Crítica: El Coloso de Nueva York (1958)

Volver al índice de críticas por año / una crítica del film, por Alejandro Franco

USA, 1958: John Baragrey (Dr. Henry Spensser), Mala Powers (Anne Spensser), Otto Kruger (Dr. William Spensser), Robert Hutton (Dr. John Robert Carrington), Ross Martin (Dr. Jeremy ‘Jerry’ Spensser), Charles Herbert (Billy Spensser)

Director: Eugene Lourie, Guión: Thelma Schnee, sobre una historia de Willis Goldbeck

Trama: Jerry Spensser es un brillante cientifico que parece tener la solución para los problemas de hambre en el mundo. Pero, luego de recibir un premio a su trayectoria, Spensser se ve involucrado en un accidente de tráfico y termina falleciendo a consecuencia de las heridas sufridas en el mismo. Su padre William, un brillante neurocirujano, se niega a aceptar la pérdida de su hijo y deriva su cadáver hacia su mansión, en donde le practica una cirugía experimental. Como consecuencia de ello el cerebro de Jerry ha sido removido de su cuerpo y ha sido instalado en un gigantesco esqueleto robótico que lo mantiene vivo. Pero el fallecido científico se niega a ser un monstruo, viviendo atrapado en un cuerpo de metal, y sólo la férrea obstinación de su padre – quien desea a toda costa que Jerry siga con sus experimentos en el campo de la alimentación – impiden que se auodestruya. Pero, cada día que pasa, Jerry va perdiendo un poco más de su humanidad y su conducta se vuelve cada vez más agresiva… y las cosas se saldrán de control cuando descubra que su hermano Henry está teniendo un amorío con su ex esposa.

El Coloso de Nueva York (1958) Esta es otra joyita de William Alland, el productor detrás de una parva de titulos más que meritorios de la ciencia ficción cincuentosa como This Island Earth, El Monstruo de la Laguna Negra y El Monstruo Alado. Y en la dirección está Eugene Lourie, el mismo de La Bestia de las Profundidades y Gorgo. El resultado final es un filme muy oscuro y original, bastante intenso y muy eficiente, considerando sus escasos 69 minutos de duración.

El Coloso de Nueva York no es mas que otra variante de Frankenstein incluso el robot del título tiene cierto aire al maquillaje de Boris Karloff de la película de 1931 -, sólo que el acto contra natura ha sido cometido, esta vez, en la era de los autómatas atómicos. Esta es una familia de científicos y el hijo menor – y el más brillante – acaba de fallecer. El padre se niega a que el mundo pierda semejante talento y rescata el cerebro de su hijo, incrustándolo en un gigantesco robot que parece la versión androide de Franky. Obviamente las cosas vienen mal paridas desde el vamos, ya que el tipo se ve al espejo y se odia a sí mismo al instante… pero el padre insiste en que debe sobrevivir como sea y debe trabajar por el bien del mundo. Pero los dias, semanas y meses pasan, y el flaco empieza a volverse loco. Y, como si todo esto fuera poco, comienza a desarrollar poderes. Su mente puede anticipar lo que va a pasar en distintas partes del mundo; y comienza a encontrarle otros usos a su cuerpo metálico, ya sea lanzando rayos por los ojos o utilizando los mismos para hipnotizar a sus victimas. Como sea, en un momento se da vuelta la tortilla y el engendro mecánico es quien comienza a controlar al despótico padre. Y al final es una criatura tan cargada de amargura y resentimiento que entra en modo serial killer a full, liquidando a todo aquel que se le cruce en el camino. Triste destino para un humanitario al que rescataron de la muerte contra su voluntad.

Lo que hace tan interesante a El Coloso de Nueva York es la tortuosa relación entre padre e hijo. Esta es la versión alegórica de una relación paternal abusiva, en donde el hijo debe hacer lo que el padre desea, sin importar sus deseos ni su felicidad. No sólo el occiso cae en la volteada sino también el debilucho de su hermano, quien se niega de palabra pero sigue adelante con el desquiciado proyecto de su padre. Esa ceguera sobre los propósitos y los costos para obtenerlo es en donde el filme obtiene sus mejores bazas, ya que la tensión dramática es palpable.

El problema con El Coloso de Nueva York pasa por dos aspectos. El primero es que el filme empieza a ir a los saltos cuando el autómata es construido. El diseño es un esperpento enorme – una mole de mas de dos metros de altura, ojos luminosos, voz de androide y una toga romana gigantesca – pero cumple con su cometido a la hora de intimidar. Pero el libreto no sabe muy bien como darle fluidez a la creciente carga dramática. Es como si fueran episodios inconexos, que tampoco están muy bien ubicados en cuanto a la linea temporal. Si no es porque ciber – Jerry nos dice en cámara que ya ha pasado un año desde que falleció, jamás nos daríamos cuenta del tiempo transcurrido. También parece abrupta la feroz reacción contra su hermano (que está caliente como una pava hirviendo con su viuda), o el súbito cambio de victima a victimario con su padre (el cual, dicho sea de paso, sale demasiado indemne de toda la tragedia que ha provocado con su capricho). El otro aspecto que falla es el casting del insufrible Charles Herbert, un actor infantil que estaba de moda en la época. La performance de Herbert es tan agradable como depilarse los genitales con una amoladora: interrumpe a cada rato los diálogos, es chillón, parece descolgado del drama que ocurre a su alrededor, e incluso uno de sus caprichos es el que provoca que su padre pierda la vida (va a recoger uno de sus juguetes justo frente a un camión que viene a toda velocidad!). Considerando que el niño tiene un papel importante en el relato – es el que provoca la tragedia y quien se encarga de ponerle fin; y, en el medio, genera una relación bizarra con el autómata, muy parecida a la niña que quería jugar con el monstruo en Frankenstein (1931) -, podría haber elegido a otro pibe mejor actor o, por lo menos, más agradable.

El Coloso de Nueva York es una película muy buena que merece redescubrirse. Es original, es oscura y tiene sus momentos, todo lo cual la hace más que recomendable en la modesta opinión de quien escribe estas líneas.