Crítica: Monstruo Sin Rostro (Fiend Without A Face) (1958)

Volver al índice de críticas por año / una crítica del film, por Alejandro Franco

GB, 1958: Marshall Thompson (Mayor Jeff Cummings), Kim Parker (Barbara Griselle), Kyanaston Reeves (Profesor R.E. Wingate), Stanley Maxted (Coronel Butler), Terence Kilburn (Capitan Al Chester)

Director: Arthur Crabtree, Guión: Herbert J. Leder, basado en el cuento El Monstruo Pensante de Amelia Reynolds Long

Trama: Extrañas muertes se suceden cerca de una base aérea norteamericana en Canadá – con la aparición de cuerpos a los cuales les falta el cerebro y la médula espinal – , y los lugareños le echan la culpa al ejército por sus secretos experimentos – pruebas de ondas de radar potenciadas por energía atómica -. Temiendo que sea cierto, el mayor Jeff Cummings es puesto a cargo de una investigación paralela a la de las autoridades locales. Pero al descubrir la presencia del profesor Wingate en el pueblo – una eminencia sobre temas de la mente que ha elegido este lugar para dedicarse a terminar su último libro -, al mayor se lo ocurre que el científico está relacionado con los decesos. No pasará mucho tiempo antes que las sospechas de Cummings se confirmen, y la amenaza se materialice para poner en jaque tanto al pueblo como a la instalación militar.

Monstruo Sin Rostro (Fiend Without A Face) Como era habitual con los estudios británicos, este es otro filme inglés camuflado de norteamericano simplemente por la inclusión de un par de estrellas importadas. Aquí, al frente del cast, figura Marshall Thompson (de Daktari pero también de It! The Terror From Beyond Space) y el resto es una parva de ilustres desconocidos. A su vez en la dirección está el ignoto Arthur Crabtree, que tiene en su haber algunos capítulos de series televisivas y que en 1959 pasaría a cuarteles de invierno (posiblemente por la ausencia de ofertas de trabajo).

La seudo fama que rodea a Fiend Without a Face tiene que ver con sus secuencias finales, en donde aparecen los recordados cerebritos saltarines. Es una secuencia sorprendentemente bizarra, y ni siquiera está bien ejecutada, pero ver a esos sesos asesinando a la gente con la médula espinal (como si fueran una especie de babosas asesinas) genera un recuerdo imborrable. La lucha entre los pobladores y los cerebros mutantes resulta en un par de secuencias bastante gore para su época, lo que provocaría algunos problemas con la censura. El cerebro mutante haría un cameo en el Area 52 de Looney Tunes: De Vuelta a la Acción.

El problema es que, salvando los bizarros sesos saltarines, el resto de Fiend Without a Face se alterna entre lo chato y lo espantosamente escrito. Los personajes están hablando y, de un momento a otro, se van a las manos; el supuesto romance de Marshall Thompson con Kim Parker se asemeja a un acoso sexual; y al momento de entrar en los terrenos de la ciencia ficción el libreto se despacha con una galería interminable de absurdos. Los militares testean un radar montado en un avión, pero deben enviarle energía atómica por el aire (!); el profesor Wingate habla de los poderes de la mente, pero le da igual nombrar a la capacidad de mover objetos con el pensamiento como telepatía o telekinesis; en sus experimentos aplica electricidad a su cerebro, y termina por convertir a sus pensamientos en criaturas (!!!), como si la telekinesis fuera un poder de crear algo vivo que uno tiene bajo su control para desplazar cosas. El colmo es cuando explica que ha logrado captar la energía nuclear que la base le envía a los aviones con los radares experimentales, lo que ha potenciado su capacidad y ha generado a los cerebritos mutantes. Sin ningún empacho, el guión termina por explicar que son invisibles (no es que el presupuesto de los FX era una lágrima … ¡por favor!) y sólo se materializarán cuando absorban toda la energía nuclear de la base norteamericana.

Es un libreto atroz, y la dirección no hace nada para intentar disfrazarlo. Las sospechas de Marshall Thompson sobre Kyanaston Reeves (el profesor Wingate) son traídas de los pelos, y la única justificación es que, como el actor leyó las últimas páginas del guión, sabe quien es el culpable. La lógica y la coherencia brillan por su ausencia en Monstruo Sin Rostro; quizás será porque los únicos cerebros animados son los que aparecen en pantalla… y terminan por exterminarlos a los hachazos.