Crítica: Hostel (2005)

Volver al índice de críticas por año / una crítica del film, por Alejandro Franco

USA, 2005: Jay Hernandez (Paxton), Derek Richardson (Josh), Eythor Gudjonsson (Oli Eriksson), Jan Vlasak (ejecutivo holandés), Barbara Nedeljakova (Natalya), Jennifer Lim (Kana), Jana Kaderabkova (Svetlana)

Director: Eli Roth, Guión: Eli Roth

Trama: Un trío de adolescentes – dos americanos y un islandés – deciden irse de parranda por Europa. Mientras están en Amsterdam se contactan con un muchacho que les indica que en Eslovaquia, en las afueras de Bratislava, hay un lugar en donde todas las chicas se les regalan a los turistas americanos. Los muchachos deciden ir hasta allá, en su viaje en busca de emociones fuertes. Pero allí serán engatusados por un trío de chicas, quienes los drogan y los apresan. Y al despertar encontrarán que se encuentran en manos de una horda de maníacos, quienes han montado un sangriento show para gente adinerada, permitiéndoles torturar y matar a sus rehenes como se les plazca. Y ahora ellos parecen ser los próximos en convertirse en el centro del espectáculo.

Hostel Hostel viene acompañada de una fuerte polémica. Muchos la calificaron como tortura porno – esto es, un placer sádico en regodearse con escenas extremas cada cinco minutos – y la despreciaron como un producto deleznable. Por otro lado, buena parte de la comunidad de fans del horror alabaron la carnicería que el director Eli Roth desataba en pantalla. Es que Hostel no tiene punto de equilibrio: la gente puede amarla u odiarla, pero resulta imposible que pase inadvertida para alguien que la vea.

En sí Hostel vendría a ser el punto máximo del horror extremo, que lo inauguraron los japoneses como Takashi Miike con Audition, y aquí los americanos terminaron por nacionalizarlo. Quizás la cabecera de playa que haya llevado a la popularización del género sea Saw, El Juego del Miedo (2004), pero antes de ello Rob Zombie había probado House of 1000 Corpses (2003), amén de infinidad de películas serie Z del circuito grindhouse que había poblado las pantallas marginales con producciones similares aunque con efectos especiales realmente baratos. Lo que hace Eli Roth en Hostel es simplemente materializar una película grindhouse con mayor presupuesto y una dirección más pulida.

Si uno analiza en profundidad, Hostel carece de propósito, pero la mayoría de los filmes de terror hacen lo mismo y es por su propia naturaleza. En sí el cine de horror tiene una finalidad meramente pasatista, la de absorber al espectador con lo que ve en pantalla. En un segundo lugar está el incorporar ese horror al espectador para que tenga pesadillas con ello, pero ello ocurre en contadas ocasiones (en la mayoría de los clásicos), y eso funciona porque se viven situaciones cercanas a lo real o al espectador mismo. En sí la travesía del trío de muchachos acerca a Roth a ese objetivo – esos viajes estudiantiles de parranda, destinados a probar lo prohibido y meterse en lugares en donde uno nunca se metería -; pero después el filme toma cierta distancia, posiblemente por las intrincadas vueltas que da sobre el final y como para ofrecer algún tipo de climax que sea satisfactorio para la audiencia. Es en ese momento en que Hostel pierde su grado de realismo y se acerca al cliché hollywoodense, con la víctima tomando revancha de sus opresores.

Hostel no deja de ser una película de terror serie B bien hecha. Resulta sorprendente el cuidado que pone Roth al principio del filme – esto es American Pie, sólo que devenido en un show gore -. La primera mitad es realmente entretenida y los protagonistas simpáticos, y eso es un gran mérito de Roth al no despachar fruta para hacer relleno hasta llegar a las matanzas, que es lo que el 99% de los filmes de horror hacen. Vale decir, el entretiempo es divertido y está bien hecho. Incluso cuando aparece el villano del filme, tiene algunas líneas más que potables. Hay sexo por demás, pero eso es algo propio del género – ¿qué película de terror no tiene sexo y desnudos? Quizás sea que hay una asociación inconsciente entre sexo y muerte, que por ello aparecen juntos en los filmes de terror -. Y cuando llega el gore es abundante y fuerte, pero tampoco es la tortura porno que muchos alegan. Esto no es la escena de media hora de latigazos de La Pasión de Cristo – que era imposible de ver -. Hay torturas, son fuertes, pero el filme no se ensaña con ellas más de lo necesario y la historia avanza.

Ciertamente Hostel no es para cualquiera. Cuando hay que mostrar carnicería, Roth va hasta los límites. Pero hay una historia detrás y es bastante interesante. Es obvio que Roth admira a James Wan, porque los corredores sucios y oxidados de la fábrica eslovaca se parecen demasiado a la guarida de Jigsaw de El Juego del Miedo; pero Hostel no es tan inteligente y brillante como ese filme. Por el contrario, funciona de una manera más visceral. Desesperación, repulsión, odio… pero no temor. Allí es donde falla Hostel; no deja sensaciones en la platea, más que haber presenciado una hora y media de un espectáculo fuerte. No es el terror que uno se lleva consigo como Actividad Paranormal o El Proyecto Blair Witch.

Hostel es un espectáculo visceral en todo sentido de la palabra, pero no aterroriza. Está montada de manera impecable, porque uno simpatiza con los protagonistas y se pone de su lado, más cuando llega su momento más trágico. Y aún en esas escenas hay un tufillo a humor negro que sobrevuela el filme. Pero no termina de conectarse con el espectador, y – como dijimos antes – sólo termina por convertirse en un show típico de grindhouse hecho de manera experta.