Crítica: Planeta Prohibido (Forbidden Planet) (1956)

Volver al índice de críticas por año / una crítica del film, por Alejandro Franco

USA, 1956: Leslie Nielsen (Comandante Adams), Walter Pidgeon (Dr Edward Morbius), Anne Francis (Altaira Morbius), Warren Stevens (Teniente ‘Doc’ Ostrow), Jack Kelly (Teniente Farman), Earl Holliman (cocinero), Richard Anderson (Jefe Quinn), Marvin Miller (Voz de Robbie)

Director: Fred McLeod Wilcox, Guión: Cyril Hume sobre una historia de Allen Adler & Irving Block, Musica – Bebe & Louis Barron

Recomendación del Editor

Trama: El crucero espacial C57D es enviado al planeta Altair IV para investigar el paradero de una misión enviada hace más de 20 años. Pero la expedición se topa con la reacción poco amistosa del Dr. Morbius, único habitante humano del planeta y quien se resiste a que los tripulantes desciendan en él. Una vez en la superficie, el comandante Adams y su tripulación descubren que los miembros de la misión anterior han perecido en su totalidad, con excepción del Dr. Morbius, su hija Altaira, y un poderoso robot al que llaman Robbie. Decidido a investigar lo sucedido a pesar de las insistencias de Morbius, Adams descubre la existencia de un poderoso ente hecho de energía que comienza a asesinar a los miembros de la tripulación y a dañar equipos técnicos de la nave. Mientras tanto Morbius le enseña a Adams sus descubrimientos: los restos arqueológicos de la que fuera la civilización Krell, reinante en Altair IV, y que se extinguiera de la noche a la mañana hace 2000 siglos. Analizando las increíbles maquinarias que los Krell han legado, Adams no tardará en comprender que el ente de energía y la tecnología alienígena descubierta están íntimamente ligados.

Cuando el grueso del público piensa en un filme de ciencia ficción de los 50, invariablemente se remontan a La Guerra de los Mundos de George Pal (1953). Pero hay una gema muy brillante, un clásico escondido por las arenas del tiempo y que sólo los cinéfilos recuerdan (e idolatran), y es sin duda Forbidden Planet. En la euforia encendida por el film de Pal muchos estudios se lanzaron a probar suerte en el género de la sci fi. Como era habitual, la ciencia ficción era sinónimo de cine mediocre para ese entonces, y el grueso de su producción caía en los esquemas de la serie B, Z y seriales de matinée. Forbidden Planet es un rarísimo caso de una producción clase A, donde la Metro Goldwyn Mayer puso una enorme cantidad de dinero para obtener un film de factura técnica impecable.

Pero Forbidden Planet era un producto adelantado a su tiempo, y no hubo manera de que pudiera recuperar sus costos. Era obvio; en una época en donde el género estaba tan subvalorado, no había oportunidad de que pudiera destacarse del resto. Además se agrega otro factor, y es que era demasiado intelectual para la época. Es imposible que los adolescentes que festejaban en la platea la devastación masiva de las mantarrayas marcianas de Pal pudieran alegrarse de igual modo (y concurrir en forma masiva al cine de la misma forma) con un par de tipos sentados en una roca y hablando de monstruos del subconsciente. Es demasiado profundo para la mentalidad pochoclera norteamericana. De más está decir, que ni la MGM ni ningún otro estudio se aventuraría a realizar una super producción millonaria de sci fi, al menos hasta avanzados los 60.

