Crítica: Krull (1983)

Volver al índice de críticas por año / una crítica del film, por Alejandro Franco

GB, 1983: Ken Marshall (principe Colwyn), Lysette Anthony (princesa Lyssa), Freddie Jones (Ynyr), David Battley (Ergo), Alun Armstrong (Torquil), Bernard Bresslaw (Rell), John Welsh (Blind Seer), Francesca Annis (viuda de la telaraña)

Director: Peter Yates, Guión: Stanford Sherman

Trama: El planeta Krull ha sido invadido por una raza conocida como los Asesinos. Al mando de ellos está la Bestia quien, desde su morada errante, han lanzado numerosos ataques a los reinos vecinos con el fin de subyugar sus pueblos. Ahora ha decidido oponérsele el príncipe Colwyn, quien ha formado una alianza con los reinos contiguos y se aprestan a atacar la Fortaleza Oscura donde radica la Bestia; pero el ser infame ha anticipado todos sus movimientos y, después de un ataque sorpresivo a su castillo, ha logrado raptar a la esposa del principe. Jurando venganza, Colwyn reunirá un pequeño grupo de valientes para realizar una incursión suicida en la Fortaleza Oscura; pero, antes, deberá obtener el Glaive, un arma mistica que brinda poder y sabiduría a quien lo posea, y que parece ser la única fuerza en el planeta capaz de derrotar a la Bestia en su propio terreno.

Krull Yo debo de ser una de las cinco personas – en todo el planeta – que vió Krull en el momento de su estreno en cine. Y ya con 14 o 15 años, el filme me pareció una porquería absoluta. Los años suavizan las personas, ponen distancia entre el recuerdo y la verdadera experiencia, y el conocimiento adquirido en todo este tiempo sirve para comparar y re-evaluar. Y 30 años después puedo decir lo siguiente: Krull sigue siendo una película mala. No sólo por los horrores del libreto, sino por toda la potencialidad que el filme tenía y que fue desperdiciada por la desidia de los creativos responsables de esto; porque, en el fondo de Krull, reside una monumental aventura de fantasía que podría haber anticipado algo similar a la Trilogía del Anillo de Peter Jackson con tres décadas de diferencia. Las influencias de Tolkien brotan por todos sus poros, lástima que los productores decidieron mezclar hechiceros con alienígenas munidos de rifles láser.

Para principios de los 80 la euforia seguía siendo Star Wars, más después del taquillazo provocado por el cierre de la trilogía con El Regreso del Jedi (1983). Por lo tanto, era lógico que todo el mundo estuviera intentando vender la próxima gran franquicia de ciencia ficción, fueran los italianos, Roger Corman, o los británicos que produjeron el filme que ahora nos ocupa. El problema con estos tipos es que, el libreto que tenían a mano, era mas una fantasía tolkeniana que una aventura con Tie Fighters, enmascarados asmáticos y sables lásers. Es la única explicación posible que se me ocurre para entender cómo metieron con calzador una fortaleza espacial y un ejército de alienígenas con rifles láser. Lo que sigue es un engendro implausible – tipos que hablan de planetas y galaxias… pero que carecen de tecnología (no tienen máquinas, computadoras o siquiera un telescopio) y viven en una evidente edad media; alienígenas montando a caballo, aún cuando pueden volar por el espacio; extraterrestres que raptan bellas humanas para intentar una unión tan absurda como imposible -, el cual parece fruto de una rápida reescritura hecha cinco minutos antes de rodar el filme: “sacá “mago negro” y poné alien; borrá “guerreros oscuros” e insertá “extraterrestres gritones con lanzas láser”, etc. Para colmo Peter Yates (un tipo que hizo Bullitt, El Vestidor, la recientemente comentada La Guerra de Murphy, y un montón de películas decentes) parece no tener idea de cómo armar la historia siquiera en términos de fantasía. Como ve que todos los personajes usan espadas, decide recrear una de mosqueteros a lo Errol Flynn, lo cual es extremadamente chocante. Ver a Ken Marshall colgado de los candelabros con las horrendas marchitas escritas por James Horner de fondo es angustiante. Uno percibe que los que estaban haciendo el filme no tenían ni la más minima idea de qué tono darle.

Pero pasados los minutos iniciales, Krull se empieza a volver cada vez mas digerible. La producción es costosa e impecable. Los efectos especiales son buenos. Hay muchas escenas en las cuales uno se puede imaginar cómo hubiera sido una versión setentista de El Señor de los Anillosel castillo de Colwyn como sosías de Rohan; el pantano figurando como la ciénaga por la cual transitaban Sam y Frodo camino a Mordor; los paisajes montañosos reemplazando el escenario neocelandés elegido por Peter Jackson; incluso una bruja encerrada en el nido de una araña gigante, tal como la cueva de Ella-Araña -. El problema es que, con todos esos ingredientes de calidad, Krull se da maña para dispararse en sus propios pies. Por cada logro – buenos personajes secundarios, narración con energía, algunas peleas inspiradas -, hay una pifia monumental: sea el insufrible Freddie Jones – quien se da maña para arruinar todos los filmes en los que ha participado, sea Firefox o Dune – que hace de viejo sabelotodo y que se la pasa sacando ases de la manga; el insulso héroe que compone Ken Marshall – y que no sabría ni por dónde empezar, a no ser por Jones -; la irritante Lysette Anthony, la cual (doblada por Lindsay Crouse) sigue siendo incapaz de actuar; o la aparición de deus ex machina tan ridiculos como bizarros, sea “el fuego del amor” que el héroe descubre como superpoder a último momento, o las yeguas de fuego (qué nombre para conjunto bailantero!), las que son capaces de ir a miles de kilómetros por hora – por tierra y aire, y sin desgarrarle la ropa a alguno de sus jinetes! – y que les sirven para cubrir las 3.000 leguas (!) que los separan de la fortaleza del maligno.

Es una macana que un filme que lo tiene todo – buenos artesanos, buena producción – se dé maña para desmoronarse bajo el peso de las imbecilidades que se le ocurren al libretista de turno (un tipo que, para colmo, venía de la serie Batman y que después haría otro engendro, Ice Pirates, con Robert Urich). Aquí hay menos de Star Wars y mas de Tolkien, y hubiera funcionado mejor si le hubieran quitado el trasfondo sci fi – lo cual hubiera elevado bastante los puntos de la historia -. En cambio, la ambición por la taquilla los llevó a cometer una truculencia de marketing que afectó severamente la calidad del filme, el cual se vió ayudado – en su fracaso – por el exceso de ridiculeces de su guionista. Una oportunidad desperdiciada, ya que Krull tenía todo para ser un éxito y – se se hubiera depurado en una auténtica aventura de fantasía – quizás hubiera puesto de moda a Tolkien 30 años antes que Jackson lo hiciera con la Trilogia del Anillo; pero ésa, es una oportunidad que el destino terminó por negarle.