Crítica: El Hombre Terminal (The Terminal Man) (1974)

Volver al índice de críticas por año / una crítica del film, por Alejandro Franco

USA, 1974: George Segal (Harry Benson), Joan Hackett (Dra Janet Ross), Richard A. Dysart (Dr John Ellis), Donald Moffatt (Dr Alfred McPherson), Michael C. Gwynne (Dr Robert Norris), Jill Clayburgh (Angela Black / Doris Blankfort)

Director: Mike Hodges, Guión: Mike Hodges, basado en la novela homónima de Michael Crichton

Trama: El programador de computadoras Harry Benson sufre un grave accidente, y las heridas recibidas en la cabeza han afectado el funcionamiento de su cerebro, generando ataques de furia incontrolables que lo han convertido en un asesino en serie. El equipo liderado por el doctor John Ellis y la doctora Janet Ross han apelado al Estado para solicitarle que les permitan experimentar con Benson, aplicando una novísima tecnología: un chip implantado en su cerebro que le permite autorregular – mediante micropulsos eléctricos – sus ataques de violencia. Al principio el experimento es un éxito y pareciera que Benson ha regresado a la normalidad; pero el programador se siente muy seguro de sí mismo y decide escaparse del hospital donde lo mantenían enclaustrado, ayudado por su novia stripper. Notificados de la fuga, las fuerzas del orden intentan dar con Benson por todos los medios posibles, ya que los científicos han descubierto que el cerebro del programador no sólo se ha acostumbrado a los choques eléctricos sino que se siente estimulado por los mismos y los provoca de manera natural, generando un aumento inusitado de los ataques de furia de Benson. Pero las pistas se acaban y, lo que es peor, el monitoreo remoto del chip permite que las autoridades puedan anticipar – con escalofriante exactitud – la hora en que Benson sufrirá una crisis y matará a su próxima victima.

El Hombre Terminal (1974) Esta es la tercera entrada en la pantalla grande de Michael Crichton, un autor de best sellers que había ganado gran popularidad a partir de La Amenaza de Andrómeda en 1971 y seguiría en la cúspide con el hit Oestelandia. Aquí están presentes todos los temas clásicos de Crichton – la ciencia como caja de Pandora, la excepción que arruina la regla y desata el caos, la tecnología de última generación como juguete de los hombres – en una historia de corte menos apocalíptico y mas intimista. Y aunque todo esto da un espectáculo prolijo e inteligente, a uno le queda la sensación de que el efecto final podría haber sido más duradero si le hubieran hecho algunos ajustes menores en la historia.

Aquí hay un programador que sufre un grave accidente de auto y no queda de fábrica. Las heridas en la cabeza han afectado su cerebro y su conducta, convirtiéndole en un asesino serial despiadado. El tema es que el 90% del tiempo Harry Benson es un tipo normal y agradable, hasta que su mente entra en corto y le agarran ganas de hacer picadillo a alguien. Ahí entran los científicos sabiondos de turno, quienes le implantan un chip en la cocuzza a Benson y lo convierten en una especie de robotito con mando a distancia. Apretan un botón – que produce una mini descarga en una zona del cerebro -, el tipo se pone cachondo; apretan otro botón, hay una descarga en otro lado, y el quía se siente como si se hubiera comido un exquisito sandwich de mortadela y queso. Además de eso el chip tiene un sensor que detecta los cambios eléctricos del cerebro del paciente y, cuando sufre un ataque de asesinitis, le mandan 220 V de una. ¿Vos tenías ganas de matar?. Tomá!. Bzzz, Bzzz!.

Por supuesto todo esto entra en el terreno de los estudios de conducta de Pavlov y toda la bola científica de turno pero, como diría Ian Malcolm, “la naturaleza encuentra el camino” y la mente de Benson no sólo termina por acostumbrarse a los micro electroshocks sino que empiezan a gustarle y comienza a incrementar los ataques. En el medio entra la ley de Murphy, con el tipo escapándose del hospital y dejando pistas cero. Mal día para jugar a Dios con un asesino serial…

La película consigue un gran clima gracias a la ausencia casi total de banda de sonido (hay un par de tonadas de piano dando vueltas por ahí pero no duran demasiado) y escenarios bañados de blanco aséptico, en donde todo parece futurista e intimidante. Hay algún que otro debate interesante pero no demasiado desarrollado – como que la siquiatría ha avanzado gracias al uso de drogas y que el chip es una solución fuera de lugar, o cómo se siente el programador que ahora ha sido transformado en un robot humano – pero aún así la trama avanza de manera prolija. Lo que desentona en semejante escenario es la elección de George Segal como protagonista; Segal no es un buen actor, y lo suyo pasa por el lado de su simpatía a flor de piel (por eso siempre se desenvolvió mejor en las comedias o en papeles serios con costado cínico). Acá es un tipo demasiado amable y sonriente, cuando en realidad Harry Benson debería ser un hombre torturado por el estigma que no puede controlar y que lo transforma en un malvado (en más de un sentido lo de Benson se asemeja a la maldición que padecen los hombres lobos). Eso no quita que en la segunda mitad, cuando sufre los ataques, no deje de ser impresionante – es un espasmo incontrolable que lo deja con los ojos en blanco -. Pero creo que otro actor le hubiera dado una dimensión más trágica al personaje.

Como tecno thriller El Hombre Terminal es correcta y entretenida, pero a uno le da la impresión que es demasiado prolija. Los doctores debaten poco sobre lo ocurrido, el protagonista parece indiferente a la maldición que le ha tocado, y los ataques son bastante tibios como para ser shockeantes. También es cierto que el último tercio es bastante predecible ya que entra dentro de las rutinas típicas del cine de monstruos: la criatura visitando una iglesia en busca de redención, o visitando a su creador en busca de explicaciones, o pidiendo a gritos su exterminio para terminar con su padecimiento. En ese sentido Harry Benson no deja de ser un moderno Frankenstein, en donde la mano del hombre no ha podido corregir su destino y salvarlo de su vida abyecta, sino que ha acelerado su final de la manera mas cruel posible.