Crítica: El Fantasma de la Opera (The Phantom of the Opera) (1925)

Volver al índice de críticas por año / una crítica del film, por Alejandro Franco

USA, 1925: Lon Chaney (Erik), Mary Philbin (Christine Daae), Norman Kerry (Raoul de Chagny), Arthur Edmund Carewe (Inspector Ledoux)

Director: Rupert Julian, Guión: Elliot J. Clawson & Raymond Schrock, basados en la novela homónima de Gaston Leroux

Trama: El teatro Opera de Paris es adquirido por dos nuevos dueños que son advertidos, a último momento, de la existencia de una misteriosa y aterradora figura conocida como el Fantasma. Moviéndose entre las sombras, el Fantasma tiene acceso a todos los lugares del teatro, amenazando a los propietarios, y exigiendo la exclusividad del palco nro. 5. Con el estreno de la opera Fausto, la diva Carlotta se prepara para un nuevo papel protagonico; pero el Fantasma presiona a los productores para que el rol principal sea otorgado a la principiante Christine Daae. Ante la negativa de Carlotta, el siniestro personaje derriba el gigantesco candelabro de cristal sobre la platea, provocando numerosas muertes. Christine ha recibido sabios consejos del Fantasma sobre su tecnica vocal, y está lista para el estrellato – la joven cree que se trata de el espíritu de su padre que la guía -. Pero Raoul de Chagny – prometido de Christine – comienza a sospechar de la situación. Y entonces el Fantasma rapta a Christine, llevándola a las galerías subterráneas del teatro (que fueran cámaras secretas de tortura hace cientos de años), donde le reclama que ella sólo debe ser suya. Allí Christine se da cuenta que su guía espiritual resulta ser Erik, el individuo deforme que se esconde tras la fachada del Fantasma, y que es un criminal sicótico que le reclama su amor incondicional, so pena de asesinar a Raoul y a ella. Con la promesa de una última representación de Fausto antes de encerrarse en los sotanos del Opera y pasar el resto de su vida con Erik, Christine logra escapar al control del Fantasma y advertir a Raoul de la amenaza. Pero Erik ha escuchado todo y prepara una trampa para eliminar a Raoul así como a los policías que se encuentran tras su pista.

El Fantasma de la Opera 1925 El Fantasma de la Opera es una novela publicada de modo serial por Gaston Leroux en 1910. Y a decir verdad, es un libro que en su momento pasó desapercibido. Si bien hoy todos lo reconocen como un clásico, es muy posible que todas esas falsas alabanzas tengan que ver más con las adaptaciones fílmicas posteriores de la obra – que la sacaron del olvido – que con el texto original en sí. Quizás la novela tenga buenas ideas, pero si uno lee un resumen de ella, se da cuenta que la figura del fantasma es bastante distinta a la que conocemos en otras versiones. Comenzando por el final del libro, donde Erik deja libres a Christine y Raoul, y muere en soledad, con la promesa de que los amantes visiten su tumba en los años venideros.

La versión clásica de la Universal de 1925 no es la primera adaptación del libro al cine; de hecho, hay una versión sueca de 1916 que se considera perdida. Pero El Fantasma de la Opera de 1925 es, sin lugar a dudas, la puesta en escena más popular – con excepción de la melosa opera rock de Andrew Lloyd Webber – de todas las versiones posteriores que se han hecho, fuera con Claude Rains o Herbert Lom como el Fantasma, o bien con Dario Argento o Joel Schumacher como directores. Mención aparte es la adaptación muy liberal de Brian de Palma de 1974, Un Fantasma en el Paraiso, que en sus propios términos es un clásico.

Pero la producción de The Phantom of the Opera no fue una muy tranquila que digamos. La preview del primer corte de la cinta de Rupert Julian no le gustó a nadie, y el estudio trajo al director Edward Sedgwick para volver a rodar segmentos enteros del film. Para esa altura, Julian y Chaney se habían llevado a las patadas en el set, y Julian partió con otros rumbos, considerando que la Universal estaba destrozando su obra. Segdwick agregó nuevos personajes y subtramas, pero el segundo estreno tampoco le gusto a la gente. Recién en setiembre de 1925, una tercera versión (mucho más acotada) fue dada a conocer, y es la que mayormente se conoce hasta ahora. Y digo “mayormente” porque con la llegada del cine sonoro en 1929, el estudio refilmó gran parte del film (otra vez!), aunque para esa época Chaney estaba liberado de obligaciones contractuales, y si bien la mayor parte del elenco ahora tenía diálogos, las escenas de Chaney aparecían con un voice over en tercera persona. Como se puede ver, hay una gran cantidad de versiones y cortes distintos, e incluso hay versiones que mezclan ediciones de diferentes filmes.

