Crítica: El Juego de la Guerra (1965) (The War Game)

Volver al índice de críticas por año / una crítica del film, por Alejandro Franco

GB, 1965: seudo documental filmado para la TV

Director: Peter Watkins, Guión: Peter Watkins

Recomendación del Editor

Trama: Década del sesenta, en el auge de la Guerra Fría. El documentalista Peter Watkins se encarga de explorar todas las posibilidades sobre la hipótesis de un ataque nuclear masivo a Gran Bretaña, y en especial los pormenores de las secuelas del holocausto en la población inglesa.

El Juego de la Guerra (1965) El Juego de la Guerra es un título seminal dentro de la filmografía británica. Para mediados de los años 60, el director Peter Watkins había tenido mucho éxito filmando seudo documentales sobre hechos históricos. La novedad de Watkins era mezclar entrevistas a personajes reales (historiadores, especialistas) con recreaciones de los sucesos y supuestos “reportajes en vivo” a los protagonistas, sólo que éstos estaban encarnados por actores. Para tener una idea, es como si una cámara estuviera presente en Waterloo y Napoleón le hiciera declaraciones a la prensa de cómo le estaba yendo en la batalla. Buena parte del estilo seudo realista de Watkins transpira hoy en las series documentales que emiten canales como Discovery Channel.

Pero Watkins estaba obsesionado con hacer un documental sobre la posibilidad de una guerra atómica, y estuvo suplicándole el visto bueno a los directivos de la BBC durante meses hasta que consiguió luz verde para el proyecto. La BBC aún mantenía sus reservas – en 1954 quisieron hacer algo similar, pero desde el gobierno de Churchill le bajaron el pulgar -, pero quería tener material apropiado para estrenar en vísperas del vigésimo aniversario del lanzamiento de la bomba atómica sobre Hiroshima y Nagasaki. Entonces Watkins se despachó con El Juego de la Guerra – un documental que ficcionalizaba un posible ataque nuclear masivo a Inglaterra en la víspera del recrudecimiento de un conflicto ficticio en Alemania Oriental entre la OTAN y los soviéticos -, y la polémica se encendió. El gobierno le quitó el apoyo a la BBC ni bien vió el filme en una proyección privada armada por la emisora. La BBC dió marcha atrás, en parte por presión política y en parte cometiendo un acto de auto censura – consideró que la película era demasiado cruda para emitir por TV -. Watkins empezaría una larga y fuerte puja por liberar el filme, hasta conseguir su aprobación para estrenarlo en cine. De allí en más El Juego de la Guerra ganó numerosos premios, incluyendo el Oscar al documental del año – algo polémico si uno considera que en realidad se trata de una ficción escenificada con actores -.

En lo personal, me resultan fascinantes las cápsulas del tiempo acerca de la paranoia de la Guerra Fría. Y considerando la época en que fue filmado, El Juego de la Guerra es una película estremecedora – es el abuelo de otros filmes de shock masivo como El Día Después y Threads -. En 48 minutos Watkins demuestra con lujo de detalles sus dos tesis: lo devastador de un ataque nuclear y la idiotez generalizada de los gobernantes así como de su planeamiento para la contingencia. La película arranca con que el Pacto de Varsovia ha invadido Berlín Occidental en represalia a una amenaza atómica americana en la Guerra de Vietnam (en el otro extremo del mundo). Como las cosas están candentes, el gobierno inglés decide hacer una movilización masiva – evacuando de los posibles puntos de ataque (p.ej. bases militares y aeropuertos de donde pueden despegar bombarderos atómicos) a mujeres, niños y discapacitados, y llevándolos a ciudades alejadas de los blancos misilísticos – (lo cual no deja de ser un hecho absurdo; en vista de la geografía inglesa, todo parece un éxodo de ratas de laboratorio al otro extremo de la jaula como para demorar unos segundos más el imparable desenlace). Allí es donde empiezan los problemas: el gobierno instala a la fuerza a los exiliados en aquellos hogares que disponen de varias habitaciones; obliga a los dueños de casa a alimentar de su bolsillo a los recién llegados; el enorme gentío provoca una baja de la producción del país, la suba de precios, la escasez de alimentos y otros menesteres (en especial, los materiales como bolsas de arena y tablones requeridos para fortificar las casas y convertirlas en endelebles refugios anti atómicos; al parecer los ingleses tenían un poder adquisitivo mucho menor que sus pares americanos, que construían a mansalva refugios subterráneos de hormigón), las cartillas de racionamientos y todo un descalabro económico general del país (aún cuando fuera falsa alarma, Inglaterra tardaría 4 años en recuperarse económicamente de semejante éxodo).

Por si fuera poco, el ataque pasa de posible a real y las cosas entran en una espiral de demencia. Los médicos deben catalogar pacientes de acuerdo a su probabilidad de recuperación… y si tienen más del 50% de su cuerpo con quemaduras, deben ser ejecutados debido a la escasez de drogas y recursos sanitarios. Hay revueltas populares por falta de alimentos. Fusilamientos masivos para cumplir la ley marcial. Infinidad de niños gravemente enfermos y locos por culpa de las atrocidades que han visto. Y todo eso sin contar con la cantidad interminable de incendios inextinguibles – el calor y los vientos huracanados provocados por la temperatura los convierten en letales -, el lento envenenamiento por la radiación, etc. En medio de todo esto, hay notas de extremo patetismo, basadas en citas de políticos y líderes de la iglesia: desde la postura del Vaticano de que la guerra atómica “es limpia y honorable” hasta el caso de los policías que reparten un folleto de supervivencia para casos de ataques atómicos … cuyo libro estuvo en venta varios años antes y nadie pudo comprar.

Watkins demuestra que ha hecho notablemente sus deberes, ya que todas sus hipótesis se basan en conclusiones científicas y hechos reales ocurridos después de otros casos de bombardeos devastadores – además de Hiroshima, Watkins considera escenarios como el ataque masivo a Dresden durante la Segunda Guerra Mundial, en donde surgió el concepto de las “tormentas de fuego” -. Y aún así, son hipotesis muy modestas, tomando en cuenta que los misiles utilizados equivalen cada uno a una bomba de Hiroshima, cuando para 1965 los misiles ya contaban con varias veces ese poder en cada una de sus ojivas (o sea que el daño sería aún mayor). Por todo ello es que El Juego de la Guerra termina resultando compulsivamente fascinante y estremecedora, dándonos un pantallazo de la espada de Damocles pendiente sobre Gran Bretaña durante la Guerra Fría. Y es una pieza de propaganda brillante.