Crítica: Hannibal (2001)

Volver al índice de críticas por año / una crítica del film, por Alejandro Franco

USA, 2001: Anthony Hopkins (Dr Hannibal Lecter), Julianne Moore (agente Clarice Starling), Giancarlo Giannini (Inspector Rinaldo Pazzi), Gary Oldman (Mason Verger), Ray Liotta (Paul Krendler),

Director: Ridley Scott, Guión: David Mamet & Steven Zaillian, basados en la novela homónima de Thomas Harris

Trama: Ya han pasado 10 años desde el último encuentro entre Hannibal Lecter y Clarence Starling. Ahora Lecter se encuentra viviendo de incógnito en Florencia mientras que Starling se encuentra en el peor momento de su carrera – ha dirigido un operativo que ha desembocado en una carnicería, y se encuentra suspendida de su cargo -. Pero un nuevo intérprete se ha sumado a la obra: el millonario Mason Verger, uno de los pocos que han logrado sobrevivir un ataque de Lecter, y por el cual ha quedado horriblemente mutilado. Buscando venganza desde hace años, Verger decide utilizar a Starling como carnada para hacer salir de su escondite a Hannibal, conociendo la predilección que tiene el asesino por la inquieta agente del FBI. Pero provocar al homicida quizás no sea la mejor de las tácticas, especialmente cuando éste decide regresar a los Estados Unidos para poner fin a lo que fuera un trabajo inacabado. Porque Verger es un antiguo asesino y pedófilo, un monstruo de peor especie que Lecter, y cuya vida no valdrá un comino cuando el canibal se enfrente cara a cara con él.

Hannibal (2001) Hannibal es la secuela de El Silencio de los Inocentes (1991), ese clásico de Jonathan Demme que arrojó una nueva luz sobre los asesinos seriales y trajo a la palestra pública toda la metodología de la sicología forense. A mi juicio El Silencio… es un filme muy dispar y algo sobrevalorado, pero a todo el mundo le encantó, recibió una andanada de Oscars, recaudó una friolera de dólares, y disparó toda una industria basada en las aventuras de su personaje más destacado, el asesino caníbal Hannibal Lecter. Como suele ocurrir cuando Hollywood se topa con una mina de oro, pronto puso en marcha una continuación – la que se tomó diez años en ver la luz debido a los hábitos de trabajo excesivamente meticulosos del autor de la novela original, Thomas Harris -, la cual pronto generó una inmensa polémica ni bien el libro salió a la venta. El punto pasaba porque el climax culminaba con Clarice y Hannibal envueltos en un turbulento romance y haciéndose un festín canibal con las víctimas del asesino. El libro asustó de manera tal al grueso de los creativos responsables de El Silencio de los Inocentes que ni el director Jonathan Demme ni el guionista Ted Tally ni la protagonista Jodie Foster se prendieron a la movida (aunque se rumorea que la ausencia de Foster en la secuela se debió más a sus exageradas exigencias económicas que a tener discrepancias morales con el proyecto). Sólo quedó Anthony Hopkins, y a los productores le bastó con eso. Trajeron un equipo de lujo – director Ridley Scott (Alien, Blade Runner), guionista David Mamet (Los Intocables) – y terminaron por decantar un filme que es mucho más prolijo y sólido que el original. Ciertamente no tiene el mismo impacto cultural que tuvo en su momento El Silencio de los Inocentesen 10 años se parieron montones de parientes bastardos de Hannibal Lecter, y la novedad de la sicología forense pronto se popularizó a través de series como CSI (la que data del año 2000) -, pero sin dudas es una película mucho mas satisfactoria – en cuanto a tono y desarrollo – que su precuela.

Ciertamente el filme sanitiza los aspectos más polémicos del libro. El principal cambio es el climax, el cual anula la inquietante vuelta de tuerca de ver a la heroina convertida en una caníbal a la par de monsieur Lecter. Por lo demás es extremadamente respetuoso de los textos que adapta, convirtiéndose en un thriller mucho más sofisticado que El Silencio de los Inocentesaquí Hannibal es un sibarita que disfruta tanto de las obras del renacimiento como de un cerebro humano saltado con ciboulette y acompañado de un buen chianti -. Pero el detalle más importante es que Lecter ocupa el centro mismo de la escena y, curiosamente, se transforma en una suerte de antihéroe – aquí se lo ve depredando a corruptos y monstruos mucho peores que él, con lo cual es más un vengador justiciero de métodos extremos que un asesino demente -. Quizás ése sea el punto por el cual Hannibal no termina por shockear del mismo modo que El Silencio de los Inocentes: en aquel filme había una especie de vudú científico – sicológico que intentaba explicar los horrores y las deformidades de la mente humana, mientras que aquí lo que tenemos es a un violento sumido en el exilio y el retiro, el cual se transforma en un sangriento vigilante cuando lo acosan a él y a quienes ama. En realidad el que ha mutado es Thomas Harris, el cual se ha enamorado de su personaje y ha intentado rehabilitarlo, lo cual poda el elemento más siniestro e inquietante de Hannibal Lecter, y es su misterio: antes hacía cosas horrendas de manera inesperada e injustificada, y ahora se le ha asignado una causa y un plan de acción. Las cosas con Lecter irán peor en la precuela Hannibal Rising (2007), en donde Harris le inyectará tantos vericuetos inverosímiles a su historia de origen que el asesino caníbal terminará por convertirse en una especie de hiperviolento y glorificado superhéroe.