No es un film que haya resistido bien el paso del tiempo. Uno ya ha visto otras películas silentes como Metropolis, que son más ágiles o se ven más modernas, pero no puede comparar a Rupert Julian con el inconmensurable genio innovador y creativo de Fritz Lang. La dirección de Julian (o de quien sea que haya metido mano) va de lo correcto a lo torpe. Comenzando por el estilo de (sobre) actuación propio del cine mudo, que a veces es irritante. Si bien es cierto que la carencia de sonido fuerza a la performance corporal, la mayoría de los actores del film exagera sus gestos burdamente. La peor ofensora de los sentidos es Mary Philbin, que en escenas enteras parece totalmente drogada. Es posible que Rupert Julian & Co. hayan pensado que lo mejor para la obra es darle un sentido operístico de la actuación – gesticulaciones sobresalientes, brazos extendidos, etc. – pero termina por resultar bizarro. El otro gran problema de la película es la inclusión de algunos secundarios desarrollados para la bufonería, como los nuevos dueños del Opera o el asistente de vestuario (que, con las bailarinas, realiza el primer avistamiento del Fantasma). Hay momentos de comedia física totalmente desubicados, como si el proyeccionista hubiera mezclado los rollos con una película de Buster Keaton o Charles Chaplin.

Pero apartando esos errores (y horrores), el film se da maña para construir un buen clima. Las apariciones del Fantasma son realmente misteriosas (entre sombras, surgiendo en distintos rincones del teatro, siempre oculto tras una máscara). Eso crea bastantes expectativas que se ven ampliamente compensadas cuando aparece en pantalla el Señor (con mayúsculas) Lon Chaney. Si El Fantasma de la Opera es en realidad un film blando o mediocre, cargado de malos actores, es difícil saberlo (aunque es bastante probable); lo que si es cierto es que con Chaney la película repunta enormemente. No sólo porque prueba ser un actor con gran carisma, sino porque su espectacular maquillaje – que él mismo inventaba – es altamente efectivo. Cuando Christine descubre la máscara y vemos su rostro cadavérico, sigue siendo impresionante aún a más de 80 años de su estreno. Con alambres circundando sus ojos, y membranas de pescado pegadas a su nariz y su frente, con dientes postizos y pura expresión corporal, el Fantasma de Chaney es demoníaco – es un esqueleto viviente -. Más allá de la clásica escena entre Christine y Erik, organo de por medio, la otra secuencia formidable es el baile de disfraces donde el Fantasma aparece encarnando a La Muerte Roja – el personaje de una obra de Edgar Allan Poe -. Toda la escena con Christine y Raoul en la azotea del Opera, cuchicheando sobre los planes de Erik mientras éste los observa desde la enorme estatua que tienen detrás, es formidable. Chaney es una gárgola, envuelto en enormes telas que parecen alas con el viento (y le dan un aire de angel del infierno), mientras observa con una expresión desquiciada los sucesos.

La trama es mucho más directa y simple que la de otras versiones posteriores. No hay un ambiente romántico aquí – Erik es un deforme demente obsesiona por Christine -, ni un clima trágico – el Fantasma ha nacido deforme, y no hay ningún tipo de venganza contra la sociedad ni le han robado ninguna obra, por ejemplo -. Es una historia policial con asesino sicótico de turno. A lo sumo, el film agrega algunas excentricidades que le dan un aura de misterio – que el Opera se haya construido sobre catacumbas y antiguas cámaras de tortura; o, como dice Erik en un momento, “el mal y el odio de los hombres me ha transformado en esto”, con lo cual podría deducirse que él es una criatura infernal -. El clímax es francamente bizarro, con Chaney escapando de la horda parisina, y amenazándolos con algo oculto en la mano – ¿una granada? – que resulta no ser nada (¿un chiste negro del guión?) y es linchado de modo salvaje. Le falta clase y es exageradamente violento (¿cuantas veces usted vio en un film de monstruos que la multitud logre linchar a la criatura?).

Es un film mediano que sólo el Señor Lon Chaney (y no porque sea Lon Chaney Sr. sino porque es una eminencia) logra hacerlo inmortal con su performance. Pero salvo Chaney, el resto raya en lo bizarro.