Crítica: La Isla de los Hombres Peces (L´Isola degli uomini pesce) (1979)

Volver al índice de críticas por año / una crítica del film, por Alejandro Franco

Italia, 1979: Barbara Bach (Amanda Marvin), Claudio Cassinelli (teniente Claude de Ross), Richard Johnson (Edmond Rackham), Beryl Cunningham (Shakira), Joseph Cotten (profesor Ernest Marvin)

Director: Sergio Martino, Guión: Sergio Martino, Musica – Luciano Michelini

Trama: El Caribe, siglo XIX. Sobrevivientes de un naufragio quedan varados en alta mar pero logran llegar a tierra. Se trata de una isla que no figura en los mapas y es comandada con mano de hierro por Edmond Rackham junto con fieles nativos. El terrateniente ordena expulsarlos de la isla, pero uno de los náufragos, el teniente de Ross, sabe que Rackham esconde algo. Un gran número de sus compañeros han perecido de manera misteriosa, y el teniente decide investigar hasta que descubre a una raza de mutantes, mitad hombre mitad pez, que es dominada por Rackham a través de una sustancia indispensable para sus vidas y que es preparada por el profesor Marvin, a quien el terrateniente mantiene cautivo en su mansión. Los seres son los últimos sobrevivientes de la Atlántida, y Rackham ha descubierto que los restos del continente hundido se encuentran debajo de la isla, sobre los cuales tiene oscuras intenciones.

La Isla de los Hombres Peces El cine exploitation italiano tenía un brillante colorido pop en los 60, amén de contar con un stock de directores de calidad que generarían obras notables: Sergio Leone, Mario Bava, etc. Pero en los 70 todo el talento se agotó – con algunas excepciones como Dario Argento – y pasó a poblarse de una camada de cineastas inoperantes que terminaría por hundir a la industria cinematográfica peninsular. No sólo generarían una tonelada de filmes imposibles de digerir, flagrantes copias baratas de hits norteamericanos del momento, sino que lo impregnarían de un mal gusto insuperable – gore en cantidades pornográficas, efectos especiales de lo más repugnante, y guiones absolutamente lobotomizados -. Lamentablemente parte de esa tendencia por el exceso terminaría por afincarse en la cinematografía hollywoodense de horror, resultados que aún padecemos hoy en día.

Entre esos criminales con patente se encuentra Sergio Martino. Aquí Martino ensaya una versión propia de La Isla del Dr. Moreau (recordemos que en 1977 se estrenaba la versión americana con Burt Lancaster), y los resultados son paupérrimos. Uno no se explica cómo semejante calidad de artesanos (si se les puede calificar con ese nombre) podía seguir trabajando. Quizás la explicación más coherente de la proliferación del horrible cine exploitation italiano de los 70 pueda obtenerse al analizar la suerte que corrió La Isla de los Hombres Peces en su estreno comercial. En su inicio se hundió en la taquilla, pero fue comprada por Roger Corman que la editó como quiso y la estrenó en territorio americano en 1980 como Something Waits in the Dark. Esta versión tampoco tuvo éxito; pero en 1981 Jim Wynorski se despachó con un nuevo corte, e hizo la gran ñanga pichanga: hizo un poster y un trailer totalmente falsos, donde se veía a un hombre despellejarse vivo y ahora la película pasó a llamarse Screamers. Y allí pudieron recaudar algo de dinero, si bien hubo una tonelada de quejas del público porque el film no contenía la escena publicitada en ningún momento de la proyección. Es obvio que La Isla de los Hombres Peces tenía como destino un típico circuito Grindhouse (ver comentario sobre el tema en la crítica de la película de Quentn Tarantino y Robert Rodriguez), en donde lo bizarro de los posters terminaba por vender (aunque fuera pescado podrido) su supuesto contenido a la posible audiencia.

Si uno se atiene a los detalles iniciales del guión, no hay nada demasiado atroz en el film. Toda la primera parte es La Isla del Dr. Moreau a la italiana, con naufragos que llegan a una isla poblada de monstruos, y donde un extraño terrateniente la maneja despóticamente como si fuera su propio reino. Hay una chica en el asunto, que permanece con Rackham contra su voluntad (Barbara Bach, actriz horrible si las hay, y que se encontraba aún destilando las mieles de la efímera fama de The Spy Who Loved Me). El teniente de Ross pierde a sus compañeros por el camino (bah, devorados), y no hay nada que no diga lo contrario que este va a ser otro clon de la obra clásica de H.G. Wells. Y aún así, Martino dirige todo del modo más torpe y lento posible, donde los ataques de las criaturas aburren (es la misma escena repetida una y otra vez), los actores dicen sos líneas sin convicción, y hay todo tipo de gaffes propios de Ed Wood (primerísimos planos que muestran lo falso de los disfraces; criaturas que se tiran a nadar en 20 cm de agua; secuencias de ataques donde los planos con actores son de día y los de las criaturas de noche; inserción de stock footage de explosiones volcánicas con un color absolutamente diferente al de la película, etc).

Todo ello podría haber quedado en un film terriblemente chato si no fuera porque a Martino se le dispara la creatividad a mitad del film y empieza a tirar ideas bizarras (e imbéciles) de todo tipo: desde que la isla está asentada sobre los restos de la Atlántida hasta ritos vudu que terminan por estar de adorno y no agregan nada al relato. Rackham desea controlar a las criaturas para que éstas le traigan los tesoros del templo del Sol hundido en las profundidades. Para ello desea que el profesor Marvin (Joseph Cotten, otro que también precisaba pagar el alquiler) sobreviva un tiempo más – ya que agoniza – y siga desarrollando sus experimentos con los bichos. Pero cuando Martino se aburre, tira a un Richard Johnson enloquecido arma en mano, que comienza a exterminar a todo el mundo – la ama de llaves negra, el profesor Marvin (por el cual, 24 horas antes, Rackham estaba rezando que no se muriera) y medio elenco – mientras que de la nada empieza a hacer erupción el volcán. Todo el climax es de un patetismo extremo con malas peleas, diálogos estúpidos, gente que resucita y aparece de la nada, y terribles efectos especiales.

La Isla de los Sardinas Mutantes no asusta; aburre y termina por resultar detestable. Con engendros así, resulta más que claro el por qué se fundió la industria cinematográfica italiana. Martino y su dream team de actores en quiebra volvería un año más tarde con otra abominación como The Great Alligator (1980)