Crítica: Grizzly (1976)

Volver al índice de críticas por año / una crítica del film, por Alejandro Franco

USA, 1976: Christopher George (Michael Kelly), Andrew Prine (Don Strober), Richard Jaeckel (Arthur Scott), Joe Dorsey (Charlie Kittridge), Joan McCall (Allison Corwin)

Director: William Girdler, Guión: Harvey Flazman & David Sheldon

Trama: Un par de chicas aparecen destrozadas en el parque Yellowstone, y todas las señales apuntan a que se trata del ataque de un oso Grizzly – un animal de más de cuatro metros de altura y cerca de tonelada y media de peso -. El ranger Michael Kelly intenta tomar medidas para cazarlo, pero la interna con el director del parque provoca que éste se involucre y altere sus ordenes. Y, mientras tanto, el animal continúa en su racha de asesinatos, la cual parece ser imparable.

Grizzly Primero fueron Willard (1971) y su secuela las que llamaron la atención; pero no sería hasta el megaéxito de Tiburón (1975) que el subgénero de animales asesinos florecería en todo su esplendor. Al poco tiempo comenzarían a aparecer toneladas de clones de Jaws, esta vez con pirañas, pulpos gigantes, orcas y todo tipo de animales sedientos de sangre humana. Y, entre todos ellos, se destaca Grizzly como uno de los más potables.

En sí no hay nada de original en el filme. Es una copia textual de Tiburón trasladada a tierra. Tomen al Oso Yogui y transfórmenlo en una criatura asesina suelta por el parque Yellowstone. El incombustible Christopher George (típico héroe serie B, recordado por la serie El Inmortal) hace el mismo personaje que Roy Scheider; el rol de Joe Dorsey es idéntico al de Murray Hamilton; y tenemos a otro científico petiso como Richard Jaeckel como el biólogo de turno, papel que le correspondía a Richard Dreyfuss en el clásico de Spielberg.

Sin embargo, hay algunos detalles interesantes. En primer lugar los libretistas tomaron nota de Tiburón y, especialmente, de Them! La Humanidad en Peligro, y dan unas explicaciones científicas acerca de la naturaleza del animal que resultan fascinantes. El otro punto es que el filme no da demasiadas vueltas para empezar la cacería – en Jaws pasaba bastante tiempo hasta que las sospechas de Roy Scheider terminaban siendo confirmadas y aceptadas por la comunidad -, y en pocos minutos estamos dentro del bosque persiguiendo a la criatura. Hay un desarrollo dramático muy tosco que no le interesa a nadie (y que está de relleno para hacer tiempo entre los ataques del oso), pero por suerte no dura mucho. Y la película se las apaña para generar un par de secuencias bastante bien hechas.

En cualquier filme de monstruos debe existir una criatura con personalidad. Esa personalidad se la dan los científicos que intentan interpretar al animal, y las actitudes de éste que resultan sorprendentes. Esa es la diferencia entre ver a un tipo cualquiera enfundado en un traje de goma y ver a Godzilla. Aún cuando los guionistas siguen al pie de la letra todos los postulados dictados por Tiburón, se las arreglan para obtener cierta personalidad propia. Incluso los diálogos entre el biólogo, el ranger y el piloto del helicóptero tienen sus buenos momentos.

Pero lo que hunde las intenciones de convertir a Grizzly en un clon de Jaws superior a la media es la mediocre dirección de William Girdler (quien, a partir del éxito del filme, se despacharía con otro hit taquillero como fue El Manitú y terminaría por matarse en un accidente de aviación en 1978). Está la remanida secuencia filmada desde los ojos del asesino, que ya es un cliché demasiado gastado. Algunos ataques son pasables y otros están filmados de manera torpe. Cuando Girdler muestra al animal, uno no deja de pensar en un oso domesticado de circo, en vez de realizar primeros planos amenazantes de sus ojos o sus colmillos. Cuando una garra arranca un brazo, uno no deja de pensar en un operador enfundado en un guante gigante de piel. El libreto tira muchas secuencias que daban pie para ser escalofriantes – los cazadores rondando por el bosque en plena noche cerrada; las chicas haciendo camping; el ataque a la torre de observación -, pero Girdler las filma burdamente. No maneja luces, no crea suspenso. Incluso el guión se da el lujo de destrozar a un niño en primer plano, y Girdler termina por mitigar el efecto de la escena. En todo caso, si Grizzly termina resultando buena es porque el libreto es muy superior a la limitada capacidad de William Girdler como cineasta.

Grizzly es recomendable. Si uno obvia la burda dirección, verá que hay cualidades destacables. No es el filme más original de terror, pero tiene un par de ideas y tiene sus momentos, y termina entreteniendo a pesar de sus defectos.