Crítica: La Creación de los Humanoides (The Creation of the Humanoids) (1962)

Volver al índice de críticas por año / una crítica del film, por Alejandro Franco

USA, 1962: Don Megowan (Kenneth Craigus), Don Doolittle (Dr Raven), Erica Elliott (Maxine Megan), George Milan (Acto), Dudley Manlove (Lagan), Frances McCann (Esme Craigus Miles), David Cross (Pax)

Director: Wesley E. Barry, Guión: Jay Simms

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Trama: El futuro. La humanidad ha sido devastada por una guerra atómica, la cual ha aniquilado al 92% de la población mundial en menos de 48 hs. Para comenzar el lento proceso de reconstrucción los sobrevivientes han decidido asistirse con robots, a los cuales han terminado por construir por millares. Viendo que hay mas androides que humanos, un grupo de ciudadanos con poder se ha unido para resistir el avance de las máquinas y han formado la Orden de la Sangre y la Carne, un grupo paramilitar dedicado a perseguir a los simpatizantes de los robots. Entre ellos se encuentra Kenneth Craigus, quien ha estado vigilando durante días a un par de androides envueltos en actividades sospechosas. Al desenmascarar el engaño Craigus descubre que los robots han estado fabricando en secreto réplicas humanas casi perfectas, capaces de asimilar los recuerdos de una persona y eventualmente poder reemplazarla sin despertar sospecha alguna. Shockeado por el descubrimiento, Craigus expone su informe al consejo, los cuales proponen tomar medidas inmediatas para controlar – y eventualmente destruir – a los androides. Pero en el interín Craigus ha descubierto que su hermana se ha puesto en pareja con un androide, y sale corriendo a alertarle sobre los peligros que entrañan los robots. Sin embargo la movida resulta abortada cuando Craigus es apresado por los androides y es llevado a su guarida secreta. Y allí, ante los ojos atónitos del miliciano, los robots revelarán su plan maestro, el cual está destinado a afectar – de una vez y para siempre – el destino de toda la humanidad.

Dos androides trazan planes clandestinos para preservar su raza del odio de los violentos en La Creación de los Humanoides (1962) Dos androides trazan planes clandestinos para preservar su raza del odio de los violentos en La Creación de los Humanoides (1962)

La Creacion de los Humanoides La ciencia ficción es terreno fértil para las alegorías y ello queda patente en La Creación de los Humanoides, un oscuro título que data de 1962 y que ha sido rescatado de las arenas del olvido gracias a los especialistas. En el filme temas trascendentales como la discriminación, el temor atómico, y hasta la esencia del alma humana son tratados con un respeto impecable. Obra inteligente por donde se la mire, el filme logró un tibio estreno en su momento, ninguno de los criticos principales de la época lo reseñó y sobrevivió en las medianoches de culto de la televisión norteamericana durante dos décadas, tras lo cual fue redescubierto como una pequeña obra maestra digna de recomendación y difusion.

En si, The Creation of the Humanoids no es el típico filme berreta que pululaba en la serie B de la época – acaparada por Roger Corman y la gente de la AIP además de otros auteurs independientes como Ed Wood Jr -. Por el contrario, al ver los kilates del equipo técnico – maquillador Jack Pierce (responsable de las criaturas principales de Frankenstein – 1931 – y El Hombre Lobo – 1941 -), compositor Edward J. Kay, cinematógrafo Hal Mohr – da la impresión que todos estos tipos oscarizados decidieron haer un laburo honorario en pos de materializar el excelente script que les había alcanzado Jay Simms. En sí, no deja de ser un libreto desprolijo, excesivamente literario y estático; pero las ideas de gran calibre abundan y hay parlamentos que desbordan de vuelo poético.

Considerando que es un filme de más de cincuenta años de antigüedad resulta sorprendente la elaboración y densidad de las ideas que exhibe. Quedando la humanidad al borde de la extinción – y con los índices de natalidad seriamente dañados debido a la contaminación radiactiva fruto de la última guerra atómica -, a los seres humanos no les queda otra que reconstruir la civilización; pero ello demanda un esfuerzo titánico y el mismo sólo es posible con la ayuda de asistentes robotizados. Entre la demanda del confort y la necesidad de paliar la soledad pronto queda claro que la producción de robots se disparará a niveles estratosféricos y que los mismos terminarán formando parte inevitable de la sociedad humana, un detalle que incomoda a unos cuantos – la mayoria de los cuales se refugia en una secta llamada la Orden de la Sangre y la Carne, y la cual funciona como un cuerpo paramilitar respetado (a regañadientes) por las autoridades -. Si esto les suena conocido es porque la Orden actúa tal como los camisas pardas de los albores del nazismo, persiguiendo a los simpatizantes de los robots y cometiendo incluso atentados contra aquellos empresarios que tuvieran androides en su plantel laboral. Los tipos operan con tal prepotencia que pueden parar a cualquier robot, apresarlo o incluso golpearlo hasta destrozarlo – recibiendo, a lo sumo, un cargo por vandalismo contra propiedad privada -. Por otro lado los androides se comportan como la tipica minoría perseguida cuyos casos tristemente abundan en la historia. Carecen de poder pero son dignos y realizan una resistencia pasiva; responden con una enorme altura intelectual al planteo de los violentos pero, al estar programados para defender la vida humana (e incluso la vida de otros robots, vaya aplicación subliminal de las leyes de la robótica de Asimov), son incapaces de defenderse de la injusticia. Violentados y acosados, los robots optan por refugiarse en sus centros de recarga (denominados Templos, lo cual sugeriría que han comenzado a desarrollar su propia religión) y trazar planes para alterar su futuro.

