Crítica: Mission Stardust (4,3,2,1, Morte) (1967)

Volver al índice de críticas por año / una crítica del film, por Alejandro Franco

Alemania Occidental / España / Monaco / Italia, 1967: Lang Jeffries (Mayor Perry Rhodan), Essy Persson (Thora), Luis Dávilla (Capitán Mike Bull), John Karelson (Crest), Gianni Rizzo (Arkin), Pinkas Braun (General Roon)

Director: Primo Zeglio, Guión: Primo Zeglio, Sergio Donati & K.H. Vogelman, basados en la serie de novelas de Perry Rhodan, creada por K. H. Scheer y Clark Darlton

Trama: El mayor Perry Rhodan lidera una misión hacia la Luna, cuyo propósito es explotar los minerales preciosos que existen en nuestro satélite. Pero su cohete espacial es interceptado por una fuerza invisible, y Rhodan se ve obligado a aterrizar en un sector desconocido de la Luna. Allí descubre que los responsables son alienígenas del del planeta Archon, los cuales han quedado varados en la Luna a causa de la enfermedad de su líder, el anciano Crest, y ahora precisan desesperadamente la ayuda de los terrícolas. Tras un profundo examen el médico de la misión concluye que Crest padece Leucemia y deben ir a buscar la cura a Kenia, ya que allí reside un científico que ha inventado un tratamiento exitoso para la enfermedad. Pero el viaje a Africa resultará mucho más complicado de lo esperado, ya que las fuerzas militares intentarán apoderarse de la nave archoniana, amén de que Rhodan descubrirá que miembros de su equipo trabajan para un líder criminal que ha estado intentando sabotear la misión.

Perry Rhodan: Mission Stardust Es bastante interesante la historia de origen del prócer de la sci fi alemana Perry Rhodan. Walter Ernsting había trabajado en la post guerra como traductor para las fuerzas británicas de ocupación, y allí tomó contacto con la sci fi inglesa. El género terminó por seducirlo y en los años 50 intentó publicar varias novelas sin éxito comercial, hasta que se dió cuenta que la causa del fracaso era la pacatería del pueblo alemán – que no aceptaba ciencia ficción autóctona – y comenzó a editar sus obras bajo el seudónimo mucho mas anglosajón de Clark Darlton. A partir de entonces Ernsting comenzó a vivir de su arte y, en 1961, se uniría con el autor K. H. Scheer para desarrollar una corta serie de novelitas semanales – que estimaban, llegaría a los 30 números como máximo – utilizando un modelo de aventurero espacial similar a Flash Gordon, Dan Dare y Buck Rogers. Lo que no se imaginaban era que Perry Rhodan llegaría a ser la obra más popular de ciencia ficción de todos los tiempos en términos editoriales – más de un billón de publicaciones desde 1961 hasta el día de hoy, y aún sigue -. El enorme éxito de sus novelas cruzaría el océano, y el mismo editor de Famous Monsters of Filmland Forrest J. Ackerman desarrollaría la edición inglesa de sus obras. Con más de 2.500 libros publicados, Perry Rhodan se ha convertido en el sinónimo de la ciencia ficción alemana.

Lo que ahora nos ocupa es una adaptación para la pantalla grande que surgió a fines de los 60, acá montada como una coproducción conformada por media Europa. Pero aún con todos los productores involucrados, Mission Stardust (Misión: Polvo de Estrellas, traducción literal) se siente como una típica spaghetti space opera, similar a las que Mario Bava y Antonio Margheritti rodaban a lo largo de la década. El primer tercio del film tiene tal tufillo sicodélico a la Danger: Diabolik (incluyendo la música), que termina por convertirse en un espectáculo visualmente fascinante, más allá de las falencias y bondades del guión. De hecho la película ha sido catalogada por años como un bodrio abominable – los propios fans del Perry Rhodan literario la han despreciado, y no hay crítico que no le haya pegado un cachetazo -, lo cual es bastante injusto. Ciertamente Mission Stardust no ganará un Oscar pero está dirigida de manera competente, y es un descerebre muy entretenido. Los valores de producción son muy buenos, y las actuaciones están ok. Oh si, todo es muy pop, pero allí reside gran parte de su gracia.

