Crítica: La Noche del Cazador (1955)

Volver al índice de críticas por año / una crítica del film, por Alejandro Franco

USA, 1955: Robert Mitchum (Harry Powell), Billy Chapin (John Harper), Sally Jane Bruce (Pearl Harper), Shelley Winters (Willa Harper), Lillian Gish (Rachel Cooper), Peter Graves (Ben Harper), Evelyn Varden (Icey Spoon), James Gleason (tío Birdie), Don Beddoe (Walt Spoon), Gloria Castilo (Ruby)

Director: Charles Laughton, Guión: James Agee, basado en la novela homónima de Davis Grubb

Recomendación del Editor

Trama: Harry Powell es un asesino serial. Vestido como predicador se acerca a las viudas adineradas, a quienes embauca y asesina en cuestión de días. Pero ahora el destino lo ha puesto en el camino de Ben Harper, un ladrón de bancos que acaba de ser condenado a la horca debido a haber matado a dos policías durante su intento de fuga. Así es como se entera que Harper ha escondido el cuantioso botín en su casa, razón por la cual Powell decide acercarse a la viuda y olfatear el terreno. Y mientras que todas las pistas apuntan a que los niños conocen el paradero del dinero, Powell ha decidido asegurarse todas las bazas casándose con la viuda Harper. Pero el tiempo pasa, las respuestas no llegan y un día Powell se descontrola, asesinando a la viuda y persiguiendo a los chicos. Con los niños en fuga, al asesino no le queda otra opción que rastrear sus pasos, los cuales lo han llevado al improvisado orfanato que la testaruda anciana Rachel Cooper regentea en su casa… pero Cooper pronto se erigirá como una fuerza del destino, alguien indoblegable frente al cual los embates de Powell se estrellarán como olas contra un acantilado, y cuya entereza terminará por llevarlo a la perdición.

Crítica: La Noche del Cazador (1955)

La Noche del Cazador es un formidable clásico dirigido por Charles Laughton en 1955. En su momento la crítica lo menospreció, razón por la cual Laughton montó en cólera y decidió colgar sus guantes como director de cine. Pero sin dudas esa debe haber sido una de las injusticias más grandes de la historia del cine, ya que el despliegue que hace aquí es tan formidable que bien uno podría poner a Laughton en la misma nomina a la que pertenecen Orson Welles, Fritz Lang, Stanley Kubrick y otros monumentales directores. Por supuesto, en Hollywood abundan las injusticias históricas, que van desde la persecución artística que padeció toda su vida un tipo tan brillante como Orson Welles, pasando por la pasteurización que sufrio la carrera hollywoodense de Fritz Lang, hasta terminar en un ejemplo menor como el de Saul Bass, otro tipo ultra dotado que tuvo una abortada carrera directorial.

Sin dudas La Noche del Cazador no es perfecta. Está embadurnada de discursos religiosos – a final de cuentas hablamos de un predicador (ya sea uno devenido en sicópata asesino, o bien un homicida con delirios religiosos) que termina por recibir su merecido cuando se topa con un creyente de pura cepa, con lo cual tenemos un contrapunto entre la charlataneria y la auténtica fe religiosa -, y las actuaciones son mayormente mediocres, amén de que el final es anticlimático; pero cuando Laughton calibra como corresponde los componentes, las cosas funcionan de gran forma. Contrariamente a lo que piensa la mayoría, yo creo que la performance de Robert Mitchum dista mucho de ser brillante. Mitchum es muy bueno como cínico charlatán, pero a la hora de generar amenaza solapada – basándose en sus recursos interpretativos – es algo flojo (sin dudas Mitchum es mucho más efectivo cuando se anda sin tantas sutilezas, como su brutal Max Cady de la original Cabo de Miedo); eso no quita que su Harry Powell resulte estremecedor, pero lo es más que nada por los escenarios que Laughton logra crear alrededor de Mitchum: sea su sombra asomándose en el horizonte, o blandiendo de manera ominosa un cuchillo, o gritándole a una niña, oculto en la oscuridad. Su Harry Powell hubiera sido mucho más efectivo en mano de un intérprete del estilo de Jack Nicholson – no sobreactuando como Atrapado Sin Salida o El Resplandor, sino contenido y profundamente malvado como en A Few Good Men -, alguien que irradie autoridad y que en un abrir y cerrar de ojos destile estremecedora maldad. Pero difícil encontrar un equivalente de Nicholson a mediados de los años 50, cuando todos los intérpretes eran excesivamente correctos y pulcros; a lo sumo habría que conformarse con una versión joven de Vincent Price, el cual podría haber sido más adecuado que Mitchum para el papel.

