Crítica: La Mosca de la Cabeza Blanca (The Fly) (1958)

Volver al índice de críticas por año / una crítica del film, por Alejandro Franco

USA, 1958: Patricia Owens (Helene Delambre), Vincent Price (Francois Delambre), David Hedison (Andre Delambre) (acreditado como Al Hedison), Herbert Marshall (Inspector Charas), Charles Herbert (Philippe Delambre)

Director: Kurt Neumann, Guión: James Clavell, basado en el cuento The Fly de George Langelaan, Musica – Paul Sawtell

Recomendación del Editor

Trama: El cadáver del científico Andre Delambre – aplastado por una prensa industrial – es hallado en la fábrica de su hermano Francois. La policía recibe la confesión del asesinato por parte de la esposa del científico, Helene Delambre. Todo parece indicar que Helene se ha desquiciado, pero presionada por Francois comienza a relatar la verdad oculta tras los hechos. Andre se encontraba realizando experimentos con la teletransportación – primero de objetos, después de animales -. Encerrado en su laboratorio decide avanzar con el próximo paso de su experimento, y prueba el teletransportador con sí mismo. Pero en la cámara de desintegración se ha filtrado una mosca y al final del proceso emergen dos criaturas híbridas: Andre, con la cabeza y un brazo similar al de una mosca, y una mosca de cabeza blanca, que posee la cabeza y uno de los brazos del científico. La mosca escapa del laboratorio y Andre – cubierto por un velo – pide ayuda a su esposa para encontrarla y revertir el experimento. Pero pasa el tiempo y Andre comienza a perder los rasgos de su humanidad, poniendo en peligro al resto de su familia. Es entonces cuando debe tomar una terrible decisión.

Arlequin: Critica: La Mosca de la Cabeza Blanca (The Fly) (1958)

  Científicos locos, científicos trágicos. Obviamente el gran antecedente es Frankenstein de Mary Shelley, donde otro hombre de ciencia se arriesga a cruzar los límites de lo posible, juega a ser Dios y termina siendo castigado por su experimento. Pero en los 50, en plena era atómica, sobrevendría una oleada masiva de científicos dementes como obvia referencia al desatado poder del átomo: no jueguen con lo desconocido… las cajas de Pandora que se abren sólo desatan el horror y sobreviene el castigo divino.

La Mosca de Cabeza Blanca (1958) es un clásico de clásicos. Es un filme brillantemente escrito que no ha perdido capacidad de impacto al día de hoy. Es cierto que hay unas cuantas incoherencias en la película – y que no es necesario ser científico para develarlas, como los porcentajes de humanidad que conservan las criaturas engendradas por el experimento, o las proporciones físicas que alcanzan las mutaciones que sufren -, pero narrativamente es un modelo de suspenso y coherencia. Olvídese de si el experimento es lógicamente posible: simplemente sucede y es espeluznante.

El film está basado en un cuento de George Langelaan, publicado originalmente en la revista Playboy en 1957. Originalmente el cuento estaba ambientado en Francia y el relato era aún más trágico, con Helene Delambre suicidándose al final de la historia. En el funeral del científico su hijo Philippe mataba a la mosca de cabeza blanca, la que tenía partes de Andre y también de Dandelo, el gato que en el film se evapora en uno de los tests.

El guión corre por cuenta de James Clavell, siendo este su primer libreto antes de empezar con una larga carrera como guionista (e incluso director) hasta alcanzar el tremendo hit de su best seller (después mini serie televisiva) Shogun. Clavell demuestra ser un escritor realmente inteligente. El relato está contado como un largo flashback al estilo del policial negro, donde Helene comienza a revelar los hechos ante la incredulidad del inspector y de su cuñado Francois (un medido Vincent Price, increíblemente al margen de la acción principal). Quizás la performance de Patricia Owens como Helene Delambre sea algo inconsistente – hay momentos de gran superficialidad, donde actúa como si no hubiera pasado nada -, pero su obsesión paranoica por las moscas está interpretada en gran forma. Y si bien Kurt Neumann no es un gran director, sin dudas es el individuo apto para este film. El temor por las moscas de Helene termina por enrarecer la atmósfera de toda la película – se instala una sensación de que hay algo terriblemente mal -, que incluso contagia a Francois. Lo que sigue es el descubrimiento gradual acerca de la verdad de los hechos que acontecieron, que son de una tristeza enorme.

Si bien la tridimensionalidad que se le da a Helene y Andre sea algo artificial – por no decir clisé: su familia perfecta, la obsesión del científico por su trabajo y la mirada compasiva de su esposa -, la química resulta ser bastante efectiva para provocar el momento de shock. Y este sobreviene en la visita de Helene al laboratorio de su esposo, instalado en el sótano, donde Andre no le abre y comienza a pasarle notas por debajo de la puerta: no puede hablar, está cubierta su cabeza con un velo, una mano siempre en el bolsillo. Es muchísimo más efectivo esto que haber escenificado directamente el experimento; el espectador sabe de antemano qué es lo que pasó mal, pero igual acompaña el derrotero de Helene en el descubrimiento de la trágica verdad. Al momento que Helene descubre el velo y encuentra la cabeza de la mosca emplazada en el cuerpo de su marido el efecto es bastante shockeante.

Es un film muy amargo. Andre (David Hedison, años antes de ser el Capitán Crane en Viaje al Fondo del Mar) le pide a su esposa que lo ayude a matarse, pero antes le escribe en el pizarrón que la quiere. Pocas historias de científicos locos (o de experimentos fallidos) tienen semejante componente de romanticismo trágico. Este no es un científico soberbio que retaba a Dios; simplemente un hombre de ciencia que amaba su familia y al cual las cosas le salieron terriblemente mal. La muerte de Andre, si bien es escueta, no deja de impactar. Es la única manera de no dejar rastros, pero no deja de ser terrible.

Pero si hasta ese entonces el relato estaba bien llevado – sin excesos ni efectismos baratos, sino shocks de calidad -, sin duda lo mejor está reservado para el último acto. Sin dudas es una de las escenas más perdurables de la historia del cine: el descubrimiento por parte del inspector y Francois de la telaraña montada en el jardín de la casa, donde la mosca de cabeza blanca – los restos del pobre Andre, una mosca con su cabeza y uno de sus brazos – está atrapada a merced de una impresionante araña. Los gritos de ayuda (…help meee… help meee…) – apenas audibles, pero terribles – mientras el arácnido se avalanza sobre su cuerpo es uno de los momentos más estremecedores que yo recuerde. Es su indefensión, lo trágico de su destino, lo terrible del momento lo que lo hace inolvidable. Sin dudas es una escena genial.

Robert Lippert (el mismo que distribuyera El Experimento Quatermass) se desempeñó en la parte productiva del filme para la Fox. Terminaría por alzarse con los derechos de la historia y produciría dos secuelas: El Regreso de la Mosca (1959) y La Maldición de la Mosca (1965), donde el hijo / nieto de Andre Delambre continuarían con los experimentos de la teletransportación. En 1986 llegaría la remake de David Cronenberg (que tendría su secuela). Si bien el film de Cronenberg es superior en cuanto al guión y coherencia de ideas (además de ser bastante gore), carece del valor de shock y de escenas perdurables como el original de 1958

THE FLY

La saga de la Mosca se compone de: La Mosca de Cabeza Blanca (1958), El Regreso de la Mosca (1959) y La Maldición de la Mosca (1965). Años más tarde vendría la remake de David Cronenberg La Mosca (1986) y su secuela, La Mosca II (1989).