Crítica: Blacula (1972)

Volver al índice de críticas por año / una crítica del film, por Alejandro Franco

Recomendación del EditorUSA, 1972: William Marshall (principe Mamuwalde), Vonetta McGee (Tina / Luva), Thalmus Rasulala (Gordon Thomas), Gordon Pinsent (teniente Peters), Denise Nicholas (Michelle)

Director: William Crain, Guión: Raymond Koenig & Joan Torres

Trama: Transilvania, siglo XIX. El principe africano Mamuwalde y su esposa Luva viajan para encontrarse con el conde Dracula, y así poder utilizar sus influencias políticas para combatir la esclavitud en Europa. Pero a Dracula le desagrada la actitud de Mamuwalde y decide convertirlo en un vampiro, encerrándolo en una cripta con su mujer a su lado. Ahora estamos en el siglo XX, y el ataud sellado de Mamuwalde ha llegado hasta las manos de unos coleccionistas neoyorkinos. Mamuwalde logra liberarse de su prisión de cien años y comienza una feroz carnicería para poder alimentarse de la sangre que tanto le hace falta. Pero en uno de sus ataques se topa con Tina, una joven de apariencia idéntica a su fallecida esposa Luva. Y ahora Mamuwalde hará todo lo posible por reencontrarse con su antiguo amor, mientras la policía de Nueva York se encuentra tras sus pasos debido al sendero de asesinatos que ha ido dejando.

Blacula Si hay un término equivocado para denominar un género, ése sería el blaxploitation – el cine que utilizaba a afroamericanos en papeles protagónicos como principal argumento de venta -. En sí, la palabra significaría “explotación de negros” e implicaría que la gente de color se hallaba involucrada en papeles martirizantes, como víctimas del abusivo poder de las autoridades (blancas, por supuesto) de aquella época. Eran los agitados años 70, en donde los Estados Unidos se hacían revueltas diariamente por parte de las minorías para reivindicar sus derechos raciales y sociales. En realidad todo el género debería llamarse “black pride” (orgullo negro) ya que, en vez de victimizar a los morenos, tendía a crear héroes de color, los equiparaba a sus similares caucásicos (o los superaban), y tendía a adaptar mitologías clásicas según la cultura afroamericana.

El primer film blaxpoitation (reconocido como fundador del género) es Sweet Sweetback’s Baadasssss Song, de Melvin Van Peebles y que data de 1971. Ciertamente era un filme con lectura social, ya que era la vida de un taxi boy de color que era acusado por un crimen que no cometió y debía escapar de la policía “blanca”. La película fue una enorme victoria para Van Peebles (el padre de Mario, el director y actor de New Jack City), ya que terminó por financiarla de manera independiente, generó un fuerte boca a boca en la comunidad negra, y terminó siendo un gran éxito de taquilla. A Sweet Sweetback’s Baadasssss Song le sobrevendría ese mismo año Shaft, con el primer héroe de acción de color, y que convertiría al blaxpoitation en un género mucho más comercial y masivo. Y si Shaft fue el primer detective privado negro, muy pronto sobrevendría una avalancha de películas en donde héroes / villanos / monstruos tradicionales pasarían a ser encarnados por morenos (desde mafiosos como Black Caesar – 1973 – hasta agentes secretos a la James Bond como Cleopatra Jones – 1974 -). Esto es particularmente notable en el área del terror en donde Blacula sería la cabecera de playa de una enorme lista de versiones blaxpoitation de filmes, mitos y relatos ultaconocidos, como las adaptaciones de Frankenstein (Blackenstein – 1973), El Exorcista (Abby – 1974), Jeckyll y Hyde (Dr Black and Mr Hyde – 1975), y un largo etcétera. Curiosamente el promotor de semejante movida sería Samuel Z. Arkoff, dueño de la American International Pictures (la clásica productora de filmes de terror con Vincent Price en la década del sesenta), quien para ese entonces se estaba divorciando de su socio James H. Nicholson, y había encontrado un filón de oro en el blaxpoitation.

