Crítica: El Show de Truman (The Truman Show) (1998)

Volver al índice de críticas por año / una crítica del film, por Alejandro Franco

USA, 1998: Jim Carrey (Truman Burbank), Ed Harris (Christof), Laura Linney (Meryl Burbank / Helen Gill), Noah Emmerich (Marlon / Louis Coltrane), Natascha McElhone (Lauren Garland / Sylvia)

Director: Peter Weir, Guión: Andrew Niccol, Musica – Burkhard Dallwitz

Trama: Truman Burbank es un vendedor de seguros que lleva una vida común y corriente en el pacífico pueblo de Seahaven. Se encuentra casado con la bella enfermera Meryl Burbank, y toda su existencia parece idílica. Pero algunos extraños sucesos comienzan a alertar a Truman sobre el universo que lo rodea, en especial cuando conoce a la extraña Lauren Garland de la cual se enamora, pero es apresada por su padre y alejada de su companía. Lauren, antes de ser llevada, le advierte de que el mundo que lo rodea es artificial y que se trata de un show de televisión visto a nivel mundial. Poco a poco Truman comienza a darse cuenta de las estructuradas rutinas de las personas que lo rodean, además de su imposibilidad de salir de Seahaven. Y es que Truman ha sido un bebé adoptado por una cadena de televisión que ha montado un pueblo artificial poblado de actores, con miles de cámaras de TV instaladas, que monitorean las 24 horas la vida de éste y son televisadas a nivel masivo. Los problemas comienzan cuando Truman, por todos los medios, intenta escapar del gigantesco set que constituye Seahaven.

El Show de Truman Big Brother (Gran Hermano) es el reality show creado por John de Mol en 1997. En realidad las primeras emisiones no se llamaban así, sino que se trataba de un concurso de resistencia donde los participantes debían permancer un determinado tiempo encerrados en una casa. El formato tal como se conoce hoy recién tomó forma en 1999, y desde su Holanda natal de Mol lo terminó por difundir a más de 70 países. El nombre del programa deriva del Gran Hermano de la novela 1984 de George Orwell, una entidad omnisciente y omnipresente en la vida de cada uno de los integrantes de una sociedad futurista, el que vela por sus necesidades y su seguridad a la vez que ejerce un estricto control sobre los mismos.

Pero de Mol no es el autor de la idea. Existen antecedentes tanto en la literatura, el cine o la TV de realidades simuladas. La novela de Orwell (que data de 1949) solo aporta la idea de una supra entidad que todo lo conoce, pero el concepto de los mundos artificialmente construidos se puede encontrar en la obra de Philip K. Dick Time Out of Joint (1959), en donde el personaje central vive en un 1959 alternativo, idílico y eterno, donde el entorno que lo rodea es simulado para proveerle una estabilidad emocional y aislarlo de la verdadera realidad – un 1998 donde el mundo se encuentra en plena guerra nuclear y donde el personaje indirectamente contribuye con su talento innato para predecir los ataques enemigos, algo que en su mundo artificial es camuflado a través de una serie de constantes concursos que siempre gana; las respuestas del concurso en realidad son las predicciones sobre los objetivos que el enemigo habrá de atacar -. También la mítica serie de TV The Twilight Zone en su episodio de 1960 A World of Diference trata sobre un individuo que comienza a descubrir que su vida se trata de una historia armada y transcurrida en un set de televisión.

Mientras todos estos antecedentes tratan sobre mundos artificiales creados para aislar al protagonista de una realidad desagradable (o el truco de la sorpresa al descubrir que su vida es una mentira), el punto de vista del Gran Hermano de de Mol es llevar la idea a su máxima expresión voyeurística. La experiencia por la experiencia misma. Los integrantes aislados en una casa y monitoreados todo el tiempo, en una convivencia forzada y televisada masivamente. Podríamos hablar de una simulación de realidad creada en laboratorio donde, lo primero que se percibe, es que la misma no resulta como la realidad normal desde el mismo momento que es observada y que los participantes saben que se encuentran monitoreados. Así como sucede con los postulados científicos donde se dice de los sucesos naturales pierden su esencia al ser reproducidos en laboratorio, lo mismo pasa con los reality shows. Los integrantes pueden sobrellevar con el tiempo la carga del hecho de ser constantemente supervisados, pero su conducta no termina de ser espontánea en terminos de una realidad normal: se trata de una nueva realidad que comienza a guiarse por sus propias reglas.