Es claro que con semejante presupuesto los efectos especiales son de primera calidad. En primer lugar el C57D es un plato volador, con lo cual superan un montón de problemas de FX de la época (los terribles efectos de los motores, lanzando chispas y humo, por ejemplo), además de dar señales de avanzada en cuanto a creatividad, y por qué no, un poco de oportunismo comercial con la reciente oleada de OVNIs que se habían comenzado a ver sobre Estados Unidos a partir de la Segunda Guerra Mundial (y del incidente Roswell). En segundo lugar, los escenarios están bellamente concebidos, y realmente dan una idea de atmósfera alienígena. Y en tercer lugar, está la experimental música electrónica, pionera en su tiempo, que le dan un clima hipnótico a la película. Ante los ojos descreídos de un espectador del siglo XXI, es un filme que ha resistido muy bien el tiempo, donde poco y nada hay para reprochar en cuanto los efectos, los vestuarios, los ambientes, los diseños, e incluso en el apartado científico, donde el blablablá técnico suena bastante coherente. Es obvio que los guionistas han hecho su tarea de investigación previa, y han mamado de toda la sci fi literaria. La presentación de Robbie como “el robot” es memorable (está introduciendo el término ante el gran público), y dentro de su tosquedad Robbie se muestra bastante práctico. Quizás haya un par de manivelas y giroscopios de más, pero resulta bastante plausible, e incluso hasta un seguidor de las tres leyes de la robótica creadas por Isaac Asimov.

Pero si en el apartado técnico es encomiable, donde reside el mayor valor de Planeta Prohibido es en cualidad como molde del género. Es un film vastamente influencial de todo lo que seguirá. La definición de los personajes de la tripulación del C57D podrá tener un par de torpezas en el guión, pero uno no deja de reconocer ciertos patrones característicos. Sin ir más lejos, los de Viaje a las Estrellas. Adams es un hombre decidido, pero está acompañado por el racionalista Doc, y termina por armar un triunvirato con el teniente Farman a la hora de discutir lo que sucede. Si éstas no son las raíces de Kirk, Spock y McCoy… E incluso en la llegada al planeta, cuando la nave desacelera de velocidad luz y la tripulación se protege en columnas de energía es posible ver los orígenes de los beams de teletransportación del Enterprise. Como menciona Richard Scheib en su site, es posible convertir toda la trama de Forbidden Planet en un capítulo de Star Trek con mínimos cambios de vestuario y nombres de personajes.

Y precisamente sobre la trama, es donde reside su principal virtud y defecto a la vez. Por más que los creativos y guionistas pongan sus nombres, es obvio que la historia es una adaptación de La Tempestad de Shakespeare. Morbius es Próspero, Altaira es Miranda, el monstruo del inconsciente (o ID) es Calibán, y la tripulación del C57D es el símil de los náufragos que llegan a la isla paradisíaca a perturbar la armonía en que conviven. En el filme, las tentativas de seducción por parte de la tripulación son realmente toscas, e incluso cuando se dispara la relación entre Adams y Altaira no hay demasiada química entre Leslie Nielsen (el teniente Frank Drebin!) y Anne Francis. Lo que el guión pudo haber explorado es que Altaira podría haber sido otro producto de la mente de Morbius, punto que explicaremos más adelante. Siendo un muchacha inocente en sus veinte, bien el argumento podría haber explorado cierta perversión en la violación de dicha inocencia – no hay diferencia entre las secuencias de los besos iniciales de Farman con quien podría ser una niña -; pero esto sería un punto demasiado fuerte para el puritanismo de los años 50. Tampoco está tan bien desarrollado el súbito apasionamiento adolescente de Altaira por Adams, cuando la reacción correcta debería haber sido el rechazo por cualquiera de estos hombres.

Sin duda el desarrollo de las interrelaciones no es el fuerte del guión; los cambios de comportamiento de Morbius no tienen demasiado sentido, especialmente de quien debería ser un ermitaño y era reacio a la llegada de las tropas al planeta. Pero donde el guión se explaya muy bien, es en convertir a Morbius en el interlocutor de un documental en vivo sobre los Krell. Allí es donde el libreto florece en ideas brillantes; la idea de una raza que ha llegado a su máximo punto de perfección, con el dominio de todo a través de máquinas que operan con la mente, y que terminan por autodestruirse ya que las emociones enterradas en el inconsciente también terminan por dominar a dichas máquinas. El paseo de Morbius y Adams por las instalaciones Krell es fabuloso, genera una verdadera sensación de asombro, sea por lo visual o por el detalle minucioso que los rudimentarios técnicos de la época se esforzaron en conseguir para dejar a la platea con la boca abierta. Hay todo un maravilloso discurso de Morbius que – más allá de su blabletería técnica – tiene suficientes puntos de contacto con conocimientos que el espectador posee y que, por lo tanto, puede seguir el razonamiento. Pero a veces el filme se dispara demasiado en tal sentido – es una catarata de conceptos que pretende instruir, y los lanza casi todos en esa larga secuencia – y aturde un poco.

