Crítica: Posesión (1981)

Volver al índice de críticas por año / una crítica del film, por Alejandro Franco

Alemania / Francia, 1981: Isabelle Adjani (Anna / Helen), Sam Neill (Marc), Heinz Bennett (Heinrich), Margit Carstensen (Margie), Michael Hogben (Bob), Shaun Lawton (Zimmerman)

Director: Andrzej Zulawski, Guión: Andrzej Zulawski

Trama: Marc es un agente de seguridad que regresa a su casa en Berlin luego de una larga misión. Pero en su casa las cosas han cambiado y su esposa Anna se muestra fría y distante. Es obvio que el amor se ha terminado, algo a lo que Marc no puede acostumbrarse, y pronto se enreda en una serie de violentas peleas con su mujer. Contratando a un investigador privado para que la siga, Marc descubre la dirección en donde Anna convive con su amante. Pero las cosas se salen de control cuando descubre que éste resulta ser una criatura mutante, a la cual Anna le consigue víctimas para que se alimente y termine su proceso de metamorfosis.

Posesion Posesión es un clásico de culto del director polaco Andrej Zulawski – responsable de La Mujer Pública (1984) entre otros títulos -. Al momento de su estreno el filme causó gran revuelo, siendo perseguido y baneado en varios paises europeos, en particular por lo bizarro de varias de sus escenas sexuales. Y desde entonces se ha convertido en un tema favorito de discusión en los círculos de cinéfilos, los que debaten su oscuro cripticismo hasta el día de hoy.

Les soy sincero: Posesión es un disparate atómico que sólo es disfrutable por las razones equivocadas. Nunca me reí tanto de un festival de excesos que abarcara todos los rubros técnicos – ni el libreto, ni la actuación, ni la dirección se salvan de la quema -, lo que lo convierten en un clásico camp instantáneo. Los intelectualoides de turno se devanan los sesos intentando penetrar el supuesto mensaje de Zulawski. Yo se lo resumo en tres frases: el director se estaba divorciando en ese momento, se tomó unas cuantas drogas duras, y se puso a escribir un libreto alegórico sobre su vida personal. Acá hay un cóctel de disparates e imagenes alegóricas que seguramente tienen que ver con la vida personal del director, pero que el resto de la gente jamás va a entender. ¿Obra maestra? no. ¿Delirio alucinógeno con buen presupuesto?. Desde ya un rotundo sí.

La trama es mucho más compleja que nuestra breve sinopsis. A la historia ya mencionada se suma el hecho de que Sam Neill descubre que a) la maestra de escuela de su hijo es idéntica a su mujer b) su esposa tenía un amante (humano) previo, al que le interesa sexualmente tanto Neill como la Adjani. La historia arranca de manera moderada, pero después empieza a ponerse extremadamente violenta y salvajemente sobreactuada. Isabelle Adjani y Sam Neill vomitan cataratas de idioteces en progresión geométrica mientras ponen cara de loquitos y miran fijo a la cámara – la Adjani siempre parece estar al borde del ataque de nervios -. Ella parece estar obsesionada con sus cosas, dejando de lado su casa, su marido, su hijo, y hasta su antiguo amante. El está desquiciado y cada vez más violento, ya que no puede obtener una respuesta racional de su mujer. Se golpean y gritan realmente mal, y es un show de la locura. La Adjani quiere matarse, Neill lo evita y cuida de ella; cuando Neill quiere matarse, a la Adjani le importa un pepino lo que le pase a su marido. Así es el tono de toda esa primera hora.

Luego el filme demuestra que la sobreactuación es generalizada y es una elección artística del director, al momento de entrar nuevos personajes a la historia. El amante de Adjani (clon del amante de la mujer de Zulawski en la vida real?) es un ridículo amanerado empapado de filosofía New Age, que le pega una de las palizas mas patéticas de la historia del cine al sufrido Neill. Los tipos después se ponen a debatir sobre Dios y el ateísmo mientras sangran por los cuatro costados. Sam Neill contrata un detective privado, el cual resulta ser gay y anda con el dueño de la agencia (wtf!!). Allí entramos en la segunda hora sicodélica, en donde el relato hace un giro y aparece el bicho en cuestión. Por sucesivos flashbacks descubrimos que Isabelle Adjani tuvo una posesión mientras viajaba en subte (una escena de 10 minutos con la actriz gritando como loca, revolcándose y mirando desquiciadamente a la cámara), e inmediatamente dió a luz una especie de camarón mutante, al que empezó a criar y a acostarse con él. Mal día para dejar el incesto zoofilico. El bicho le comienza a reclamar comida, y Adjani le sirve en bandeja al dúo de detectives gay.

El 99% de los diálogos del filme rozan lo atroz, y resulta obvio que Zulawski los escribió durante algún viaje químico. Hay un par de ideas perdidas allí y allá, y el resto son divagues con aire intelectual que carecen de sentido – la subtrama con “el hombre de la media roja” es un claro ejemplo de misterios que lanza la trama y nunca se preocupa por desarrollar -. Mientras que la primera hora es alegórica sobre el divorcio del director – el marido cree ver a su esposa en todas las mujeres que conoce; los mutuos intentos de suicidio, etc -, en la segunda cae en una especie de trance metafísico, que se bandea desde el terror hasta la ciencia ficción. Oh sí, se podría asumir que, para la Adjani, todos sus amantes se van a transformar de algún modo en Sam Neill, ya que fue su amor más fuerte – la criatura es una versión alegórica de su hombre ideal -. El problema es que, si ese era el mensaje, queda sepultado entre toneladas interminables de idioteces y diálogos rimbombantes. Incluso el climax de la versión del director es tan bizarro – la criatura se transforma en un clon de Neill y va a la casa de éste, en donde está la maestra / gemela de Isabelle Adjani, mientras todo se pone de noche y suenan explosiones como si hubiera una especie de masiva invasión alienígena en el exterior – que permite interpretar lo que sea. De que los gemelos de Neill y Adjani era una avanzada alienígena que comenzaría a sustituir uno a uno a los humanos, hasta que son una versión depurada de la pareja central, que han sepultado sus violentas diferencias y han comenzado una nueva existencia.

Posesión es un glorioso descerebre. Acá la damos cinco atómicos, no porque sea una obra maestra de fascinante profundidad, sino porque es imposible aburrirse con un filme tan bizarro. Cada dos minutos uno se ríe de la sobreactuación salvaje de los actores o de sus ridículos diálogos; se sorprende con las bizarras situaciones que inventa Zulawski, y recibe shocks completamente inesperados. Es todo tan salvaje, alucinante y heterodoxo que se convierte en un show absorbente, cuyas pretensiones intelectuales quedan sepultadas bajo el delirio alucinógeno de su creador.