La primera media hora es muy dispar. Las performances de los chicos son bastante malas, y hay un par de personajes mal desarrollados – como el inservible tío Birdie, el cual se desmorona en el momento en que más lo precisan los protagonistas como su última esperanza (a final de cuentas, ¿para qué incluyeron el personaje?; ni siquiera le dan un trasfondo sicológico como para justificar su absurdo razonamiento de que será culpado del asesinato de la chica que yace en el fondo del lago), o la voluble Willa Harper, la cual termina casada con un hombre que no ama simplemente porque la presión de la comunidad (y la necesidad de redención de su matrimonio previo con un ladrón y asesino) la empuja a que debe darle un padre a sus desprotegidos críos -. Uno podría justificar dichas conductas por el seteo de la historia en los años 20, pero Laughton pone tan poco esfuerzo en el detalle de la época que sólo terminamos por interpretarlo como personajes lisa y llanamente mal escritos.

Aquí la gracia reside en que el villano se vende a sí mismo como un hombre de fe. Es por ello que su suerte puede interpretarse como un castigo divino. Mitchum no deja de ser un amoral que cree tener su propia versión del mundo, una visión que resulta válida ya que Dios siempre lo ha escuchado y nunca lo ha detenido. Como un demonio suelto en un mundo ausente de Dios, el hombre hace lo que quiere con total impunidad, y su palabra es aceptada por los ingenuos y los pueblerinos. Cuando este hombre llega a la casa de los Harper, su visión del mundo infecta a los que le rodean, volcándolos a posiciones religiosas tan extremas que ellos mismos se consideran pecadores y merecedores del castigo divino (que Mitchum viene, en cierto sentido, a representar). Es por ello que Harry Powell se transforma en un corruptor, ya que no trae la paz a los dolientes sino que sólo hay llegado para producir más dolor; primero, obligándolos a abrazar una visión martirizante de sus vidas y, segundo, cuando revele su identidad y se transforme en torturador y asesino de quienes ha venido a proteger.

La Noche del Cazador da un vuelco enorme a los 30 minutos, cuando Laughton dispara una serie de escenas formidables en un puñado de instantes. Primero, con los chicos inocentes haciendo muñecos de papel con los billetes robados (momento en el cual se asoma Mitchum para interrogarles por sus actividades, a lo cual atinan con el tiempo justo a ocultar el dinero en una secuencia tipicamente hitchcockiana); segundo, cuando aprovecha la ausencia de Shelley Winters para asediar a la pequeña sobre el paradero del botín; y luego la gran sorpresa cuando Mitchum decide que Winters ya no le es útil. Esa escena sirve para ilustrar lo antes comentado: la Winters ha caído tan profundo en la espiral de represión y autocastigo religioso que ha construido Mitchum, que termina por aceptar pasivamente su fatal destino.

