Crítica: Pelotón (1986)

Volver al índice de críticas por año / una crítica del film, por Alejandro Franco

USA, 1986: Charlie Sheen (Chris Taylor), Tom Berenger (sargento Bob Barnes), Willem Dafoe (sargento Elias), Keith David (King), John C. McGinley (sargento O’Neill), Mark Moses (teniente Wolfe), Johnny Depp (Lerner)

Director: Oliver Stone, Guión: Oliver Stone

Trama: 1967. Chris Taylor es un recluta recién llegado a Vietnam. La guerra ha llegado a su momento más álgido y el alto mando le está pidiendo a sus hombres acciones desesperadas para cambiar el curso de la contienda. Pero los soldados norteamericanos se están quebrando, adoptando posiciones de todo tipo y color para intentar sobrevivir una guerra eterna contra lo que parece ser un enemigo invencible. En ese contexto el pelotón que integra Taylor recibe la misión de chequear un poblado en busca de soldados y colaboracionistas enemigos. Pero el escuadrón liderado por el sargento Barnes es el primero en llegar, y pronto el brutal oficial comete todo tipo de desmanes contra los civiles en el proceso de interrogatorio para obtener pistas. Habiendo hallado los cadáveres de las víctimas diezmadas por Barnes, el sargento Elías decide denunciarlo frente a sus superiores… acusación que queda en suspenso cuando el espacio geográfico que ocupan se encuentra seriamente amenazada por las fuerzas vietnamitas. Y, en el fragor de un intenso asedio enemigo, Barnes ha aprovechado la ocasión para emboscar y asesinar a Elias, quitándose del medio a quien podía llevarlo a un juicio militar. Pero el novato Taylor sospecha lo ocurrido y no pasa mucho tiempo antes que choque con Barnes, poniéndose en la mira del despiadado sargento… con lo cual ambos hombres terminarán por librar su propia guerra personal mientras la metralla vietnamita hace estragos a su alrededor.

Peloton Pelotón es el filme que puso en el mapa – como director – a Oliver Stone. En los años previos Stone se había desempeñado como guionista, siendo el brillante autor (y/o coautor) de los libretos de Expreso de Medianoche, Caracortada, Conan el Bárbaro, El Año del Dragón… hasta que logró materializar su demorado proyecto personal sobre la Guerra de Vietnam, el cual venía patrocinando desde 1968. Aún cuando su talento como escritor estaba más que reconocido por la crítica y por la tonelada de premios ganados a lo largo de su carrera, a Stone le costó un triunfo lograr concretar un filme sobre una de las guerras más sucias y detestables que jamás hayan existido. Los productores esquivaban el guión de Stone porque era revisionista, y porque se metía con una guerra que todos los norteamericanos querían olvidar. Para colmo, para 1986 la gente ya estaba saturada de filmes sobre la Guerra de Vietnam, los cuales iban desde una punta (con Apocalipsis Now como gran referente) hasta el extremo más banal y pasatista que supuso las dos primeras entregas de la saga Rambo.

En sí, Oliver Stone no deja de ser un director de izquierda disfrazado de cineasta mainstream. El tipo critica ferozmente a su país, ya sea resaltando los abusos que ha hecho a nivel internacional, diseccionando el funcionamiento corrupto de su gobierno, o resaltando los pecados de una sociedad extasiada por el poder que ha logrado a costa del sacrificio del resto del mundo. Cuando Stone se encuentra inspirado, es capaz de despacharse con análisis que resultan tan minuciosos como fascinantes y que captan a la perfección el funcionamiento de la mentalidad norteamericana; pero, por otra parte, es un director que tiende a los excesos y que a veces, en la efusión del mensaje que pretende transmitir, termina por reducir todo a terminos tan simplistas como inverosímiles, detalles que terminan por dar por el piso todas sus mejores intenciones.