Y con un gran olfato comercial, Arkoff transformó a Blacula en un éxito enorme. Sin embargo su popularidad se restringió durante muchos años a la comunidad negra, hasta que la edición en video permitió redescubrirla y darle un merecido status de culto. No sólo Blacula es una película que adapta de manera muy inteligente la mitología de Dracula a la comunidad negra, sino que posee un protagónico brillante de William Marshall. No sería demasiado equivocado considerarlo como una de las mejores adaptaciones no oficiales de Dracula que existen hasta el momento.

Ciertamente para valorar a Blacula en su medida justa hay que ser extremadamente indulgente con los primeros 20 minutos. El cameo de Dracula en la escena inicial tiene poco que ver con el perfil clásico de Lee o Lugosi – acá es un cincuentón de barba y sin capa -, y el libreto tampoco se calienta demasiado en explicar qué tanta influencia tiene el conde sobre los gobiernos de Europa. Para ser un principe africano de aquella época William Marshall es excesivamente culto, amén de que todo el mundo habla un inglés perfecto sin importar su nacionalidad. El traslado del ataud desde Europa a Nueva York es otra cosa traída de los pelos, pero una vez que Mamuwalde llega a la gran manzana, la película encuentra sus pies.

En sí el personaje central es uno lleno de matices. Es un principe africano que boga por la abolición de la esclavitud en Europa, pero sucumbe ante el racismo de Dracula y él mismo pasa a ser un esclavo, esta vez del vampirismo. Como víctima del racismo blanco (y sobrenatural), Mamuwalde es encerrado bajo siete llaves en un ataud mientras su esposa es encerrada en vida en la cripta en donde él reposa. Es un hecho bastante triste que pierde un montón de impacto ya que esas secuencias no están muy bien rodadas. La credibilidad pega un salto enorme con la presencia de dos coleccionistas gay (de hecho, el filme parece ensañarse con los homosexuales), los que se llevan todo lo de la mansión Dracula a Nueva York, sin que nadie revise en la aduana si los ataudes estaban vacíos, tenían droga o vampiros de contrabando. Para compensar la presencia gay (infrecuente para la época), uno es blanco y otro es negro, y ambos terminan siendo el desayuno de Blacula. Precisamente en el velatorio de ellos el vampiro (que andaba dando vueltas por allí) divisa a la versión morena de su Mina Harker. Sí, amigos: Tina es la reencarnación de su fallecida Luva y vive en Harlem.

Acá aparecen un montón de detalles interesantes. Los policías que intentan atrapar a Blacula son todos blancos, con lo cual imagino el regocijo de la platea morena cuando este superhéroe negro empieza a revolear uniformados como si fueran muñecos. Por su lado, con la excepción de la pareja gay (que hicieron de copetin), el resto de las víctimas de Blacula son individuos que lo estorban en su camino de recuperar al amor de su vida (vale decir, son asesinatos justificados). En sí, Blacula es una figura romántica trágica, y se encuentra más emparentado con el Dracula de Gary Oldman que con el monstruo refinado o brutal propio de un Bela Lugosi o un Christopher Lee. Es un giro sorprendente para la época en que fué filmado, en donde los vampiros ya eran un cliché de asesinos amorales; y esto hace que el final sea realmente emocionante. Por otro lado el guión hace todo un alegato sobre los origenes africanos del personaje, resaltando los rasgos animales de Blacula cuando éste se transforma, y agregándole un toque realmente original.

A esto se suma de que varios de los ataques están rodados con bastante estilo. Algunos fallan miserablemente – el maquillaje es terrible en unos cuantos casos, y los súbditos de Blacula parecen tipos disfrazados de Halloween más que vampiros amenazadores -, pero en otros casos (como la secuencia en la morgue) tienen su buen grado de impacto. Y en ese mix de cosas notables y pifias groseras aparece el actor shakespeareano William Marshall, el que le da una enorme cuota de dignidad a su personaje y al filme. Con su presencia y su voz profunda da lugar a un vampiro realmente carismático y notable.

Blacula es muy recomendable. Perdónenle la vida por algunos errores gruesos, porque el resto del producto lo compensa con creces. Es inteligente, está muy bien actuada, y tiene su cuota de buenos momentos. Es una brillante reimaginación del mito, y una que consigue personalidad propia.

BLACULA, EL DRACULA NEGRO

Blacula (1972) – Grita, Blacula, Grita (1973)