Crítica: La Fórmula (1980)

Volver al índice de críticas por año / una crítica del film, por Alejandro Franco

USA, 1980: George C. Scott (teniente Barney Caine), Marlon Brando (Adam Steiffel), Marthe Keller (Lisa Spangler), John Gielgud (Dr. Abraham Esau), G.D. Spradlin (Arthur Clements), Beatrice Straight (Kay Neeley), Richard Lynch (general Helmut Kladen / Frank Tedesco)

Director: John G. Avildsen, Guión: Steve Shagan

Trama: Tom Neeley – un veterano policía retirado – ha aparecido muerto en su casa de Los Angeles. Su amigo, el teniente Barney Caine, se ha hecho cargo del caso. Pero Caine descubre que las causas de su muerte se remontan a la Segunda Guerra Mundial, cuando Neeley era cabo de las fuerzas armadas norteamericanas y tuvo la misión de custodiar un cargamento de documentos altamente secretos pertenecientes a las derrotadas fuerzas nazis. Y es que dichos documentos están relacionados con Genesis – la fórmula desarrollada por los alemanes para fabricar combustible sintético a partir del carbón, y la cual se creía perdida -. Como Neeley estaba relacionado con la posibilidad de reconstruir la fórmula – y reunir a los científicos que la elaboraron y aún permanecen con vida -, la mano negra de intereses petroleros internacionales ha conspirado para asesinarle y sacarlo del camino… y ahora es la vida del mismo Barney Caine la que se encuentra en juego, ya que su pesquisa ha descubierto demasiadas cosas sucias que a los poderosos les interesa enterrar.

La Formula La Fórmula es un thriller de conspiraciones que resulta frustrante. El concepto de fondo no es tan apasionante como debería ser – la idea de una fórmula para producir combustible sintético desarrollada por los alemanes durante la Segunda Guerra Mundial -, ya que suena demasiado genérico; el desarrollo es bastante complicado, con escenas demasiado dialogadas que se alternan entre pirotecnia verbal y masivas avalanchas de información vomitada con poca inspiración y en escaso tiempo; y la resolución de todo este barullo termina por ser frustrante. Todos los problemas caben imputarlos a la responsabilidad del autor del libro, quien hizo de guionista y productor – y al cual los capos del estudio le dieron un poder enorme, ya que sus filmes previos habían recibido sendas nominaciones al Oscar -. Con seguridad el ego del tipo debía estar por las nubes, y pensó que el texto de La Fórmula era poco menos que la Verdad Revelada, razón por lo cual no resumió ni una coma de lo que – de por sí – es un texto largo y denso.

En sí, La Fórmula podría haber sido un thriller aceptable. Bastaba otro libretista para que filtrara las cosas, redujera la intriga a una serie básica de pasos, y le diera aire a las verdaderas intenciones de la trama – que es la de disparar elaborados discursos sobre la naturaleza de la industria petrolera y el poder de las multinacionales en el mundo -. Debo admitir que dichos discursos – puestos en labios de Marlon Brando, en las escasas intervenciones que hace a lo largo de la cinta – resultan jugosos, pero creo que su efectividad depende mucho de la locura habitual de Brando, un tipo que jamás se aprendió un libreto e improvisaba de manera salvaje en el set. Brando hace los speeches realmente floridos e interesantes, más allá que su interpretación no deje de ser un asco – es increíble como los yanquis le pagaban fortunas a un sobre-actor como éste, aquí más payasesco que nunca -, y creo que el divo podría haber prosperado mucho más como libretista que como estrella recargada de mañas. Algunas de las conceptos que dispara su personaje son realmente interesantes -.como que los norteamericanos son quienes en realidad manejan el negocio, ya que ellos son los que transan con los árabes la retención de la producción de crudo para aumentar el precio del petróleo, los combustibles y, por ende, sus ganancias; o cómo las raíces de semejante capitalismo salvaje se encuentran en la filosofía de los padres fundadores de la patria estadounidense, demostrando que, desde el punto de partida de la nación, lo único que siempre ha primado es generar y acumular dinero -. Lamentablemente la inteligencia de los diálogos no se condicen con la caricatura que Brando encarna en escena.

Pero dejando de lado el subtexto, el resto es denso y plomizo. George Scott es un héroe antipático y se lo ve demasiado viejo – parece haber pasado por el mismo proceso de decrepitud de Robert Vaughn; digo, estos tipos eran simpáticos y vitales en los años 60 pero, 10 años después, se ven como sus abuelos (¿recuerdan el loco general Turgidson de Dr. Strangelove?) -. El tipo es prepotente y cinico y, para colmo, le arman un altamente improbable romance con la bella Marthe Keller. Toda esta gente habla y habla, y hay momentos en que la trama avanza traída de los pelos – como la investigación que hace Scott en Berlin… que en diez minutos (y sin saber alemán) logra ubicar a un puñado de científicos nazis que se escondieron durante décadas y que ahora salen todos juntos a la luz -. Pero sin dudas lo más frustrante es el climax, precisamente porque no lo hay. (alerta: spoilers) Si bien es cierto que resulta mas que lógico que un poderoso podrido en dinero triunfe, por otro lado podrían haber armado un contexto mejor – una reunión a solas en un lugar intrigante en vez de una vulgar oficina; algún golpe de efecto que tuviera escondido el policía; o bien, borrar toda la subtrama del hijo y dejar que Scott descargue su revólver sobre el prepotente Brando -, o mejorar las circunstancias para que todo resulte más satisfactorio. Es que la resolución – que todo esto fue armado para que Scott vaya de gira a Europa, y usarlo como excusa para liquidar a los sobrevivientes del proyecto Genesis a medida que los va encontrando – me suena tremendamente hueca. Si la fórmula data de la época de la guerra… ¿por qué esperar 40 años para destapar todo el estofado?. Esa es una vulnerabilidad de nacimiento que hace que toda la trama flaquee. Todo esto podrían haberlo hecho en 1947, 1960, 1970… pero ¿¿para qué esperar hasta 1980??. (fin: spoilers)

La Fórmula tiene algunos buenos momentos, pero es aburrida y frustrante. No hay un disparo, ni siquiera una persecución; todo es muy lineal pero a la vez se complica y avanza despacio, con lo cual obtenemos un bodrio de dos horas de duración que termina por hacerse eterno. Y, créanme, semejante esfuerzo no vale la recompensa.