Crítica: Dracula (1931)

Volver al índice de críticas por año / una crítica del film, por Alejandro Franco

USA, 1931: Bela Lugosi (Conde Dracula), Edward Van Sloan (Abraham Van Helsing), Helen Chandler (Mina Seward), Dwight Frye (Renfield), David Manners (John Harker), Frances Dade (Lucy Weston), Herbert Bunston (Dr Seward)

Director: Tod Browning, Guión: Garrett Fort, con díalogos adicionales de Dudley Murphy, sobre la versión teatral de John L. Balderston & Hamilton Deane, y basados en la novela homónima de Bram Stoker

Trama: El agente mobiliario Renfield viaja a Transilvania para cerrar la venta de la abadía de Carfax en Inglaterra con su nuevo propietario, el conde Drácula, quien resulta ser un vampiro. Drogado por un vino que le ofreciera el conde en la cena, Renfield sucumbe ante Drácula. Convertido en su sirviente, Renfield enloquece y custodia al ataud del conde en su viaje en el crucero Vesta, el cual llega a puerto británico con toda su tripulación muerta. Mientras Reinfeld es internado en el manicomio del Dr. Seward – continuo a la abadía de Carfax donde mora el conde -, Drácula comienza sus ataques sobre familiares y conocidos de Seward, comenzando por la joven Lucy Weston, a quien le provoca la muerte. El análisis del cuerpo – extrañas marcas en el cuello, poca sangre en el cadáver – llama la atención de Seward, quien acude a su amigo Abraham Van Helsing, el que le informa sus sospechas que Drácula realmente es un vampiro y es el responsable de estos ataques. Y cuando Dracula se apodere de la joven Mina, Harker y Van Helsing se verán obligados a enfrentarse al vampiro en su morada para rescatar a la chica de sus garras.

Arlequin: Critica: Dracula (1931)

  Esta es la primera adaptación oficial de la novela de Bram Stoker, y posiblemente la más famosa de sus puestas en escena (sin considerar al Nosferatu de Murnau, que alteraba nombres y locaciones por carecer de los derechos de autor, razón por la cual fue perseguida legalmente por los herederos de Stoker hasta la destrucción de casi la totalidad de sus copias). Salvó a la Universal de la quiebra, hizo una estrella a Bela Lugosi, creó la figura prototípica del conde vampiro, y tuvo una repercusión tal que pronto el estudio se vería envuelto en una sucesión de producciones de terror, comenzando por Frankenstein. Por cerca de 30 años la Universal sería sinónimo de cine de terror, llevando a la pantalla a Dracula, Frankenstein, el Hombre Lobo, la Momia… siendo su última creación notable el Monstruo de la Laguna Negra.

Pero a pesar de todos sus méritos históricos y de toda la fama que lo rodea, el Dracula de 1931 es definitivamente un film bizarro. Algo de esto tiene que ver con los caóticos orígenes de la producción. Para fines de los 30 la Universal amenazaba con irse a la bancarrota y el hijo del dueño del estudio, Carl Laemmle Jr – a cargo de la dirección ejecutiva – decidió probar suerte con el género del horror. Su idea era llevar a la pantalla la obra de Stoker, que estaba teniendo un resonante suceso en Broadway – precisamente el film se basa en dicha versión teatral -. Para ello llamó a Tod Browning, quien inmediatamente pensó en Lon Chaney para el papel central. Chaney y Browning habían trabajado varias veces juntos – en The Unknown y London After Midnight -, y la fama de Chaney como formidable intérprete era legendaria. Pero para esos momentos en que el film aún era un proyecto, Chaney no sólo resultaba demasiado caro para los planes de Laemmle sino que además contrajo el cáncer de garganta que lo llevaría a la tumba en 1930. Sin duda, una versión con Chaney como el conde debería haber sido algo digno de verse.