Todas esas escenas resulta formidables aún hoy en día, a más de 50 años de su estreno; pero también es cierto que están adelantadas a su tiempo, con lo cual imagino el rechazo que habrá provocado. Aún con la sutileza narrativa utilizada por Laughton uno no deja de sentir que son profundamente violentas, simplemente porque hay un componente que resulta familiar y cercano a cualquier espectador – la vulnerabilidad de los niños frente a un agresor imparable disfrazado de figura amigable -, lo cual es estremecedor. En ese sentido uno podría decir que La Noche del Cazador es el antecedente prehistórico de una larga lista de thrillers surgidos en los 70s y 80s, basados en figuras familiares que terminan por revelarse como sicópatas camuflados. En el filme de Laughton puede verse la genética de títulos tales como Durmiendo con el Enemigo o El Padrastro, filmes que se empeñan en probar que, a pesar de los años y la convivencia, nunca terminamos de conocer realmente a la persona con la cual compartimos la cama. E incluso hay reminiscencias de obras como Atracción Fatal, en donde uno abre su intimidad a un individuo que termina por apoderarse de todos los secretos, comenzar a manipularlos y se erige en una amenaza letal e imparable para nosotros y nuestra familia.

Después del asesinato de Shelley Winters, La Noche del Cazador entra en un segundo acto que suena a realismo mágico. La visión de los niños flotando por el río y siendo observados por los animales se asemeja a las travesías épicas que los protagonistas suelen vivir en los relatos de fantasía (del tipo El Mago de Oz), en donde deben recorrer una serie de obstáculos imposibles y deben manejarse por su cuenta hasta llegar al gran premio que redima sus sufridas vidas, a la vez que deben huir de una amenaza sobrenatural que los persigue y que resulta en principio imparable. El mundo del cual huyen John y Pearl es un mundo de injusticia y dolor: su padre fue un ladrón y asesino, su madre y su tio no pudieron protegerlos cuando debían, y ahora deben recorrer un trayecto plagado de peligros hasta encontrar la familia que realmente se merecen. Hay unas formidables tomas del bote vagando por el rio, o los chicos durmiendo en el granero mientras que la figura ominosa de Robert Mitchum se asoma lejana en el horizonte.

Pero si las performances son dispares, quien se lleva todas las palmas es Lillian Gish. Su actuación es de una intensidad electrizante; es un personaje completamente estoico – una fanática religiosa que cuida con severidad a los huérfanos que ha recogido – pero posee una energía tan potente que resulta formidable verla contrapuesta a la ominosa presencia de Robert Mitchum. La Gish comanda cada una de las escenas que protagoniza, sea discutiendo sin vacilar frente a Mitchum, cantando un himno religioso en la madrugada mientras el falso reverendo los asedia y espera que se duerman para matarlos, o lanzando desesperadas medidas de defensa mientras utiliza su religión para darse fuerzas en el momento más difícil. Y si bien su personaje es tanto o más interesante que el de Mitchum, es una lástima que el relato opte por acallar de manera expeditiva y poco diplomática al villano que venía comandando toda la historia. Un director moderno hubiera generado una coreografía extendida en el duelo final entre Gish y Mitchum, y le hubiera dado una salida más decorosa a un personaje tan apasionante.

La Noche del Cazador es dispar pero está plagada de momentos potentes. En el fondo no deja de ser un relato de fantasía plagado de melodrama y moralina religiosa, en donde los niños deben pasar las mil y una para llegar a un lugar mágico en donde hallar alguien que realmente los quiera. Clásico por donde se lo mire, sus escenas quedan grabadas en la retina del espectador por mucho tiempo, y sus ideas han resultado sumamente influenciales en la génesis de una gran cantidad de thrillers modernos. Es una lástima que Charles Laughton haya decidido abandonar la dirección, ya que aquí exhibe dotes de formidable narrador y es un hábil experto en el manejo de la fotografía – usando sombras y luces de manera excepcional -. Sin dudas hemos perdido a un talento capaz de generar muchas más obras maestras del calibre de ésta, con lo cual el único consuelo posible es ver una y otra vez La Noche del Cazador, por lo menos hasta que el cansancio nos invada y dejemos de pensar qué hubiera sido del cine si Laughton hubiera seguido rodando películas tan formidables como ésta.