Crítica: Destructor (Razorback) (1984)

Volver al índice de críticas por año / una crítica del film, por Alejandro Franco

Recomendación del EditorAustralia, 1984: Gregory Harrison (Carl Winters), Arkie Whiteley (Sarah Cameron), Bill Kerr (Jake Cullen), David Argue (Dicko Baker), Chris Haywood (Benny Baker), Judy Morris (Beth Winters)

Director: Russell Mulcahy, Guión: Everett de Roche, basado en la novela homónima de Peter Brennan

Trama: Carl Winters es un norteamericano que viaja a la localidad de Granulla – en pleno desierto australiano -, en busca de pistas sobre la desaparición de su esposa, una periodista que se encontraba haciendo notas sobre la matanza de canguros en la zona. Pero al llegar se topa con Jake Cullen, un cazador local que sospecha que la mujer de Winters ha sido victima de un gigantesco jabalí, el mismo que matara a su nieto hace unos años. Ahora Winters y Cullen unirán sus fuerzas para cazar al enorme animal, el que parece tener una sed inusual de sangre.

Arlequín: Crítica: Destructor (Razorback) (1984)

Los años 70 y 80 fueron excelentes para el cine fantástico australiano, proveyendo un puñado de joyas que les abrieron las puertas a sus producciones en todo el mundo. En este caso unen sus fuerzas Russell Mulcahy (que venía de dirigir videoclips y acá hace su debut en la pantalla grande) y el guionista Everett de Roche, el mismo de la brillante Arlequin (1980). Mulcahy parecía un director prometedor y haría un par de cosas interesantes como Highlander (1986) y la versión cinematográfica del super héroe radial La Sombra (1994), pero luego incineraría su carrera con bodrios como Highlander II (1991) (la que filmaron en Argentina!), la miniserie La Isla Misteriosa (2005) y la producción directa a video El Rey Escorpión: El Nacimiento de un Guerrero (2008).

Razorback (que es el apodo norteamericano para los jabalíes, y significa “espalda de cuchilla”) vendría a ser la versión australiana de Tiburón, sólo que en tierra y con pezuñas. Considerando la cantidad de terribles clones de Jaws – bah, filmes que explotaron la moda de “la naturaleza se venga” , que van desde Piraña (1978) hasta Grizzly (1976) -, éste vendría a ser uno de los mejores exponentes de semejante camada. Lo que lo distingue sobre el resto es que intenta armar una fórmula propia – en vez del remanido “el alcalde quiere que oculten los asesinatos de un animal salvaje gigante que sólo cree el sheriff local, para así salvar la temporada de turismo local “ -, y le agrega una gran cuota de mística a la australiana.

Es un filme en donde el talento de Mulcahy triunfa por encima de las limitaciones de la producción. Con un par de reflectores y un gran director de fotografía, Mulcahy transforma al desierto australiano en un lugar infernal que no parece pertenecer a este planeta. A esto se suma un manejo muy escueto de la visión del animal – que no es más que un muñeco enorme y estático -, al que disfrazan sus limitaciones con una edición cuidada, y dejando las cosas libradas a la imaginación. Y, contrariamente a lo que uno podría suponer, esa escasa visión del monstruo de turno no es insatisfactoria. Mulcahy es muy generoso mostrando las secuelas de su devastador paso, o haciendo uso intensivo de planos rápidos durante sus ataques, que son salvajes y sangrientos. A esto se suma algunos detalles sobrenaturales y hasta apocalípticos – el jabalí gigante como signo de una nueva generación de criaturas, mucho más agresivas contra el hombre, que han aparecido en busca de venganza por sus continuas cacerías; la extinción de razas locales a manos de la nueva criatura, que las depreda sin piedad; el paso del animal, acompañado con fuertes vientos y cambios climáticos, como si fuera una especie de demonio local – que condimentan muy bien al relato. Y por supuesto hay un par de escenas memorables, como cuando el jabalí se lleva a rastras medio rancho (ya que se devoró a un perro que estaba atado a él, con cadena y todo); o bien, el terrible duelo entre el jabalí y el cazador local en el pozo de agua.

Pero hay algunos detalles que opacan el brillo de Razorback. El juicio del inicio del filme – a Jake Cullen, de quien sospechan que él mismo mató a su nieto (??) – es muy poco convincente. Hay un par de pésimos villanos que parecen salidos de Mad Maxincluyendo el coche – que sobreactúan salvajemente y son sádicos de manera gratuita (y el relato los podría haber omitido olímpicamente). Gregory Harrison es terriblemente blando como protagonista, y trasluce cero de emociones para lo que debería ser un hombre cegado por la venganza. El enredo de Harrison con el par de carniceros locos es algo muy traído de los pelos; y, por último, el clímax en la fábrica es un calco del final de The Terminator (1984). Aún con esos detalles Destructor es un sólido clásico de culto que bien vale una acalorada recomendación de nuestra parte.