Crítica: ¡Hundan el Busmarck! (1960)

Volver al índice de críticas por año / una crítica del film, por Alejandro Franco

GB, 1960: Kenneth More (capitán Shepard), Dana Wynter (Anne Davis), Carl Möhner (capitán Lindemann), Laurence Naismith (Primer Lord del Almirantazgo)

Director: Lewis Gilbert, Guión: Edmund H. North, basado en el libro de C.S. Forester

Trama: 1941, el Atlántico Norte. El Bismarckun poderosísimo acorazado de bolsillo, orgullo de la armada nazi – se lanza en un raid de destrucción por las costas del norte de Inglaterra, pretendiendo acceder al corredor marítimo por donde llegan los convoys que abastecen a la isla. La armada inglesa intenta detenerlo con su acorazado más potente, pero el HMS Hood es aniquilado bajo las implacables descargas de artillería del Bismarck. Tomando la pérdida del navío orgullo de la flota como una afrenta personal, los ingleses inician una masiva cacería al Bismarck, el cual realiza todo tipo de maniobras para despistar – e incluso contraatacar – a sus perseguidores. Pero la soberbia de su capitán ha sumido a la nave en demasiadas refriegas, las cuales han mellado la capacidad de maniobra y la velocidad de la nave. Y ahora, seriamente herido, el Bismarck corre al refugio de la costa de la Francia ocupada por los nazis… siendo la última oportunidad que tendrán los ingleses para abatirlo y cobrarse revancha por el hundimiento del Hood.

Hundan el Bismarck! Los alemanes sabían (y saben) mucho de máquinas de guerra. Sin dudas sus ingenieros militares han sido los mejores del mundo, creando poderosísimos tanques y revolucionarios aviones, los cuales estuvieron a punto de cambiar el curso de la historia.

El gran problema con los alemanes ha sido siempre la carencia de recursos materiales propios. No poseen petróleo ni reservas de hierro, con lo cual han debido conquistar — durante la Segunda Guerra Mundial – los países adyacentes para hacerse con dichos materiales, un factor que terminó por constituirse en su verdadero talón de Aquiles – algo similar le ocurrió a Japón, el cual apenas tenía combustible para remontar en vuelo sus aviones durante el último año de la guerra -. Sumado a esto el constante bombardeo aliado de sus factorías, resultaba difícil – casi imposible – mantener en pie la gigantesca maquinaria de guerra que habían desplegado en 1939. Estos tipos habían provocado a mucha gente, y ahora les llovían bombas de punta en su amado suelo germano, con lo cual el ingenio no podía compensar las carencias de una economía deficiente. A final de cuentas todas las guerras se vencen por una cuestión de economía – ¿qué hubiera pasado en la invasión a Iraq si los yanquis sólo dispusieran de 10 tanques super modernos y Hussein contase en su haber 1.000 blindados siquiera de vieja tecnología? -, algo que terminó por demostrarlo la Segunda Guerra Mundial con el aplastante triunfo de la Unión Soviética y los Estados Unidos, potencias que no llegaron a perder ni siquiera un ladrillo de alguna fábrica estratégicamente importante, y que se dedicaron a producir, de manera masiva e imparable, maquinaria de guerra para aplastar al enemigo nazi en abril de 1945.

Debido a dicha escasez de recursos, las fuerzas armadas alemanas presentaban ciertos desequilibrios que resultan interesantes de analizar. Mientras que la aviación y las fuerzas blindadas eran formidables, la pata más floja del poderío militar alemán venía por el lado de la armada. Sin dudas el accionar de los submarinos fue letal al principio de la guerra pero, en cuanto a los buques armados, bien brillaron por su ausencia. Sólo fabricaron un puñado y, aunque su accionar era descomunal, la falta de recursos, tiempo para construirlos, y experiencia en el campo le jugaban en contra. Está la anécdota del portaviones Graf Zeppelin, el cual nunca pudo terminar de construirse y fue virtualmente desmantelado durante el conflicto, terminando como botín de guerra de los soviéticos en 1945. La falta de una armada importante impidió que los alemanes lograran tomar Gran Bretaña en 1941, cuando todo parecía perdido para los ingleses, simplemente porque un puñado de pequeños acorazados alemanes resultaba incapaz de hacerle frente a la masiva flota inglesa. Es cierto que los alemanes hicieron capote con sus submarinos en el Atlántico norte durante la guerra, pero los sumergibles eran naves de incursión – atacar y escapar – y difícilmente sirvieran para transportar tropas, tanques, o siquiera como naves de soporte que fueran funcionales (por ejemplo, hundir la avalancha de acorazados ingleses que hubiera aparecido en caso de una masiva invasion germana a las costas británicas). De todos modos los expedientes secretos de los nazis desbordan de curiosidades sobre el tema, como proyectos para construir portaviones submarinos y el tan mentado diseño de sumergibles misilísticos capaces de llevar varios cohetes V2 en su interior.

