Crítica: La Tercera Guerra Mundial (1982)

Volver al índice de críticas por año / una crítica del film, por Alejandro Franco

USA, 1982: Rock Hudson (presidente Thomas McKenna), David Soul (coronel Jake Caffey), Brian Keith (secretario general Gorny), Cathy Lee Crosby (mayor Kate Breckenridge), Jeroen Krabbé (coronel Alexander Vorashin), Robert Prosky (general Aleksey Rudenski)

Director: David Greene & Boris Sagal, Guión: Robert L. Joseph

Trama: La Guerra Fria, en un futuro alternativo. Los Estados Unidos han trabado un embargo masivo de cargamentos de trigo hacia la Unión Sovietica, apoyado por aliados y naciones amigas. En la URSS esto ha provocado una seria inestabilidad y hay revueltas por el hambre. Decididos a presionar a los norteamericanos la KGB ha iniciado una acción secreta, consistente en el desembarco de una pequeña fuerza invasora en Alaska. Aprovechando la furia de un temporal, los sovieticos están decididos a apoderarse de una estación de bombeo de petróleo, vital para la energía de Norteamérica. Pero un pelotón de reclutas norteamericanos ha logrado darse cuenta de la movida y les hace frente. Aislados por la tormenta, el improvisado escuadrón debe resistir los embates de los soviéticos mientras intensas negociaciones son llevadas a cabo entre americanos y soviéticos. Pero la escalada es tal, que parece inevitable que todo el conflicto desemboque en una guerra nuclear.

La Tercera Guerra Mundial (1982) Si lo de Tom Clancy es el tecno-thriller, la miniserie La Tercera Guerra Mundial debería entrar en la categoría de obras maestras de la tecno-pavada. He aquí una tira concebida en pleno fragor de la Guerra Fria en los años 80, cuando Reagan jugaba al gato y el ratón con los soviéticos, y todo parecía indicar que el mundo se iría al diablo en cuestión de segundos. Pero los que redactaron la miniserie tienen el mismo grado de sutileza que el personal de redacción del diario Crónica. Todo lo que aparece aquí está concebido para el escándalo y es tan irreal, que la escalada dramática termina siendo ridícula.

La idea era asustar al espectador yanqui promedio. La miniserie arranca con un embargo masivo de trigo, trabado a la Unión Soviética por casi todos los paises productores del mundo (incluyendo Argentina!), posiblemente por presión norteamericana. Nunca se establece la causa de dicho embargo. Lo que sigue es una escalada de tonterías que atentan contra la lógica; para presionar los Estados Unidos, la URSS invade Alaska con 40 hombres (!!!), y quiere apoderarse de una porción de gasoducto. Si la vuela, los EEUU se quedan sin combustible por cinco años (bah, debería ir a comprar afuera). Mientras tanto, en toda la Union Sovietica nadie sabe qué comer si no tienen harina de trigo. Los comunistas son muy exquisitos: nada de harina de maiz o arroz; los tipos – si no tienen una hogaza de pan en su mesa – pueden desatar una guerra mundial. Ni siquiera han escuchado hablar de la soja (Argentina potencia!). Es tan estúpido todo el argumento del embargo y la imposibilidad de sustituir un alimento por otro, que se lleva de patadas con la lógica más simple. Del mismo modo, la URSS podría haber invadido Argentina (Argentina potencia! – 2) para quedarse con nuestros campos y nuestras vacas, o bien le podría haber pedido ayuda a sus amigos chinos. Pero no: mandan a este escuadron miserable a generar ruido en Alaska.

A esto le sigue una hora interminable de mal romance entre David Soul y Cathy Lee Crosby, algo que no le interesa a nadie y figura simplemente para que esto se estire y llegue al formato de miniserie. Soul es un militar recién llegado a Alaska que debe hacerse cargo de la situación. Tiene 15 reclutas contra 40 soldados rusos bien entrenados, y no pueden recibir ayuda por el mal tiempo. Eso si: pueden volar en helicóptero en plena ventisca, pero nadie les va a mandar un mísero avión de ayuda, ni aunque el mundo esté a punto de volar en pedazos de un momento a otro. No sea cosa que los aviadores se maten con la tormenta.

Luego está el irritante Robert Prosky, un actor que tiene la particularidad de haber arruinado la mitad de las películas en las que ha participado (incluyendo El Ultimo Gran Héroe y Gremlins 2). Acá el tipo manipula a un blandengue Brian Keith, despachando la invasión él solito, obligando al secretario general de la URSS a que lo apoye, y adueñándose (literalmente) de cada espacio de poder que le dejan a mano. El tipo tiene unas anteojeras enormes y solo ve lo que quiere ver. Para colmo dice pensar una cosa y termina haciendo otra, especialmente en los últimos minutos de la miniserie.

Como puede verse, la objetividad no es el fuerte de La Tercera Guerra Mundial. Los soviéticos son malos, sin honor, sucios y hambrientos. Los yanquis son justos e inteligentes. Al menos Rock Hudson y David Soul aportan la cuota de dignidad actoral que hace que la miniserie sea tolerable. En realidad, toda La Tercera Guerra Mundial se deja ver si uno no analiza demasiado las causas y lo toma como un thriller pasatista. Pero aún del lado de los buenos, el presidente norteamericano y su comitiva no son un ejemplo de diplomacia y sagacidad. Es un ejemplo de inflexibilidad absurda y suicida.

Imagino que a los norteamericanos que vivían en aquella época (y estaban gobernados por un cowboy demente como era Ronald Reagan) todo esto le debe haber parecido como una visión de las puertas del infierno abiertas. O no. La miniserie no tuvo mucha audiencia, aunque los pocos que la vieron quedaron impactados. Como escenario del apocalipsis atómico, La Tercera Guerra Mundial es una bobada total, maquillada de seudo drama. Hay otras simulaciones muy superiores, como El Dia Después o Fail Safe. Esta miniserie, en cambio, solo quiso provocar escándalo para ganar ratings y por eso ha quedado como un artefacto de su tiempo, tan valioso como una edición del diario Crónica de hace treinta años.