Crítica: ¿Quien Puede Matar a un Niño? (1976)

Volver al índice de críticas por año / una crítica del film, por Alejandro Franco

Recomendación del EditorEspaña, 1976: Lewis Fiander (Tom), Prunella Ransome (Evelyn), Antonio Iranzo (poblador de la isla), Miguel Narros (guardacostas)

Director: Narciso Ibáñez Serrador, Guión: Narciso Ibáñez Serrador, basado en la novela homónima de Juan José Plans

Trama: Tom y Evelyn deciden pasar unas vacaciones en la isla española de Almanzora, a la cual Tom había visitado hace muchos años. Pero al llegar encuentran al pueblo isleño completamente desierto. La pareja se establece en un hotel mientras que Tom decide recorrer el lugar, pero lo único que encuentra son algunos niños solitarios y ningún adulto. Pero la situación se volverá completamente inquietante cuando el dúo comience a encontrar varios cadáveres horriblemente mutilados de los pobladores. Topándose con uno de los adultos sobrevivientes, éste les cuenta que desde la medianoche del día anterior algo ha afectado a todos los niños de la isla, transformándolos en una horda de asesinos que han masacrado a toda la población. Ahora Tom y Evelyn deberán intentar llegar a la embarcación para escapar de la isla; pero decenas de chicos recorren el pueblo, impidiéndoles la salida.

¿Quien Puede Matar a un Niño? Hace mucho tiempo que uno viene viendo películas mediocres. Filmes que dejan a mitad de camino sus premisas y la arruinan en un sentido u otro. Pero por suerte hay joyas escondidas esperando a ser descubiertas en el desván de la cinematografía mundial, y ¿Quién Puede Matar a un Niño? es una de ellas. No sólo el director sortea con éxito todos los problemas que podrían haber afectado a un relato de semejante tono, sino que consigue una película realmente inquietante. Es un sólido clásico que no se le ha dado todo el mérito que corresponde.

¿Quién Puede Matar a un Niño? viene de la mano de Narciso “Chicho” Ibañez Serrador, quien es el hijo del pope del terror español Narciso Ibañez Menta. Mientras que Ibañez Menta hizo una sólida carrera en Argentina y en el inusual género del terror en castellano, Chicho – nacido en Uruguay, y que había comenzado actuando junto a su padre – decidió que la dirección era la suyo y se fue a España. Allí hizo una sólida carrera como director y productor de TV, pero comenzó a perfilarse hacia lo fantástico a principios de los años 60. En 1966 desarrollaría la serie clásica Historias Para No Dormir, la que sería enormemente influencial en el cine español – a partir de allí comenzaría una etapa prolífica del cine de horror en la península ibérica -. Lamentablemente Ibañez Serrador sólo llegaría al cine en dos oportunidades: con La Residencia (1969) y con el filme que ahora nos ocupa.

¿Quién Puede Matar a un Niño? posee una gran mezcla de influencias. En un principio se podría definir como un mix de Los Pajaros, The Crazies (de George A. Romero) y El Pueblo de los Malditos (incluso en algunos países se vendió como una secuela de tal film), con unas gotas de La Noche de los Muertos Vivos. Entra dentro de la línea del cine de horror infantil, fundada con El Bebé de Rosemary y El Exorcista. Pero a la vez es cine fantástico puro desde el vamos, ya que un acontecimiento fuera de lo normal se ha desencadenado y ha cambiado la percepción del mundo tal como lo veíamos; y a partir de allí, comienza a elaborar y a expandir la premisa hasta explorar todas sus consecuencias.

El comienzo es realmente escalofriante, con la exhibición de documentales en donde se muestran los horrores reales que han debido padecer los niños en las guerras a lo largo de la historia. Es una apuesta fuerte y muy arriesgada, y sinceramente no esperaba que el filme pudiera sustentarla. Pero a medida que transcurren las escenas, la dirección resulta impecable y de gran maestría. No sólo establece un excelente clima inicial sino que las performances del dúo central y las situaciones en las que se ven envueltos carecen de fisuras. En ningún momento el filme pierde de vista su objetivo y hasta el final resulta intenso.

