Crítica: Yonggary / Yongary, Monstruo de las Profundidades (1967)

Volver al índice de críticas por año / una crítica del film, por Alejandro Franco

Corea del Sur / Japón, 1967: Yeong-il Oh (Ilo), Jeong-im Nam (Suna), Kwang Ho Lee (Icho)

Director: Kim Ki-duk, Guión: Kim Ki-duk & Seo Yun-sung

Trama: Una potencia enemiga detona una bomba experimental, y ésto termina por provocar una serie de terremotos que se dirigen a Corea del Sur. Cuando éstos cesan, surge una enorme criatura de las profundidades, la cual empieza a arrasar las ciudades. Ahora el ejército se prepara para atacar con todo al monstruo pero un científico intenta detenerlos, convencido de que la criatura se alimenta de energía. Y ahora, con el tiempo en su contra, el científico deberá descubrir la manera de destruir a la criatura mientras ésta continúa arrasando impunemente ciudades y segando multitud de vidas humanas.

Yongary, Monstruo de las Profundidades El kaiju eiga (o cine japonés de monstruos gigantes) tiene un par de reglas simples: si hay dos monstruos en un filme, se trata de un show; si hay uno solo, se trata de una alegoría. Así como Godzilla, Rey de los Monstruos sirvió para que los japoneses revivieran cinematográficamente el horror atómico de 1945, Corea del Sur tuvo su propio monstruo gigante con subtexto. Es el caso de Yonggary, producida con capitales locales y utilizando el expertise importado de los japoneses, que de bichos enormes saben y mucho.

No hace falta ser un cráneo para ver que Yongary es la representación alegórica sobre el temor a una posible invasión desde Corea del Norte. Si bien los coreanos comparten gustos con japoneses, chinos y demás habitantes del sur de Asia, tampoco es un pueblo que delira por el kaiju eiga ni lo trata como si fuera su género nacional – luego de Yonggary, el kaiju eiga coreano quedaría en el freezer durante 22 años hasta Reptilian, una atrocidad que quisieron vender como una remake de este filme y cuya historia no tiene nada que ver -. Es posible que la situación política entre las dos Coreas viviera algún pico de tensión a finales de los sesenta y los artesanos de turno decidieron traducir esa circunstancia en un producto como éste. Aunque el libreto se cuida muchísimo de omitirlo, resulta obvio que “la potencia extranjera y enemiga del norte” es NorCorea, y el monstruo es el invasor camuflado. Tal es así que en un momento el bicho se vuelve rojo (!) y, cuando lo matan, el niño de turno dice “pero él no era malo… sólo quería comer y por eso atacaba (N de R: como Corea del Norte, que vive hambrunas pero mantiene uno de los ejércitos más grandes del mundo); además él era uno de nosotros”. Oh si, todo muy amoroso, pero después le dan al bicho para que tenga y termina sangrando por un orificio no determinado (!) debido al terrible veneno que le suministraron para frenarlo en seco.

Los efectos especiales son prolijos pero no brillantes. El monstruo es tremendamente insípido y va rompiendo maquetas de un lado para otro, pero nunca hace nada extraordinario. Bah, en el momento mas bizarro y sicodélico del filme Yongary se pone a bailar (WTF?), quizás por el efecto de las drogas que le suministraron o porque el libretista tenía el cerebro quemado a esa altura. No importa, no interesa.

Lo que resulta obvio es que nadie en el equipo de producción se calentó en lo más minimo para darle un poco de coherencia científica al filme o, por lo menos, para asesorar un poquito a la gente de los efectos especiales. Cuando Corea del Norte va a probar la bomba experimental, los surcoreanos deciden monitorearlos… enviando una cápsula al espacio (la cual se pone en orbita a dos millones de kilómetros de la Tierra, como si estuviera en Marte) (chicos: o agrandaban la maqueta de la Tierra, o achicaban la de la cápsula!). Y no se trata de una cápsula con super equipos de observación, sino de un tipo traje de astronauta y un par de binoculares comunes y corrientes (¿esta gente no sabe que existen los aviones y los satélites espía?). Las cosas se ponen muy surrealistas cuando la base se comunica con el piloto y le dice: “Aló capsula, aquí base. Responda, cápsula”. Nada de nombres claves, o de un mínimo de rigurosidad militar… nada.

La trama parece salida de un kaiju eiga con poca onda. Hay dos parejas: un joven científico solterón con chica interesada que lo apremia, y un joven piloto militar recién casado. El ultimo descubre la explosión en Corea del Norte, la cadena de terremotos que la detonación genera, y emite la alerta. Lo que sigue es un montón de obviedades repetidas tres veces como para llenar tiempo de exposición en el filme. “Sr. General, debemos tomar medidas”. “Cuando usted indique, Sr. Secretario”. “Establezca la ley marcial y tome medidas ahora”. “Gracias, Sr. Secretario, ya estoy tomando las medidas pertinentes”… lo cual es una idiotez monumental ¿Cómo se detiene un terremoto?.

A esta sarta de personajes desabridos y patéticos se le suma un chico insufrible que roba aparatos experimentales del laboratorio de su tío y los prueba con sus amigos y con Yonggary mismo. No es que el filme caiga en los mismos bodrios que ocurrían en la vieja saga de Gamera, con nenito insoportable haciéndose amigo de la criatura, pero pega en el palo. El problema con este kaiju eiga coreano es que gasta demasiado tiempo intentando crear personajes tridimensionales, y omite darle personalidad a la estrella principal del show que es el bicho. La sensación final es que es un tipo en traje de goma rompiendo maquetas de cartón, carente de propósito y misterio.

Para verla como curiosidad, o como un kaiju eiga light, Yonggary resulta pasable. Si usted es demasiado fan del género, le parecerá aburrida y sosa. Como sea, monstruos gigantes coreanos no se ven todos los días, y allí radica el único merito del filme.