En sí la historia es un licuado de géneros. El filme arranca como una space opera, con la misión de Rhodan siendo desviada por un rayo invisible y aterrizando al lado de una nave extraterrestre. Allí lo espera una hermosa alienígena llamada Thora, la que les pide ayuda para cuidar a su anciano compañero de viaje, el que padece una variante de la leucemia. El tema es que Thora es una especie de extraterrestre-aria-xenófoba que desprecia a los hombres y a los terrícolas por considerarlos inferiores (heil!), y Perry Rhodan (el canadiense Lang Jeffries) tiene la desgracia de pertenecer a ambas categorías. Como la Thora está más buena que el dulce de leche, Rhodan calma sus salvajes impulsos feministas a fuerza de shockeantes besos.

Ahora bien; el remedio para la leucemia – que para el guión equivale a una especie de gripe tropical y se cura con un suero (!) – se encuentra en Kenia, en donde un buen científico ha desarrollado un medicamento milagroso e instantáneo. Thora, Rhodan y compañía parten para Africa (como quien va de aquí a la esquina), y aterrizan en un desierto. Hete aquí que los militares han visto el aterrizaje y deciden expulsar al subversivo invasor alienígena (heil! 2) de sus tierras, con lo cual la racista de Thora aprovecha para pulverizarles un par de tanques y algunos Land Rovers en mal estado. Mientras tanto Rhodan va a buscar al científico de marras, pero en el camino se entera que hay un genio criminal (el que posee todo el equipamento standard de supervillano, incluyendo a una franeleada mascota que tiene en su mano todo el tiempo) que ha infiltrado su equipo, ya que quiere apoderarse de las riquezas que el astronauta descubra en la Luna. Y, ahora que se toparon con la curvilínea alienígena, también quiere quedarse con la nave y los chiches extraterrestres.

A partir de allí Mission Stardust pasa a ser la típica película de matinée con gente persiguiendo gente, trompeándose y baleándose sin cesar. Hay unas cuantas escenas divertidas – Thora prepoteando al general africano; un enfrentamiento entre robots y enfermeras a bordo de la nave alienígena – que están bastante bien montadas, teniendo en cuenta la modestia del presupuesto de producción. Por supuesto una excusa lleva de una situación a la otra, sin pensar demasiado si todo esto es muy coherente – ¿por qué los astronautas no llevaron a Crest directamente con sus superiores, en vez de andar robando coches en Africa y escapando a los secuaces del villano?; ¿cómo va a operar el médico sin saber siquiera dónde los alienígenas tienen los órganos o siquiera cúal es su grado de compatibilidad con la sangre humana? -. Pero como al final el resultado es muy entretenido (y mucho mejor a lo esperado), termina siendo un espectáculo más que recomendable.

El que merece un capítulo aparte es el argentino Luis Dávila, un ídolo injustamente olvidado. Dávila pertenece a una troupe de talentos argentinos que se fueron a probar suerte a Europa en la década del 60, tal como Alberto de Mendoza, Luis Bacalov y Jorge Rigaud. Terminaría por desembarcar en Italia, en donde obtendría el protagónico de numerosos filmes – desde westerns hasta películas de euroespias -. Tal como pasaría con un montón de talentos extranjeros, terminaría por pegarse la vuelta en algún momento – en su caso, seducido ante la inminente democracia que surgiría brevemente en Argentina a mediados de los años 70 -, y rodaría unas cuantas telenovelas hasta mediados de los ochenta. Luego caería enfermo y moriría – olvidado y pobre – en 1998. Aquí Dávila (haciendo del capitán Mike Bull, el compañero de aventuras de Perry Rhodan) estaba en su momento de gloria – venía de rodar Agente Logan, Mision Ypotron y Doc, Manos de Acero, dos clones continentales de 007 -, y todavía tendría unos cuantos éxitos más en el viejo continente. Pero el caso del actor sería otro triste ejemplo de la idiosincracia argentina, en donde la gente carece de memoria y sepulta en el anonimato a aquellos ídolos cuya época de fama ya ha pasado.