Crítica: La Escalera de Jacob (1990)

Volver al índice de críticas por año / una crítica del film, por Alejandro Franco

USA, 1990: Tim Robbins (Jacob Singer), Elizabeth Peña (Jezzie Pipkin), Danny Aiello (Louis Bernardo), Matt Craven (Michael Newman), Patricia Kalember (Sarah), Eriq La Salle (Frank), Jason Alexander (Geary), Pruitt Taylor Vince (Paul)

Director: Adrian Lyne, Guión: Bruce Joel Rubin

Trama: Jacob Singer tiene alucinaciones. Sueña que ha sido mortalmente herido en Vietnam, y que todos los intentos para revivirlo fallan. Decidido a buscar ayuda, intenta contactar a su sicólogo, pero el mismo ha fallecido recientemente en un accidente de auto. Por si fuera poco, ha comenzado a ver figuras tenebrosas que lo persiguen, y poco a poco comienza a convencerse que está perdiendo la razón. Sin embargo un encuentro fortuito con un antiguo compañero de su brigada en Vietnam le señala que no es el único que padece los mismos sueños y alucinaciones. Ahora ha impulsado una acción judicial para que el ejército le dé una explicación, ya que está convencido de haber sido inoculado – con el resto de su pelotón – con alguna droga experimental que le está provocando este estado de disociación. Pero sus amigos lo han abandonado, y las figuras demoníacas han comenzado a acercarse cada vez más, como si quisieran silenciarlo. ¿Acaso Jacob se ha vuelto loco, o realmente existen demonios que desean atraparlo?.

La Escalera de Jacob Para todo el mundo Adrian Lyne siempre estará vinculado al universo de lo erótico. Desde Flashdance a 9 Semanas y Media, pasando por Atracción Fatal, lo de Lyne siempre ha sido la sensualidad y la estética, venga de manera moderada o en un paquete mas risqué. En el interín de todo eso Lyne terminó siendo enrolado para filmar este libreto de Bruce Joel Rubin – Ghost, la Sombra del Amor; Impacto Profundo -, el cual circuló por Hollywood durante casi 10 años y fue considerado en su momento como infilmable. Ciertamente La Escalera de Jacob dista de ser un producto redondo, pero al menos intenta hacer algo diferente y eso para mi vale la pena, aún cuando el filme abunde en momentos aburridos o demasiado crípticos.

Quizás el factor que le juegue en contra al filme sea que la mayoría de nosotros posee un bagage cinematográfico importante, con lo cual nos hemos convertido en una especie de cínicos profesionales adictos al cine. Es por ello que el espectador moderno obtiene una impresión distinta a la que podría haber podido obtener 20 años atrás. En el caso de La Escalera de Jacob, uno puede adivinar la vuelta de tuerca desde 5.000 km antes de llegar al clímax, y creo que a la mayoría de los espectadores modernos le pasará lo mismo. Lo que sigue es un intento bastante hábil del director Lyne por camuflar las cartas, especialmente al introducir la subtrama de la conspiración militar para silenciar a los testigos de pruebas hechas con un super suero (¿el del Capitán América?) en tropas asentadas en Vietnam (lo cual, visto en perspectiva, no es un engaño sino una explicación de por qué el protagonista llega a las particulares circunstancias del final). Como si un segundo durara una eternidad, la realidad se abre en tres planos dimensionales paralelos para el protagonista: en una imagina que está mortalmente herido en Vietnam; en otra, está viviendo en un departamento con su amante y llora por su hijo muerto; y en la tercera, no se ha divorciado y su hijo aún está vivo. Las preguntas son: ¿el tipo está desvariando, el director ha hecho trampas con la cronología del relato, o el protagonista está atrapado en algún tipo de limbo dimensional que lo hace saltar de una realidad a otra?.

Ciertamente cuando uno ve las figuras demoníacas que acosan a Tim Robbins, el primer pensamiento que me viene a la cabeza es la del purgatorio dantesco, como seres deformes atrapados en alguna dimensión que sólo les provoca agonía. Es un individuo que está condenado a revivir situaciones dolorosas una y otra vez, quizás para provocar un estado de dolor constante que lo induzca al cambio – por ejemplo, al perdón o al reconocimiento de una falta -. Todo eso se hace patente con un espectacular monólogo de Danny Aiello, en donde le explica a Tim Robbins que los demonios en realidad son ángeles, y el infierno en realidad es una instancia previa al cielo, en donde uno sufre no por castigo sino por recordar aquellas cosas que vivimos cuando teníamos cuerpo. Cuando nos olvidamos de nuestra existencia terrenal y nos liberamos, entonces estamos aptos para acceder al paraíso. Esos 3 minutos de la epifanía de Aiello compensan todas las pifias del relato y lo elevan por encima de la media.

Pero el resto es dispar. Tim Robbins ve demonios por todos lados y de pronto, a los 60 minutos de metraje, el libreto mete con calzador la subtrama de la droga experimental. Viendo en perspectiva, creo entender las intenciones del libretista y el director, pero la manera en cómo abordan el tema es demasiado abrupta. Al diablo los demonios (!) y, en menos de cinco minutos, pasamos a una película de Alan J. Pakula con hombres de negro liquidando testigos y secuestrando al protagonista. ¿Y las criaturas del averno, dónde quedaron?. Toda la subtrama de la droga experimental termina quedando en off side, y se siente más como un intento de estirar la trama para que la historia llegue a los 90 minutos reglamentarios (metiendo 30 minutos extra de persecuciones y cuchicheos), y menos como una evolución natural del relato.

La Escalera de Jacob es dispar, pero no deja de ser interesante. Hay mucha imaginería religiosa y algo de discusión existencial. Adrian Lyne es bastante diestro como para captar el interés del espectador casi todo el tiempo, pero hay veces que da la impresión de que la historia se enreda demasiado. Como sea, hubiera sido interesante dejar esto en manos de otro director con más carácter – un David Fincher, por ejemplo -, el cual podría haber purgado el libreto de todas sus impurezas, y le hubiera dado una impronta mucho más fuerte. Así como está, La Escalera de Jacob es una experiencia imperfecta y no totalmente satisfactoria.