Aquí hay una parejita inglesa que llega a un balneario español con la intención de pasar sus vacaciones. Pero apenas llegan a Benavis – en donde piensan alquilar un bote para viajar hasta la isla cercana de Almanzora -, se topan con la aparición de un par de cadáveres en la playa. La manera en que Ibañez Serrador engancha la llegada del dúo con el descubrimiento de los cuerpos en el mar es formidable – seguimos el hallazgo de los cadáveres y la ambulancia que los traslada, la cual se cruza en la ruta con el ómnibus que lleva a la pareja central al balneario -. Los minutos iniciales establecen una excelente química entre los protagonistas, los cuales se ganan la simpatía del público (y a partir de entonces, nos empieza a importar su suerte). Aún allí hay detalles inquietantes – el dúo ve un documental sobre las masacres de la guerra en Tailandia, la que deja a 30.000 niños huérfanos -. La pareja logra alquilar un bote, y a partir de entonces empieza su pesadilla.

En la novela original de Juan José Plans toda la trama era un derivado de El Pueblo de los Malditos, con un polen alienígena que caía en la isla y enloquecía a los niños. Pero aquí la explicación vendría a ser una locura masiva y contagiosa, nacida como revancha por parte de los niños hacia los adultos que han sido responsable de los horrores que han padecido en el mundo a lo largo de la historia. Desde las carnicerías que han sufrido en las guerras hasta su uso en la experimentación médica que hicieran los nazis en los años 40. No es una generación que ha nacido demente, sino que es un cambio de estado súbito y violento (y es allí donde se entronca con Los Pájaros de Alfred Hitchcock). El filme sigue el estilo de Hitchcock con fidelidad a su vez que genera sus propias ideas – incluso, como en Los Pajaros, se puede interpretar como un estado de paranoia de Tom y Evelyn. sólo que aqui lo sería ante la inminencia de su propia paternidad – . Una de las escenas – en donde el dúo encuentra a una mujer adulta viva y ajena a la situación, y descubre que los niños del pueblo conocen su paradero, por lo cual deben escapar – es típica de The Birds: la pareja sale huyendo en el auto, la mujer queda a los gritos pidiéndole explicaciones, y vemos como aparecen hordas de niños en la colina que está detrás de ella. Es una toma formidable.

Pero a su vez esta situación de demencia es transmisible; uno de los niños ve a un chico sano a los ojos y lo termina por convertir, al mismo estilo de la mirada centelleante de El Pueblo de los Malditos. Por suerte el filme no se preocupa en detallar las causas del fenómeno o de utilizar efectos especiales, dejando abiertas las explicaciones a la imaginación del espectador.

Cada una de las escenas que la pareja vive en el pueblo son tensas e inquietantes. No hay ni una fisura en los diálogos ni en las actuaciones – los protagonistas son razonables y se comportan de manera inteligente -. La visión del pueblo desierto es estremecedora, e incluso cuando los niños atacan – lo que podría haber afectado la credibilidad de la historia – está filmada con clase. No son niños haciendo de locos sino de niños; sus juegos y sus risas terminan siendo diabólicas simplemente porque el sentido de la historia las ha cambiado. A esto se suma una excelente banda sonora de Waldo de los Ríos, la que crea un clima ominoso simplemente al sumar tonadas de canciones infantiles a la música.

El clímax es muy al estilo de La Noche de los Muertos Vivos. No sólo por el desenlace en sí, sino porque allí uno se da cuenta que todo puede leerse como una alegoría política y social de los años 70. Considerando lo convulsionada que fue esa época – con el surgimiento de movimientos guerrilleros; la guerra extendida en todas partes del globo; en España, la misma presencia del franquismo represor -, los niños de la película no son sino la representación alegórica de las generaciones futuras tras semejantes años de alienamiento y lucha armada entre adultos. Para Ibañez Serrador, los chicos de la historia no son más que nuestro futuro – demente, dañado – que empezará a cobrarnos las facturas en algún momento por todo lo que hicimos y que terminó afectándolos. En el filme, eso funciona de manera instantánea, con niños pequeños asesinando adultos de la noche a la mañana; en la realidad, será (y ha sido) una generación de adolescentes y nuevos adultos que abandonarán e increparán a la generación anterior, e incluso irán en contramano de todos los supuestos ideales (lógicos y estúpidos) que los hombres defendieron con su vida en los 70. Es una nueva camada de individuos surgida como reacción al accionar de la camada anterior.

¿Quién Puede Matar a un Niño? es excelente en todos los sentidos. inquieta como filme de terror, y tiene un subtexto apasionante. Es una obra maestra a la cual no se la ha reconocido todo el mérito que corresponde, pero a la cual nosotros podemos rehabilitar dicha omisión desde ahora.