onírico) y empieza a despachar fruta sobre la historia del pintor maldito que fuera linchado por una turba 60 años antes… pero nadie le pregunta dónde vive, a qué se dedica o cómo es que sabe tanto (o si es una loca de la guerra que pasaba por la calle, vió luz y entró); y a eso se suman dos toneladas de incoherencias más, como gente que entra y sale de la morgue como si fuera su casa, médicos haciéndoles pruebas estúpidas a los cadáveres (como medirle las pulsaciones cerebrales a un fiambre de más de 60 años de antigüedad), muertes absurdas y cruentas de todo tipo y color – como arañas carnívoras devorando vivo a un tipo, una idiota que se desmaya quién sabe por qué y justo voltea un frasco de ácido sulfúrico sobre su cara, o el ya mencionado empalamiento ocular de la mujer que hace la limpieza -, y situaciones reñidas con la lógica. Es como si primero hubieran creado las secuencias de shock y después, en el cuarto de edición, vieron si había alguna manera de hilvanarlas siquiera con un débil hilo argumental.

El cine de horror es aquel que asusta, que nos impresiona y que queda con nosotros tiempo después de haber visto un filme. Para ser efectivo debe tener visos de realidad, o apelar a temores internos de los que todos tenemos – la oscuridad, los payasos, los clósets cerrados, los fantasmas que nos acosan en silencio, las cosas que vemos por el rabillo del ojo, o aquello que súbitamente aparecen al lado nuestro -. Ver un ojo explotando o una mujer con la garganta desgarrada (de la cual brotan galones de sangre falsa, lo cual suena como si se hubiera roto el caño del drenaje maestro del barrio) es algo tan sádico como estúpido; provoca revulsión en vez de miedo, lo cual son sensaciones totalmente diferentes. Es por ello que creo que tanto Fulci como El Mas Allá están sobrevalorados, simplemente porque manejan un estilo narrativo crudo basado en impactos dirigidos al estómago del espectador en vez de a su mente. ¿Cuál es el sentido de ver durante 5 minutos eternos como una horda de tarántulas se devoran sin mayonesa el rostro de un tipo – sacándole la lengua, los ojos, la nariz a pedacitos, etc -?. El efecto obtenido es el asco antes que el miedo.

Yo creo que en El Mas Allá está la simiente de una película inquietante, sólo que la cruda dirección de Fulci y el dispar libreto terminan por arruinarla. No hay mucha diferencia entre El Mas Allá y cualquier entrega de Martes 13, filmes especializados en reventar gente de las maneras más sangrientas y novedosas. Quizás la diferencia sea que Fulci tiene aún menos filtro que, por ejemplo, un Steve Miner o un Sean S. Cunningham, por lo cual es capaz de rodar asesinatos tan brutales que harán las delicias de una horda de adolescentes y universitarios borrachines, los cuales inmediatamente lo tildarán de maestro y procederán a considerarlo como objeto de culto. Pero la “maestría” en el cine de terror se obtiene a través del uso de un buen lenguaje narrativo, y del acercamiento del horror a los temores inherentes en cada uno de los espectadores. John Carpenter, Wes Craven, e incluso James Wan son maestros del cine de horror; Lucio Fulci en cambio, es un autoinvitado a la fiesta, un tipo cuyos mayores meritos pertenecen al departamento de maquillaje y efectos especiales antes que al talento artístico volcado en cada una de sus obras.