Crítica: El Carnaval de las Almas (1962)

Volver al índice de críticas por año / una crítica del film, por Alejandro Franco

USA, 1962: Candace Hilligoss (Mary Henry), Herk Harvey (el hombre), Sidney Berger (John Linden), Frances Feist (Sra Thomas), Stan Levitt (doctor), Art Ellison (ministro)

Director: Herk Harvey, Guión: John Clifford

Recomendación del Editor

Trama: Después de disputar una carrera automovilistica callejera con un par de muchachos, el coche en el que iban tres chicas pierde el control encima de un puente y cae al río. Mary Henry es la única superviviente y, decidida a cambiar su vida, se muda a Utah en donde obtiene trabajo como organista en una iglesia. Pero en el camino es sobrecogida por imagenes fantasmales de un pabellón abandonado en medio del desierto salino. A partir de entonces Mary empieza a ser perseguida por un hombre decrépito y la muchacha termina por estallar en una crisis nerviosa. Convencida de que la presencia del hombre tiene que ver con lo ocurrido en el pabellón, Mary decide ir hasta el lugar para enfrentar sus miedos; pero allí terminará por descubrir una aterradora verdad.

Arlequin: Critica: El Carnaval de las Almas (1962)

  La historia detrás de El Carnaval de las Almas es un típico ejemplo de “producción independiente malograda en su momento y que obtiene la gloria décadas después”. En ese sentido el film de Herk Harvey tiene un origen bastante similar a las películas de Ed Wood, The Blob y otras tantas producciones emprendidas por gente amateur en aquella época – intentando llegar a la fuente de la fortuna que significaba el cine, recolectaron un puñado de fondos de familiares e inversores, y se lanzaron a rodar un filme -. A partir de allí El Carnaval de las Almas correría con la misma suerte que el clásico La Noche de los Muertos Vivos de George A. Romero. Los novatos, sin entender las reglas del negocio cinematográfico, terminaron siendo estafados en su momento (o no tomaron los recaudos suficientes sobre los derechos de autor), perdieron sus películas, y las copias supervivientes pasaron a juntar polvo en los anaqueles hasta que una punta de años después alguien terminaría por redescubrirlos y entonces obtendrían un postergado y merecido reconocimiento.

La leyenda de El Carnaval de las Almas es bien conocida. Harvey era un exitoso director de filmes educativos y documentales industriales, y en un viaje de negocios por el desierto salino de Utah terminó por toparse con el desolado e impresionante Pabellón Saltair – una gigantesca construcción abandonada en las orillas del Gran Lago Salino, concebida como resort a fines del siglo XIX, y que tuviera una enorme mala suerte tras padecer varios incendios sucesivos en el correr de los años -. Ante la opulencia del lugar, Harvey se imaginó una escena con numerosos fantasmas bailando en el gigantesco salón de baile del derruído hotel. Decidido a llevar adelante su idea, reunió un puñado de fondos (unos 30.000 dólares), contrató a una actriz profesional y a varios locales de la zona, y con su equipo de documentalistas se lanzó a rodar un filme. Cuando estuvo terminada, El Carnaval de las Almas empezaría su derrotero hacia el olvido: un estreno muy flojo, malas críticas, y un distribuidor que se quedó con las ganancias y terminó por quebrar.

La revancha vino por el lado de la televisión. Al estar en dominio público – por error u omisión, lo cierto es que se perdieron los derechos de autor sobre la cinta -, el filme fue acaparado por las cadenas televisivas que lo proyectaban en las trasnoches, y con el correr de los años comenzó a generar un culto cada vez más nutrido. Para 1989, empujado por la presión de la masiva cantidad de fans de la película, el entonces jubilado Herk Harvey debió salir de su retiro y se puso a presentar su obra en festivales así como supervisar una edición en VHS. La película se convirtió en un espectacular suceso y se la calificó de un clásico rescatado del olvido.

No es difícil ver las cualidades de El Carnaval de las Almas. Ciertamente hay algunas desprolijidades aquí y allá, pero tiene una atmósfera impresionante. Es una lástima que Harvey no halla podido hacer carrera en el cine, ya que era un director con talento. A pesar de sus 40 y pico de años de antigüedad, el filme se las sigue arreglando para generar un par de buenos sustos. En el momento en que el hombre fantasmagórico se le aparece en la ventanilla del coche a Candance Hilligoss cuando ésta va a toda velocidad por la carretera, uno se da cuenta de que las cosas están realmente mal y que esta chica no salió impune del accidente automovilístico que sufriera una semana antes. Las múltiples apariciones del hombre, o las fantásticas escenas en que la protagonista pierde la audición (y todo el mundo parece no verla) son realmente muy buenas. Pero las mejores bazas del filme están en las visitas de Hilligoss al Saltair Pavillion. No sólo Harvey hace unas tomas impresionantes de un lugar perfecto para la historia, sino que las visiones del baile fantasmagórico son sensacionales.

Como en Destino Final, he aquí otra persona que ha escapado al momento predestinado de su muerte, y ahora la están buscando para que pague su deuda. El Saltair Pavillion viene a ser una especie de purgatorio (o antesala del más allá) a donde van a parar las almas en pena. Pero además, uno percibe que en la chica algo ha cambiado desde el momento del accidente. En uno de sus mejores diálogos, Hilligoss admite de que ella no es una creyente y que va a la iglesia a hacer negocios (trabajar como organista). Es un cuerpo que vaga sin alma.

Aún cuando los secundarios sean lugareños contratados, las performances están ok. En cuanto a Candance Hilligoss, no es una gran actriz pero cumple con lo que le pide el papel. Quizás el tema pase porque tanto ella como el resto figuren como pueblerinos algo toscos – el personaje de Mary Henry es terriblemente antipático y antisocial -; pero cuando empiezan los sucesos sobrenaturales, Hilligoss da el registro correcto. Abandona su apatía para transformarse en una persona torturada.

El Carnaval de las Almas es un sólido clásico. Transporta el terror de los castillos medievales de la Hammer (que era el standard de la época) a la cotidianeidad del sur estadounidense. Hay una gran dirección y una formidable fotografía blanco y negro. Y provee un relato que es memorable en todos los sentidos.