Crítica: M, El Vampiro de Dusseldorf, de Fritz Lang (M) (1931)

Volver al índice de críticas por año / una crítica del film, por Alejandro Franco

Alemania, 1931: Peter Lorre (Franz Becker), Otto Wernicke (Inspector Lohmann), Gustaf Grundgens (Schranker), Friedrich Gnass (Franz)

Director: Fritz Lang, Guión: Fritz Lang, Paul Falkenberg, Adolf Jansen, Karl Vash, Thea von Harbou & Fritz Arno Wagner, Musica – Adolf Jansen

Recomendación del Editor

Trama: Berlin, la década del 30. Un asesino serial acosa la ciudad y su blanco son las niñas. El sicópata ha dado muerte a 8 niñas y la paranoia urbana cunde, sumiendo a la ciudad en la desesperación. Todos los intentos por localizar al homicida han sido infructuosos, desde el rastreo de pacientes siquiátricos dados de alta hasta múltiples redadas en los bajos fondos. Precisamente el crimen organizado decide ponerse en marcha y atrapar al asesino, para poder quitarse a la fuerza policial de encima, ya que arruina todos sus negocios. Organizando a los mendigos en equipos y asignando zonas, el mundo del crimen rastrea la ciudad en busca del homicida. Pero un ciego, vendedor ambulante de globos, ha creído reconocer a un sospechoso por su tonada – silba constantemente un tema de la obra de Grieg Peer Gynt -, a quien le ha vendido el mismo día que asesinaron a la última niña. Ahora, acompañado por otra menor, el sospechoso es seguido a sol y sombra por mendigos y ladrones hasta que termina por quedar en evidencia e intenta escapar, pero es atrapado y llevado frente a un tribunal conformado por miembros del bajo mundo, que esperan darle un juicio sumario y ajusticiarlo con sus propias manos.

Crítica: M, El Vampiro de Dusseldorf, de Fritz Lang (M) (1931)

Cuando se hablan de grandes directores siempre se mencionan a Kubrick y a Welles. En la misma bolsa puede entrar Spielberg, unos cuantos directores italianos y franceses, David Lynch, etc. Pero uno tiene la duda de si el mejor director de todos no podría ser Fritz Lang – una calificación siempre cuestionable, ya que todos los juicios son subjetivos -. A medida que uno empieza a explorar la obra de Lang – fundamentalmente su etapa germánica, que es la que le diera renombre -, comienza a descubrir no sólo a un excelente director de actores, un gran creador de climas sino también a un absoluto innovador del lenguaje cinematográfico. El manejo de cámaras que hace Lang es impresionante – utiliza ángulos, realiza paneos, arma coreografías, compone con tonos y sombras -. Uno ve los films de Fritz Lang hoy y ve una dirección absolutamente moderna, lo que quiere decir que desde los años 30 a esta parte todo el mundo ha aprendido de la escuela de arte del alemán.

Es posible que Lang no sea tan revolucionario en cuanto a sus temáticas, tal como Kubrick, o un tipo que arme críticas al sistema con elaborados mecanismos de relojería como Welles. Lo que a uno le da la impresión es que la etapa más creativa de Lang – en Alemania hasta 1934, cuando huye de Europa – proviene de la sociedad artística con su esposa, la guionista Thea Von Harbou. Sin Von Harbou Lang sigue siendo un gran director, pero no uno memorable. Las obras que todos recuerdan hoy son las guionadas por su esposa. A veces excesivas, a veces ingenuas, pero nunca convencionales.

Si bien Metrópolis es considerada su obra maestra – a pesar de sus defectos argumentales -, M es sin duda una de sus obras más maduras y mejor construídas. El guión no tiene fallos de ningún tipo – es tan sólido que podría filmarse hoy nuevamente sin retocar una línea -, y no sólo establece un molde sobre el cual se perfilarían el resto de los asesinos seriales cinematográficos de ahí en más sino que además Lang se da el lujo de realizar algunas piruetas con la cámara totalmente innovadoras.

