Crítica: Bug! (1975)

Volver al índice de críticas por año / una crítica del film, por Alejandro Franco

USA, 1975: Bradford Dillman (Dr James Parmiter), Richard Gillilland (Gerald Metbaum), Joanna Miles (Carrie Parmiter), Alan Fudge (Mark Ross), Jamie Smith Jackson (Norma Tacker), Patty McCormack (Sylvia Ross)

Director: Jeannot Szwarc, Guión: William Castle & Thomas Page, basados en la novela The Hephaestus Plague de Thomas Page

Trama: Un pueblo del medio oeste norteamericano es afectado por un fuerte terremoto. El biólogo James Parmiter descubre que, tras el sismo, han salido a la luz una horda de insectos desconocidos, los cuales poseen la habilidad de encender fuego frotando sus patas traseras. La nueva raza – a la que llama la Plaga de Hefestus, por referencia al dios griego del fuego – comienza a provocar numerosas muertes debido a los incendios espontáneos, y una de las víctimas resulta ser la propia esposa de Parmiter. Debido a ello, el biólogo comienza a obsesionarse con los insectos y, en vez de buscar cómo destruirlos, ha comenzado a experimentar con ellos. Y, en una de las cruzas que ha realizado, Parmiter ha logrado generar una raza adaptada a sobrevivir en la superficie terrestre… la cual ha comenzado a evolucionar hasta convertirse en una especie sorprendentemente inteligente y letal que amenaza la existencia de todo ser vivo sobre la faz de la Tierra.

El Bicho (Bug!) (1975) Por cada una que hay de cal, hay otra de arena. Es el caso de William Castle, cineasta cambalachero de los años 50 y 60 que logró alcanzar la fama debido a los trucos de marketing que inventaba para promocionar a sus filmes. Castle era un director rústico, crudo, pero con el tiempo fue puliendo estilo hasta dar a luz cosas potables y hasta festejables. En los finales de su carrera daría a luz títulos extraños y menos populares que los hits que le dieron renombre – como fueron The Tingler o House on Haunted Hill -, pero más experimentales e interesantes. Bug! sería el último guión de Castle y se sumaría a la extrañisima Shanks (1974) – su último opus directorial, con un bizarro Marcel Marceau creando marionetas humanas a partir de cadáveres – como los trabajos finales de su carrera.

Ciertamente Bug! se suma a la oleada de películas del género “venganza de la naturaleza” (o animales asesinos) que en los 70 se había puesto de moda con grandes títulos como Williard y, especialmente, Tiburón. Pero Bug! parece entroncarse directamente con Las Crónicas de Hellstrom, un fabuloso documental de 1971 y que hablaba en términos apocalípticos de cómo los insectos heredarían la Tierra cuando la humanidad pereciera ante una eventual guerra nuclear. Tal fue el impacto del documental que terminó por generar su propio subgénero – el de insectos asesinos – con títulos setentosos como Fase IV, El Enjambre y La Invasión de las Arañas. De hecho, Fase IV y Bug! comparten los servicios de fotografía de Ken Middleham, responsable de las impresionantes imágenes de Hellstrom.

Ciertamente Bug! tiene su dosis de pavadas – los bichos crean masivos incendios con sólo frotarse las patas, cuando hubiera sido más lógico explicarlo en términos de una reacción química (como ocurre con las luciérnagas); los insectos se vuelven inteligentes y se forman en grupos, formando palabras en inglés como si fuera un grupo de porristas (!); y el cambio de actitud del personaje de Bradford Dillman bordea lo inexplicable (los bichos mataron su mujer, pero en vez de destruirlos busca perfeccionarlos genéticamente) -, pero el 90% del filme funciona de manera apasionante. En vez de vomitar las obviedades propias de las películas de cine catástrofe, Bug! sigue el patrón de Them!, La Humanidad en Peligro, y se decanta por generar un thriller científico. Tanto los razonamientos como la pasión que le pone el biólogo que compone Bradford Dillman son los que mantienen en alto al relato, y lo salvan de ser una auténtica idiotez. Lo que resulta inexplicable es por qué su personaje (y toda la historia) termina por degenerarse en la típica rutina de científico loco al cual el experimento se le va de las manos. Eso no quita que la segunda mitad de Bug! tenga su cuota de momentos interesantes (como el intrigante y abrupto climax, en donde la nueva generación de insectos ha decidido seguir con las mutaciones por su propia cuenta).

Hay un aspecto curioso en Bug! y es la existencia de una especie de subtexto religioso que nunca termina de ser explotado de manera clara. Cuando ocurre el terremoto, la cámara está instalada en la misa dominical que conduce el pastor local. Una de las víctimas perece cuando va a alcanzarle una Biblia al protagonista. Uno puede pensar que, como surgen de las entrañas de la Tierra y como generan fuego, los insectos son una especie de criaturas demoníacas, y Dillman vendría a ser el típico científico ateo que se arriesga a explorar y violar los límites de lo permitido y hasta de lo divino – es él el que permite que las criaturas sobrevivan y encuentren la forma de expandirse más allá del pueblo -. Pero el guión menciona estas cosas al pasar, y jamás termina por explorarlas en profundidad.

Bug! es una peliculita interesante y bien hecha. Ok, tiene un par de idioteces que a uno le hacen rechinar los dientes, pero tiene energía y originalidad, y la puesta en escena es más que potable. Y es uno de esos filmes que uno termina por descubrir en un rincon abandonado de la web, y con el cual uno se termina por llevar una sorpresa más que agradable.