Crítica: El Gato de las Nueve Colas (Il Gatto a Nove Code) (1971)

Volver al índice de críticas por año / una crítica del film, por Alejandro Franco

Italia, 1971: James Franciscus (Carlo Giordano), Karl Malden (Franco ‘Cookie’ Arno), Catherine Spaak (Anna Terzi), Cinzia De Carolis (Lori)

Director: Dario Argento, Guión: Dario Argento, Luigi Collo & Dardano Sacchetti, Musica – Ennio Morricone

Trama: Un robo y los homicidios de varios colaboradores del instituto Terzi atraen la atencion del periodista Carlo Giordano. Giordano se topa con el ex periodista Franco Arno, que está ciego y vive como vecino en la zona, y quien ha escuchado conversaciones sospechosas la noche en que comenzaron los crímenes. Junto con Arno, Giordano comienza a seguir la pista del instituto Terzi, donde realizan investigaciones científicas que han dado con la conclusión que la presencia de un cromosoma extra (el par XXY) es un indicador de que el individuo poseedor tiene tendencias criminales. Pero el asesino también ha estado observando los pasos de los periodistas, y pronto se lanzará en su acecho.

El Gato de las Nueve Colas Este es el segundo giallo de Darío Argento después de la promisoria El Pájaro de las Plumas de Cristal. Como en ese caso, hay un cast italiano liderado por actores norteamericanos como para atraer al público internacional; y el film sigue los standares del género, asesino misterioso y sangrientas muertes incluídas.

Pero en su segundo film policial, Argento demuestra que se ha hecho con las herramientas del género y ahora lo conduce de manera impecable. Había momentos en El Pájaro de las Plumas de Cristal en que uno podía pegar un largo bostezo o estremecerse con algunas ridiculeces del guión, pero en El Gato de las Nueve Colas Argento hace gala de un timing envidiable que no permite ver sus defectos al momento de la proyección. Después de plantear un par de asesinatos de inicio, la película entra en un ritmo excelente con escenas de tensión cada cinco minutos – sean sorpresivas revelaciones, persecuciones, el acoso del asesino o la filmación directa de sus crímenes -. Ciertamente es un film construído como un rompecabezas de escenas de misterio, donde lo que menos preocupa es si la trama – y la revelación del asesino – es coherente (dicho sea de paso, la revelación final es puramente trivial; el asesino podría haber sido José el Almacenero y el resultado habría sido el mismo). Lo que importan son las pistas y lo que vendrá a continuación. A su vez Argento se las arregla para meter personajes peculiares en la historia – un ladrón reformado, el periodista apuesto pero algo cobarde, el investigador ciego aficionado a los enigmas, el policía amigote que va dándole pistas a James Franciscus – que resultan entretenidos, y no son tan invasivos o chocantes como el pintor ermitaño de El Pajaro de las Plumas de Cristal. James Franciscus y Karl Malden poseen buena química, y se complementan de gran manera.

Es un ejercicio de suspenso, más que de lógica. Uno puede señalar ciertas arbitrariedades como la falacia del asesino omnisciente y omnipresente, que siempre sabe lo que van a hacer los protagonistas y está en el momento justo. Por ejemplo, cuando la ayudante del científico va a buscar en el coche de este alguna pista, el asesino ya estaba allí. O cuando los periodistas incursionan en el cementerio, nuevamente aparece de la nada. Es como si a uno de los actores le revelaran el secreto y el homicida apareciera instantáneamente en su cuarto para matarle. Otra cosa que se puede reprochar es el clímax que comienza desde la secuencia del cementerio, ya que es absurdo de que el expeditivo homicida decida secuestrar a la ahijada de Karl Malden para mantener su silencio (o matarlos… nunca queda muy claro). Pero todo eso se mitiga con una trama plena de revelaciones constantes y escenas intensas – pareciera que Argento sintonizara un poco menos a Hitchcock y estuviera más onda de las complicadas tramas de Agatha Christie -. Además, al momento de filmar las muertes, Argento va de lo violento a lo directamente shockeante – el asesinato en la estación de tren es memorable; y la muerte de una de las mujeres es particularmente sádica -.

A mi juicio, es un guión muy bueno e intenso. No es realista, pero no es el caso. Aquí la idea es disparar un montón de sospechosos a la platea, orientarla hacia uno de ellos… y liquidarlo cuando la platea piensa que es el culpable. Pero aún en la artificialidad de sus reglas de juego, El Gato de las Nueve Colas es entretenimiento sólido, y desde ya más que recomendable.