En reemplazo de Chaney, Laemmle pensó en otros actores y no en Bela Lugosi, que era el intérprete de la obra teatral. El fuerte lobby que hizo Lugosi presionando al estudio y rebajando a niveles ínfimos su salario, terminaron por convencer a Laemmle pero no a Browning, que empezó a llevarse mal con el húngaro en el set. Se suman a esto otros factores: un rodaje caótico, donde gran parte de la filmación quedó en manos del director de fotografía, Karl Freund; Browning arrancando porciones enteras del libreto, y totalmente desinteresado de la filmación; y por último el divismo del propio Lugosi, que terminó por hacer lo que quería delante de cámaras. Ciertamente existe la leyenda urbana de que Lugosi no sabía hablar inglés y de que el papel lo había aprendido fonéticamente; lo cierto es que para 1931 Lugosi ya hacía varios años que estaba en Norteamérica y hablaba fluídamente el idioma aunque con acento. Eso significa que comprendía perfectamente la historia y los diálogos, con lo cual uno puede decir que su interpretación exagerada del personaje es absolutamente ex profeso. La extraña pronunciación, las largas pausas, la profunda modulación son todas decisiones creativas de Lugosi y no las de un actor que no entiende ni jota de los parlamentos que está recitando.

Pero es precisamente la perfomance del húngaro lo que le da un enorme toque bizarro al film. De cualquier modo que se lo analice, es una actuación terriblemente afectada. Lugosi exhibe desorbitantes gesticulaciones, o se va al otro extremo de la total impasibilidad. Los primeros planos de su rostro con los ojos iluminados y con un rictus salvaje – que debieron asustar a las audiencias de la época – son descomunalmente ridículos. La gran mayoría del estilo en que están dirigidas las escenas de Dracula 1931 no difieren demasiado de una película típica de Jess Franco: exagerados primeros planos, sobreactuaciones a niveles siderales, diálogos rimbombantes o francamente risibles. Y si los manerismos de Lugosi son absurdos, esperen a ver Dwight Frye como Renfield. Viendo escenas del film uno no deja de pensar en Dracula: Dead and Loving It de Mel Brooks – que si bien es una comedia mala – copia con fidelidad el estilo y las secuencias de esta versión, exagerando lo ridículo de las mismas. Es prácticamente una versión a color donde sólo falta Lugosi, y donde la sobreactuación salvaje de Peter MacNicol en el film de Brooks se saca chispas con la perfomance de Frye en el original.

Es una película que no contiene horror, siquiera misterio. Los ataques de Drácula son realmente asépticos. Su muerte es expeditiva y tiene lugar fuera de cámaras. Y la trama en general no tiene mucho sentido, si uno piensa en qué motivos inducen a Dracula a realizar los ataques – la versión 1958 al menos plantea una venganza contra sus cazadores, y en la de Coppola es la búsqueda de un amor reencarnado -. Los efectos especiales son terriblemente malos, y la dirección en general de cámaras es muy estática. No hay mucha diferencia entre el film y presenciar una puesta teatral.

Lo único que realmente funciona es el diseño de los escenarios; tanto la abadía de Carfax como especialmente el castillo del conde en Transilvania son impresionantes. Todas las cosas parecen tener tres o cuatro veces el tamaño normal: las puertas, las sillas, las escaleras, la chimenea. Con los efectos de niebla, la atmósfera está muy bien lograda – la aparición de las novias del conde tiene cierta magia -. Pero el resto del film no funciona: los diálogos, las interpretaciones, las líneas del guión, el manejo de cámaras … todos son muy afectados. A pesar de su nivel bizarro fue un filme influencial: la gran mayoría de intérpretes posteriores del personaje (o de vampiros similares) han seguido la escuela de la actuación de Lugosi. Desde su recitado de líneas hasta la estampa en frac y capa. Pero como clásico, es un filme que ha resistido muy mal el tiempo. Le queda el mérito de piedra fundacional del género, pero artísticamente es mediocre.

DRACULA

Otras versiones de Dracula comentadas en este portal: Dracula (1931) de Tod Browning y con Bela Lugosi; Dracula (1958) de Terence Fisher y con Christopher Lee; Dracula (1979) de John Badham y con Frank Langella. Nosferatu (1922) es una adaptación no oficial realizada por F. W. Murnau.