M está inspirado en los hechos ocurridos en los años 20 en Alemania, donde el asesino serial Franz Kurten asoló la ciudad de Dusseldorf – un error común es indicar que el título es M, el Vampiro de Dusseldorf, cuando en realidad la acción del film transcurre en Berlín -. Lo que fascinó a Lang del proyecto fue que, al momento que Kurten realizaba sus andanzas, el bajo mundo pareció organizarse de modo de intentar atraparlo para frenar la impresionante presión policial. M toma esa idea y la expande, lo que da un argumento con un punto de vista absolutamente diferente al tradicional – la mayor parte de la historia pasa por el relato del crimen organizado, las relaciones con los mendigos, la creación de equipos de vigilancia, y toda la operación que montan para vigilar las calles hasta dar con el asesino -. La policía está, pero Lang muestra breves pantallazos de su actividad – en general, lo que muestra es su inoperancia – y los héroes terminan por ser los mismos criminales. Uno podría decir que puede haber algún paralelismo entre esa parte de la historia y la vida real de la Alemania de los años 30 – los villanos son más eficientes que las instituciones burocráticas, por alusión a la eficacia de la maquinaria política nazi de aquel entonces -.

Lo que sigue es un relato que por momentos sigue un ritmo documental, sin protagonistas, sino simplemente viñetas. Aquí es cuando Lang comienza a utilizar todo tipo de planos extraños, sean cenitales, vistos desde el suelo o desde una esquina. Algunos críticos (algo delirantes) intentan traducirlo como la presencia de un espíritu maligno que sobrevuela la ciudad. Es más lógico pensarlo como planos disparatados porque la situación es disparatada – cuando las escenas comienzan a hilvanarse hacia el final, los planos son más tradicionales -. Si el mundo está dado vuelta, Lang lo filma dado vuelta. Al espectador le da una sensación incómoda – hay escenas donde las cabezas de la gente aparecen cortadas, por ejemplo – y me resulta más obvio que el propósito de Lang fuera ese. Además Lang se anima a hacer algunos pases que son innovadores, si bien le quedan algo desprolijos por la ausencia de medios técnicos para la época; por ejemplo, hace una toma desde las escaleras internas de un edificio y empieza a meterse dentro de uno de los departamentos, o bien sigue a una multitud a través de las escaleras desde atrás. Es notable porque uno lo imagina al director con la pesada cámara al hombro intentando hacer algo décadas antes que se inventara la steadycam.

Por si los planos no fueran suficientes, Lang aprovecha para jugar con las sombras. A Peter Lorre sólo lo conocemos de frente a la noche, mientras que de día sólo se ven sombras de él o su imagen de espaldas. Su verdadera personalidad es nocturna – el mal sólo sale de noche -. Incluso Lang aprovecha a insertar un recurso que después se convertiría en un clisé de la industria, al darle un leit motiv sonoro al asesino – silbar Peer Gynt (una melodía que acelera progresivamente, tal como el estado mental del protagonista) cuando se encuentra “entonado” – que sirve para seguir sus transformaciones. Si mal no recuerdo, la versión de Jekyll y Hyde con Spencer Tracy hace un uso idéntico del mismo recurso.

Pasado el primer momento de los planos retorcidos y la paranoia, comenzamos a descubrir al asesino y a los antagonistas. Aquí el relato deja de ser tradicional – no se trata de quién es el asesino o el por qué, sino de cómo lo van a atrapar y quién lo hará -. En vez de seguir la óptica policial tradicional, Lang se enfoca en los bajos fondos, donde los criminales resultan ser más pragmáticos que la policía. Y mientras la cacería humana comienza, empezamos a ver a Peter Lorre en acción. Los primeros planos de Lorre no son muy convincentes, pero el momento dura poco hasta que el actor logra dar con el personaje. Si bien Peter Becker es un asesino, es obvio – ante los ojos del espectador moderno – que también es un pedófilo. Cuando Lorre ve a la niña a través del reflejo del cristal en la juguetería y se aferra al pasamanos, hay un sutil movimiento que parece un contoneo sexual. Uno ve a Becker sudando, con la boca seca, desesperado, incapaz de silbar. Incluso cuando el asesino va al bar a tomar un coñac, su imagen – tapada por los arbustos que adornan al establecimiento – hace suponer que intenta masturbarse en vano. A mí me parece obvio, pero en las críticas que uno ve en la red no encuentra referencias a dicha escena.