Ciertamente la puesta en escena es excesivamente estoica y literaria. Los actores son pétreos pero también es cierto que el director no les demanda performances sino que reciten discursos. Los mismos son densos pero apasionantes, escritos con una pureza intelectual sublime. Desde ya el exceso de diálogos hace que el filme no sea para cualquiera, poniéndolo a la altura de los prohibitivos (y estáticos) experimentos intelectuales del cine fantástico soviético. Vale decir, olvídese de buscar entretenimiento aquí sino que todo esto no deja de ser una extensa discusión de ideas cuya puesta en escena desborda de visos teatrales.

Considerando la época – en donde no existía Internet como fuente de información primigenia sino que uno debía bucear tardes enteras en bibliotecas, matar a preguntas a profesores universitarios o, a lo sumo, consultar algún número de Popular Mechanics como para obtener alguna versión digerida de temas científicos relevantes – la sofisticación con la que trata ciertos temas es notable. Por ejemplo, el proceso de miniaturización de los ordenadores hasta reducirlos a una fracción de una pelota de golf; el avance en la programación y la creación de inteligencia artificial; la “transferencia de recuerdos” dada por la lectura del tálamo y el grabado de la misma en un chip de memoria, lo que permitiría transferir la personalidad humana – e incluso crear copias idénticas del mismo ser – a un cuerpo mecánico; la existencia del telefax, versión primitiva de Internet, como medio de difusión de noticias y eventos; incluso la radiación como fuente de esterilidad. En medio de toda la venalidad y el racismo – en donde no es dificil ver a los humanoides como otra minoría perseguida (tal como los judíos en la Segunda Guerra Mundial, o los negros en la misma década del 60) -, son los robots los que aportan la serenidad y la lógica. Algunos poseen chips emocionales – es impresionante descubrir aquí temas que años (y décadas mas tarde) serán tratados por Star Trek (como los dilemas que planteaba Data sobre el ser humano y su propia naturaleza robótica) – pero no entienden como manejarlos; lo que sí entienden es el concepto de humillación, de desvalorización del individuo. Aún en medio de todo esa debacle de desprestigio y persecución los robots no olvidan su misión primera – asegurar la subsistencia de la raza humana a como dé lugar -.

(alerta spoilers). Es formidable como maneja el filme el tema del transhumanismo, revelándolo en la gran vuelta de tuerca que el script reserva para el final. Sutil ironía del destino, el racista perseguidor se despierta convertido en androide – he allí una cucharada de su propia medicina – y ese hecho altera toda su perspectiva. Los robots han decidido preservar su vida, simplemente porque es una de las pocas vidas humanas que quedan – aún cuando el individuo a despertar sea directamente aborrecible y busque a toda costa su exterminio -. Una lección de sabiduría y humildad en donde el individuo descubre que puede traspasar la frontera de lo humano y despertarse en un cuerpo metálico – pasando al otro lado del mostrador y descifrando qué es ser uno de los discriminados -. La cantidad de planteos que brinda es apasionante – si una persona pierde un miembro y se lo reemplaza por uno artificial, ¿ha perdido parte de su alma? ¿y se se reemplazara todo el cuerpo por uno metálico?. -. El concepto de alma y fe parte de la existencia de los recuerdos – usted sigue siendo el mismo y cree en Dios porque su memoria humana está alimentada de esas creencias,… y las mismas no se pierden cuando se transfiere dicho “software” de su máquina de carne y hueso a una mecánica – y, en nuestro caso, es una experiencia mucho mas mística que la del robot, quien sabe directamente el nombre de su creador y la fábrica en la cual fue producido – abruma que todas estas ideas están expresadas en esta pelicula manufacturada con dos mangos y hecha media década antes de que Philip K. Dick discutiera in extenso un concepto similar en ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? (1968) -. La idea del protagonista descubriendo su auténtica y oculta naturaleza – y justo, siendo uno de los seres que tanto odia – es idéntica al dilema de Deckard en Blade Runner. Como los replicantes, el clon precisa recuerdos para tener pasado, personalidad y no volverse loco. Acá no son clones sino robots con elementos orgánicos, carcasas pasibles de ser mejoradas e incluso abandonadas (y su motor traspasado a un nuevo chasis) cuando lleguen al final de su vida útil – he allí un nuevo concepto de inmortalidad -. El futuro de la humanidad pasa por convertirse en robots, seres vivientes mejorados y con capacidad de perfeccionarse a través de la tecnología (fin spoilers).

La Creación de los Humanoides es una pequeña joyita destinada a ser redescubierta y reclasificada como un clásico. Tiene problemas narrativos y horrendas performances, pero desborda de ideas inteligentes adelantadas a su tiempo. Vista en perspectiva posee una visión revolucionaria, y hace un formidable uso de la ciencia ficción como metáfora para interpretar el mundo en que vivimos – y en especial, la agitada sociedad norteamericana de la década del 60, que estaba impregnada de una discriminación racial flagrante y violenta -. Un brillante ejemplo en donde las ideas triunfan sobre los medios y las formas, proyectándose con admirable intensidad hasta nuestros dias y obteniendo un tardísimo – pero merecido – reconocimiento por parte de la comunidad intelectual.