Ciertamente la flota alemana de superficie era bastante pequeña – más si uno la compara con la masiva flota submarina liderada por el almirante Karl Donitz, la cual proveyó los mayores victorias que obtuvo la fuerza a lo largo de la guerra -, pero no por ello dejaba de ser letal. Los barcos alemanes era pequeños y superblindados, amén de contar con una artillería formidable que superaba en efectividad al mejor de los acorazados ingleses – algo que figura en la pelicula que aquí comentamos, cuando el Bismarck despachó de una al gigantesco HMS Hood, el buque más poderoso de toda la flota británica -. Debido a ello, sus hundimientos han resultado fruto de gigantescas cacerías, algunas de las cuales – como la del Graf Spee – terminaron en sendas batallas libradas a miles de kilómetros de Europa. En el caso que nos ocupa, el filme trata sobre la persecución y destrucción del Bismarck, un acorazado de bolsillo que dejó un enorme tendal de hundimientos antes de ser liquidado en Mayo de 1941.

Aún cuando el filme fue rodado en 1960, Hundan al Bismarck! transpira un estoicismo propio de película filmada en los años 40. Los malos son malos y se ríen como estúpidos mientras cantan loas a Hitler, y los buenos son unos acartonados que carecen de vida propia y sólo ansían derrotar al incansable enemigo. Al frente está Kenneth More, el cual dista mucho de ser el tipo más expresivo del escenario británico de aquél entonces, aunque también es cierto que el libreto le asigna un rol tan imperturbable que no le da espacio al actor para darle un mínimo de humanidad. El tipo llega a los cuarteles tácticos del almirantazgo, y empieza a poner en vereda a medio mundo, comenzando por los uniformes y los horarios del almuerzo. Es un individuo realmente detestable cuyo único vestigio de humanidad pasa por tener un hijo en la fuerza, un pibe al cual le toca ir en vuelo de reconocimiento en la zona en donde avistaron el Bismarck y cuyo destino termina resultando incierto. Esos cinco minutos de lloriqueo de More no alcanzan a hacerlo siquiera un poco más digerible.

En si, Hundan al Bismark! es más un docudrama propio del History Channel que un filme de guerra. Los personajes carecen de personalidad, y se remiten a vomitar toneladas de recetas tácticas para esquivar / hundir el enemigo. El héroe es en realidad un burócrata que mueve maquetas sobre un gigantesco mapa, y manda a otros tipos a que pongan el pellejo frente al letal acorazado de bolsillo alemán. Lo que tenemos son escenas con modelitos a escala en alta mar, y escenas con More poniendo cara de tránsito lento en las oficinas del alto mando de la armada. Ok, la película es fiel a los hechos y los combates son pasables, pero no hay un solo momento de tensión, o siquiera una pausa en donde los personajes logren reflexionar sobre el papel que el destino les ha reservado.

No es un mal filme. Desde ya que se deja ver, pero posee una visión tan enciclopedista de todo el asunto que termina por sepultar el aspecto dramático – el cual resultaba necesario para que el filme funcione como tal -. El protagonista podria haber sido más carismático o interesante, en vez de ser un cretino al que sólo le gusta dar órdenes. Por otro lado, si bien el retrato del capitán del acorazado alemán es también caricaturesco, al menos el tipo destila cierta inteligencia que lo hace un villano válido. La macana es que desborda de soberbia, cuando en realidad debía ser un tipo acorralado que debió haber hecho uso al máximo de su astucia para esquivar (y, eventualmente, enfrentar) a los cruceros británicos que venían tras sus talones. Uno se da cuenta de lo acartonado que es todo esto cuando piensa que el filme podría haber construido un suspenso similar al de Das Bootuna nave alemana esquivando a decenas de enemigos; la desesperación por sobrevivir un día mas en alta mar; la pelea contra el tiempo y el consumo de recursos -, en vez de poner a un flaco besando al retrato de Hitler y hablando de cómo él solito va a hundir a toda la flota británica – como se ve, no es un filme muy objetivo que digamos -.

Hundan al Bismarck! es una buena película para ver en cable. No es la mejor película de guerra ya que el aspecto dramático apesta, pero al menos la reconstrucción histórica está cuidada. Pero se ve desfasada incluso para 1960, ya que en esa época el cine bélico estaba dejando de lado el aspecto propagandístico de todo el asunto, y comenzaba a ilustrar a los alemanes como lo que realmente eran: una fuerza militar avanzada, astuta y letal – no un ejército compuesto por idiotas que se ríen de cualquier cosa -, al servicio de uno de los gobiernos más infames que haya pisado la faz de la Tierra a lo largo de toda su historia.