El Show de Truman lo que hace es básicamente llevar el concepto de reality show al extremo. Acá no es un predio aislado sino un mundo gigantesco construído artificialmente, donde el protagonista (Truman Burbank) es el único que no se encuentra enterado de la verdadera naturaleza del mismo. Todos los integrantes del pueblo son actores que se guían por improvisación y algunos lineamientos generales, y en determinadas ocasiones existen secuencias guionadas que proveen picos de tensión emocional (y por ende, de rating). Hay algunas ideas que parecen destiladas de la serie de TV Max Headroom (1987), en especial de las megacorporaciones multimediales que poseen un absoluto control sobre sus integrantes – aquí Truman es un bebé adoptado por una corporación cuya vida entera ha transcurrido como un reality show en un gigantesco set montado a tal efecto -.

Lo que es fascinante de El Show de Truman es la premisa, más por las posibles repercusiones de la misma que por lo que realmente muestra el filme. Como reality show supremo, lo que muestra es que la esencia del hombre es esencialmente voyeur; y si bien la naturaleza del término tiene resonancias sexuales, es posible extenderlo a infinidad de circunstancias de la vida humana. En términos de pornografía, el voyeurismo es sentir placer viendo (o espiando) el placer de los demás. Hay un sentido de transferencia y también de inmovilidad: el voyeur está estático mientras contemplan a otras personas en movimiento, y siente placer por algo visual que no es lo que sensorialmente está viviendo en su misma persona. Vale decir, vive a través de las experiencias de los otros, pero el acto en sí significa que él mismo está dejando de vivir para ser simplemente espectador. En el caso del filme esto resulta algo obvio – todas las tomas de los espectadores del show son las mismas, una y otra vez: el hombre que vive tomando un baño, las ancianas en el sofá que son fans del show, la gente en el bar -. Al no tener una vida propia (o sentir emociones propias), su vida y emociones pasan por lo que vive realmente Truman. Es la esencia de Gran Hermano y el por qué del éxito de los reality shows.

Lamentablemente el film no ahonda en este tema como debiera, sólo lo muestra en forma de viñetas. En todo caso, el tema está jugado en un tono de comedia ligera, con un Jim Carrey encorsetado de sus habituales disparates y mostrando una performance bastante buena. La película funciona como un gran episodio de The Twilight Zone apuntado a lo emocional antes que al ingenio del truco que reserva el libreto. Es por eso de que el espectador sabe desde el primer fotograma que todo se trata de un show en vez de reservar este descubrimiento como un momento de shock. Aquí la platea acompaña los vaivenes emocionales de Truman en descubrir los límites de su mundo y traspasarlos. Y en vez de apuntar los dardos al aspecto voyeur de la obra, el director Peter Weir prefiere desarrollar la trama como una aventura emocional, aunque con algunas connotaciones religiosas leves. Seahaven y Christof (el director del show) no son más que el Paraíso y Dios vistos desde una óptica televisiva, que pujan para que Adan no se escape del mismo y desciendan los ratings del programa.

Es un muy buen filme en sus propios términos, pero no hunde el cuchillo en todas las posibilidades que el tema brinda. Hay momentos realmente muy buenos (como la impagable secuencia de la agencia de viajes, con los absurdos avisos alarmistas que advierten sobre las constantes catástrofes aéreas), pero a uno le da la sensación que intelectualmente podría haber sido más absorbente y profunda.