Y si la teoría que concibe es fascinante y sólida, no menos asombroso resulta la factura de lo que sería la historia paralela, y que tiene que ver con el monstruo de la ID. Lamentablemente Fred McLeod Wilcox filmaría un drama más y fallecería en 1964, pero demuestra en esta película que era un artesano más que competente y que debería haber rodado más sci fi. Los ataques furtivos del monstruo Krell están hechos con suspenso, y sigue conductas bastante lógicas. La reacción de la tripulación es la de esperarse, y no es la vulgar carne de cañón de los filmes de monstruos. Y si bien la aparición del monstruo tiene algo de risible – tanto el monstruo como los rayos laser y el beam de descenso de la nave son “dibujos animados” de un artesano prestado por la Disney -, al menos en su accionar tiene el tino de liquidar a un par de expedicionarios como para cortar la posible risa del público. Pero por suerte el monstruo aparece muy poco, y sobre el final, es su presencia invisible la que acosa a la mansión de Morbius (doblegando las planchas indestructibles de metal Krell). Como siempre es más efectivo lo que no se ve, que aquello que se sobreexpone y encima no está tan bien diseñado.

Lo que falla también es en cierta medida su final. Adams y Doc van a “mejorar su intelecto” con la máquina Krell (Morbius lo hizo y por eso es más inteligente que el resto de los humanos). La prueba sale mal, Doc muere pero descubre que la máquina también dispara el desarrollo del inconsciente, y eso es lo que manipula el generador de energía Krell. En todo su ataque de odio por la invasión de Adams y su tripulación, Morbius termina por materializar inconscientemente al monstruo, que viene a castigar a Altaira y Adams. Allí es cuando Adams le transmite sus deducciones a Morbius. En primer lugar no resulta claro por qué Adams y Doc querían mejorar su coeficiente intelectual – en todo caso es un truco del guión para traerlos al mismo escenario que el resto de los personajes -. Y en segundo lugar, tampoco es claro por qué Morbius rechaza la partida de Altaira. En realidad, y por todos los datos que tira el libreto, Altaira puede dar para varios significados: ya que su origen es misterioso – madre muerta junto con el resto de la tripulación – es la protegida de su padre y escapa a las iras de su inconsciente; o, lo que podría haber resultado mejor, podría haber sido una creación de la mente conjuntamente con todo el “paraíso terrenal” de animales salvajes inofensivos y fantásticos paisajes, algo pergeñado por Morbius para transformarse en un Dios en su planeta. Richard Scheib en su sitio incluye la posibilidad de repercusiones sexuales (e incluso incestuosas), con los exagerados celos del padre por los expedicionarios que cortejan a su hija. Esto se basaría en la teoría que Morbius hubiera matado a la madre de Altaira – a través del monstruo -. Pero la teoría de que Altaira es una creación de Morbius a través de la máquina Krell me resulta aún más fascinante; lamentablemente el filme no lo explora (uno espera que en la secuencia final, cuando el planeta estalla, Altaira se desvanezca junto con el mismo). Y termina por caer en ciertos designios muy propios de la sci fi de los 50 y 60, en donde la tecnología siempre es una caja de Pandora y termina por llevar a las civilizaciones a su propia destrucción (un paralelismo con la entonces recién nacida era atómica y la guerra fría).

Es realmente un gran filme, donde pequeños puntos flojos no desmerecen la cantidad y calidad de ideas que plantea. Cuando supera toda la ensalada inicial de datos, comandos y demás clichés de los filmes de ciencia ficción en cuanto al aterrizaje, comienza lentamente a dispararse y no para hasta el final. Realmente atrapa al espectador a pesar de los prejuicios que, por estética o edad, pueda uno tener (y que están basados en toneladas de filmes malos de clase B o Z que hemos digerido). Y se mantiene como un verdadero y sólido clásico del género, que merecería un reconocimiento popular mayor que el que posee actualmente.