Lo que sigue es la caza del hombre. Como una manada de depredadores, uno alerta sobre la presa – reconocida por el ciego – y el resto comienza a acercarse de a poco. Hay un chispazo de tensión cuando Lorre y la nueva víctima – que andan de la mano, comiendo dulces por la calle – paran en una panadería, y el asesino saca una navaja… para pelar una naranja. Pero el rostro de Peter Lorre es imperdible, especialmente cuando el mendigo lo choca para dejarle una M (de Morder, asesino en alemán) estampada con tiza en su espalda. Es una expresión de pánico inconmensurable, de que casi lo descubren en su juego, y la escalada paranoica empieza a descarrilarse, viendo dos, tres y más mendigos comenzando a rodearlo.

Todo lo que sigue es excelente; la huida dentro de la fábrica, la organización de un escuadrón de criminales que irrumpe en la misma, domina a los guardias y comienza una búsqueda sistemática del asesino dentro de las enormes instalaciones. La revelación de su paradero por los ruidos que hacen los intentos de Becker de fugarse del desván donde se ha refugiado y ha sido encerrado accidentalmente por los vigilantes. Lo único que podría achacársele a Lang es su desvío en este punto hacia la óptica policial, con el criminal rezagado que es apresado y que termina por decirle a las autoridades que Becker ha sido secuestrado, y que va a ser juzgado y ajusticiado. Se hace algo largo, ya que uno quiere ver qué es lo que va a pasar con el asesino.

Y está la escena del juicio por parte de los bajos fondos. No es una secuencia real sino mas bien teatral – lo normal hubiera sido el linchamiento inmediato -, pero Lang dispone de un jurado enorme, el asesino e incluso un seudo abogado defensor que en realidad lo que hacen es exponer los puntos de vista de los guionistas sobre el tema. Los paralelismos a la Alemania de los 30 siguen, con los criminales aborreciendo a las leyes por considerarlas blandas, y que terminarían por perdonarle la vida a Becker – una amnistía, internarlo en un siquiátrico y darle el alta en unos años, etc -, con lo cual la única justicia posible es la que imparten ellos, el pueblo, y no las instituciones. Por el otro lado, está el defensor que alega que Becker está insano y no es responsable de sus actos. Y por último la actuación de su vida para Peter Lorre, que pasa de ser un hombrecillo asustadizo a uno atormentado, y después a un acusador que enfrenta a sus captores – “ustedes no pueden juzgarme, no están en condiciones, tienen tantos crímenes como yo” -. El relato de las causas de su manía asesina es memorable: el escuchar las dos voces, el sentir un fuego interior, el no poder frenarse, el intentar huir de sí mismo todo el día… Fíjense cuántos asesinos seriales del cine han copiado este patrón y este discurso.

Es una película formidable, que mantiene su impacto y tiene un lenguaje cinematográfico notablemente moderno. Es memorable, y está dirigida con una destreza envidiable. Esperamos pronto poder conseguir más obras de la etapa germánica de Lang para continuar disfrutando de tan excelso (y avanzado para su época) artista.

M, EL VAMPIRO DE DUSSELDORF

Acá revisamos el original de Fritz Lang M, el Vampiro de Dusseldorf (1931), y la remake norteamericana de Joseph Losey M (El Maldito) (1951)

FRITZ LANG

Dr. Mabuse, el Jugador (1922), Metropolis (1927), La Mujer en la Luna (1929), M, el Vampiro de Dusseldorf (1931), El Testamento del Doctor Mabuse (1933) y Los Crimenes del Dr. Mabuse (1960)