Aquí la idea es mostrar a Vietnam como un infierno del cual nadie sale indemne. Ni aún los individuos con el carácter mas blindado logran escapar de Vietnam sin llevarse un puñado de cicatrices emocionales en el alma. A final de cuentas el hombre nació para vivir en paz y en sociedad, y en una guerra uno lleva a los individuos hacia el límite, hacia el caos y la destrucción, asignándole como trabajo el matar a otras personas simplemente porque la nación se los pide. Entonces imaginen la situación en donde una persona afable y civilizada se ve forzada a convertirse súbitamente en un exterminador, siendo forzado a transitar por un escenario extremadamente hostil, rodeado por individuos cuya salud mental se encuentra al límite, y acosado por hordas de extraños que lo odian por pertenecer a una nación extraña y los cuales desean asesinarle sin el más mínimo remordimiento de conciencia. Ciertamente el paneo que hace Stone sobre la diversidad de los personajes que habitan la historia me resulta excesivo – es un filme al cual le sobra holgadamente media hora -, y no cuenta nada que resulte demasiado original. La primera hora es algo plomiza y se centra en presentación y desarrollo de caracteres. Para colmo el relato insiste en centrarse en el personaje de Charlie Sheen, topándose con el problema que Sheen no es muy buen actor. Considerando la enorme cantidad de talentos que figuran en el cast – jovencisimos Johnny Depp, Forest Whitaker, Tony Todd, John C. McGinley, Francesco Quinn… y la lista sigue -, me sorprende que Stone haya elegido a un intérprete tan mediocre para poner sobre sus hombros el filme. Aún el virginal Depp hubiera resultado mucho mejor que Sheen, el cual – en ciertas escenas – sobreactúa mal o no da la talla que el rol precisa.

Por suerte la historia, en la segunda mitad, decide desplazar a Sheen y ponerlo como testigo, centrándose en el duelo actoral de Tom Berenguer y Willem Dafoe, los cuales resultan magnéticamente interesantes. Berenguer es un sargento brutal, un sicópata que considera a los demás como objetos, y que es capaz de cometer las mayores atrocidades en vista de lo que él considera la causa patriótica; por su parte Dafoe es un pragmático con rasgos hippies, un individuo que cree en el equilibrio y la moralidad. El duelo Berenguer – Dafoe no es mas que una batalla entre el bien y el mal, entre la amoralidad y el sentido del deber, en donde Sheen termina accidentalmente convirtiéndose en el referí. Las performances de Berenguer y Dafoe son excepcionales – en especial el primero, que resuma ferocidad por todos sus poros -, y encaminan el relato hacia un climax explosivo en donde cualquier cosa puede pasar. Tras la caída de Dafoe, es al novato al cual le queda la misión de impartir justicia. Quizás no sea una solución basada en el equilibrio y la necesidad de reimplantar el balance, sino que será una especie de aplicación práctica de superviviencia – matar al enemigo antes de que lo mate a él – lo que, en última instancia, termina por poner en orden las cosas.

Si no fuera por la excesiva primera hora y la mediocre performance de Charlie Sheen, Pelotón podría haber sido más efectiva. Sin dudas es un filme de guerra sólido, pero me da la impresión que le falta balance; será que la mayoría de lo que cuenta me parece tan trillado – soldados matando y violando civiles; reclutas drogadictos, sargentos cobardes y oficiales incompetentes -, o que le falte algún momento que sea tan formidable como inolvidable (a excepción de la muerte de Willem Dafoe, que es lo más parecido a una escena de shock); y por supuesto está el detalle de que los criticos norteamericanos siempre subrayan aquello que les parecen una autocrítica, aún cuando a veces el producto no resulte la obra maestra que pretenden vender (como pasa con The Hurt Locker). Por todo ello es que Pelotón me parece muy buena pero no excepcional y, en todo caso, quedará en mi catálogo personal como un producto de calidad pero algo sobrevalorado.