Crítica: Superargo / Superargo vs Diabolicus (1966)

Volver al índice de críticas por año / una crítica del film, por Alejandro Franco

Italia / España, 1966: Ken Wood (Superargo), Gérard Tichy (Diabolicus), Loredana Nusciak (amante de Diabolicus), Mónica Randall (Lidia), Francisco Castillo Escalona (coronel Alex Kinski)

Director: Nick Nostro, Guión: Jaime Jesús Balcázar

Trama: Superargo es un luchador de catch que posee características sobrehumanas: superfuerza, una enorme capacidad respiratoria y gran resistencia al dolor. Pero en uno de sus ultimos combates ha asesinado accidentalmente a su contrincante, y ha decidido retirarse de la lucha. El coronel Alex Kinski – antiguo amigo de Superargo y jefe del servicio secreto – lo llama para ofrecerle trabajo como agente de inteligencia. Y ahora su misión será encontrar al responsable de numerosos robos de material radiactivo que han ocurrido en el Mediterráneo y que, al parecer, planea utilizarlo en un atentado contra la paz del mundo.

Superargo (1966) En los sesentas el cine italiano hacía hermosos pastiches multicolor, y tenían buen presupuesto para rodarlos. No como la hecatombe de los setentas, en donde se dedicaron a copiar a medio mundo con producciones hechas con dos pesos, abundantes desnudos y una avalancha de gore. No, señor; en la década del 60, la cinematografía peninsular tenía personalidad (bizarra y pop, pero personalidad al fin), la que se imponía incluso en los casos en que imitaran modelos extranjeros. En el caso de Superargo resulta obvio que es una mezcolanza de conceptos de moda en aquel entonces, pero tiene ese sabor a kitsch italiano que termina por hacerlo disfrutable.

Acá esta gente decidió meter a Santo, el Enmascarado de Plata, el Batman de Adam West y James Bond en la misma licuadora, añadiéndole gotas de los fumettis de moda de aquel entonces (como Kriminal y Diabolik), con gente en mallita vivendo aventuras internacionales a todo color. Superargo es un luchador de catch con características sobrehumanas que termina por ser reclutado como agente secreto. Ciertamente al jefe de los espías parece no interesarle que un tipo de máscara negra y malla color rojo bombero no puede pasar desapercibido nunca, y es la misma clase de premisa estúpida que afectaba a las aventuras de espionaje del wrestler mexicano Santo. La gran diferencia es que las correrías del Santo estaban rodadas con un contagioso tono camp, con lo cual uno terminaba festejando las ridiculeces del guión, y eso aquí no ocurre. Nick Nostro no es René Cardona, y se toma todo demasiado en serio, como si estuviera lanzando la gran franquicia cinematográfica de los 60 y futura rival de la saga 007. El libreto carece de humor y es excesivamente lineal.

Habiendo reclutado un agente secreto tan discreto como Ricardo Fort en traje de stripper, resulta obvio que el libreto no puede asignarle sutiles tareas de investigación a semejante personaje (me hace acordar a la escena ridícula de 007 Vive y Deja Morir, en donde el blanquísimo Roger Moore intentaba pasar desapercibido en un bar de Harlem saturado de morenos). Habiendo aceptado esto, el guión lo despacha directamente a la base del villano. “Jefe, ¿qué debo investigar ahora?” “Mira Superargo: sospechamos de la única isla que no investigamos, esa que tiene varios radares y misiles en la colina, pero que pensábamos que no había nada inusual en ella”. Al wrestler lo cargan de chiches electrónicos y le dan un super coche, bien al estilo de James Bond. Lo que sigue son los patéticos intentos de los hombres de Diabolicus en intentar detener al luchador (que se la pasa viajando, como si la isla del villano quedara en Marte y debiera llegar a ella en auto), los cuales no distan mucho de los complejos esquemas que pretendía usar Willie E. Coyote para atrapar al Correcaminos.

Hay un solo momento en que el filme muestra su potencial y es cuando Superargo hace un llamado de emergencia a su jefe… el cual tiene un Superargo-fono en color rojo bombero y negro. Si la película hubiera seguido por ese camino, jugando con lo ridículo de toda la historia, hubiera resultado mucho mejor. En cambio termina regurgitando rutinas del cine de euroespias, sólo que con mejor presupuesto: grandiosa amenaza mundial del villano – que usa la radiación para convertir el mercurio en oro, y planea arruinar la economía global al estilo de Goldfinger (1964) -, base subterránea con cohete espacial incluído, e isla excesivamente inflamable, la cual termina por volar por los aires en el climax.

Superargo se deja ver. No deja de ser algo chato filmado de manera demasiado prolija y con bastante presupuesto, lo cual resulta decepcionante ya que el poster anticipaba mucho más delirio. Es demasiado correcta, seria y restringida. El personaje regresaría en una secuela – Superargo vs The Faceless Giants (1968) -, en donde se enfrentaría contra un ejército de robots.