Aún cuando el horror se ha trocado mayoritariamente por una exagerada sofisticación, eso no quita que Hannibal no tenga su pequeña cuota de momentos impresionantes, los que van desde Giancarlo Giannini colgando con las tripas al aire desde un balcón en Florencia, pasando por una horda de jabalíes entrenada para devorarse vivo a un cristiano, hasta Anthony Hopkins lastrándose en vivo y directo el cerebro de un miembro del cast… mientras éste aún respira y se encuentra charlando como si nada en la mesa. Todo esto sin contar con la vista revulsiva de lo que quedó de Mason Verger – principal antagonista de la historia y a cargo de un irreconocible Gary Oldman -, un despojo humano que quiere ver a Lecter reducido a pedacitos. Curiosamente en toda esta combinación de shock y arte de la alta escuela, el flashback del origen de la mutilación del personaje de Oldman resulta notablemente flojo e incoherente: ¿por qué alterar lo previsible – de que Hannibal lo haya atacado y depredado – y cambiarlo por algo más sofisticado y políticamente correcto, que es la manipulación sicológica de Verger por parte de Lecter, induciéndolo a la automutilación?. He ahi la sanitización de un personaje feroz, lo cual termina por atentar contra su efectividad como factor desequilibrante (y morbosamente apasionante) de la historia.

La historia se divide en dos: Hannibal en Florencia – siendo descubierto y acosado por los hombres de Verger -, y su regreso a Norteamerica para librar su venganza y reencontrarse con Clarice. Las secuencias en Florencia funcionan de manera operística – es Ridley Scott convertido en un esteta, regodeándose con la fotografía y mostrando a Hopkins en todo su glamour, caminando por las calles de Florencia al son de exquisitas arias -. Es un esforzado intento de convertir la violencia en algo racional – a final de cuentas la identidad de curatore de Hopkins sirve para traducir de que la humanidad siempre ha tenido raptos de ferocidad por causas menos loables que el sabor de la carne humana -, además de un intento de glorificar a Lecter como genio criminal, un individuo capaz de leer a sus enemigos y anticipar sus movidas. A veces todo ese estilo resulta desbordante y hasta contraproducente, ya que 10 años atrás ése tipo no era más que un siquiatra enfermo que descubrió que la carne humana era más rica que el bife de chorizo y decidió proveersela por cuenta propia. Ello no quita que haya momentos más modestos y efectivos, como la interacción entre Giancarlo Giannini y Anthony Hopkins, cuando el italiano descubre que Lecter es un tremendo carnicero y se ve obligado a mantener la urbanidad (y tragar su temor) estando en su presencia.

La segunda parte es dispar. Hay dos problemas: el más obvio es que Julianne Moore no es Jodie Foster, y se nota muchísimo. Moore actúa bien, pero no le llega a los talones de Foster, y no da con el enorme rango de sensaciones encontradas que precisaba el papel. El segundo es que la venganza de Hannibal contra sus acosadores es más una improvisación que un plan, y está atada a un montón de coincidencias. En vez de ir a la mansión de Verger y aniquilarlo, Hannibal es atrapado y difícilmente hubiera podido sobrevivir de no ser por la fortuita intervención de Clarice al momento de su desmembramiento. Es allí donde se derrumba el castillo de naipes construído por Thomas Harris en los capítulos situados en Florencia, exhibiendo a Lecter como un genio capaz de anticipar cualquier movida en su contra. Y es que la captura de Lecter por los esbirros del millonario pedófilo es tan vulgar como carente de resolución lógica, a menos – claro – que intervenga Starling como Deus Ex Machina.

Aún con todas sus pretensiones e improbabilidades, Hannibal me gustó mucho más que El Silencio de los Inocentes. Hopkins sigue sin convencerme como asesino serial – más aquí, que está gordo, viejo y pasado de maquillaje, y me resulta más coherente el televisivo Mads Mikkelsen para el papel – y aquí está acompañado de un flaco reemplazo, lo que anula la química del primer filme con su co-protagonista; pero, por otra parte, el filme no va a lo obvio e intenta ciertos caminos nuevos e inusuales, lo cual es de agradecer. Y aunque no logre obtener todos sus objetivos con éxito, por lo menos tiene la valentía de intentar ser diferente.

HANNIBAL LECTER

Hasta ahora hemos comentado los siguientes filmes del asesino canibal: El Silencio de los Inocentes (1991) – Hannibal (2001)